Opinión

Martín enguayabao

Diógenes Armando Pino Ávila

23/12/2016 - 06:10

 

Definitivamente, en Colombia ocurren, o más bien se sostienen, cosas inverosímiles. Gabo valiéndose de su portentosa imaginación nos cuenta de un gitano prodigioso que nos trajo adelantos científicos como el catalejo, la lupa y un laboratorio de alquimia que sirvieron de comienzo de desgracia para la familia de Úrsula. Este Macondo de casi 50 millones de habitantes no pierde su capacidad de asombro y este 2016 que ya se despide nos deja como perla el vergonzoso record de ser el único país del mundo al que se le pregunta si quiere vivir en paz y resuelve por pequeña minoría que no, que prefiere la guerra salvaje y demencial que hemos vivido por más de cincuenta años, es Colombia.

Somos el único país donde las guerrillas y las Fuerzas Armadas quieren la paz y los que se llaman hijos de Dios prefieren la guerra, estos últimos acompañados e impulsados por unos hijos del demonio que a punta de mentiras convencieron a crédulos ciudadanos que tienen culto aparte donde adoran a Uribe.

Colombia es uno de los pocos países del mundo que cuenta con dos premios nobel: el de ese costeño inmortal al que cariñosamente le decimos Gabo y el del cachaco santafereño y medio gago del presidente Santos por la paz. Podía seguir con una lista interminable de casos pero el tiempo y el espacio no me lo permiten, por ello centro la atención en los últimos acontecimientos.

Un arquitecto de buena presencia, joven, con dinero, que puede enamorar a cualquier mujer o acceder al placer por plata a cualquier trabajadora sexual, pero este engendro del demonio prefirió a Yuliana, una niña indígena de siete años a la que secuestró, torturó, violó y asesinó. Peor aún sus hermanos presuntamente alteraron la escena del crimen, según cuentan los medios y para enredar la madeja el celador aparece apuñalado y muerto en un aparente y dudoso suicidio.

El gerente de la campaña del NO, doctor Juan Carlos Vélez, en entrevista concedida al diario La República se jacta de la astucia y la sapiencia con que manejaron la campaña. Cuenta sin sonrojo cómo engañaron a los votantes infundiéndoles miedo y rabia a través de verdades a medias y mentiras enteras para lograr lo que, según él, le aconsejaron los gurúes que trajeron del extranjero para manejar la publicidad: “Votar verracos.”

Ahora que el Consejo de Estado falla en contra del resultado del plebiscito, reconociendo que hubo engaño al elector y por tanto avala la refrendación de los acuerdos de paz vía Congreso, el doctor Ernesto Macías, senador del Centro Democrático, descalifica la sentencia arguyendo que el doctor Juan Carlos Vélez concedió la entrevista bajo efectos del alcohol (es decir en una “juma” dirían los del interior, en una “pea” decimos los costeños), y que por lo tanto no es válido su dicho.

Esto me parece el colmo de la desvergüenza y la desfachatez, lo que demuestra el grado de irresponsabilidad de una colectividad política que está en contra de todo. Reyes del caos parecen seguidores de Mijaíl Bakunin pues siguen la máxima de: “La pasión de la destrucción es también una pasión creadora”.

Ellos destruyen o se empeñan en destruir la esperanza del pueblo colombiano de vivir en un estado de paz estable y se dedican a propalar consejas y a impulsar consignas de guerra torpedeando a como dé lugar esa legítima aspiración de los colombianos de salir de la barbarie y dar final al baño de sangre y saqueos que se ha enseñoreado por campos y ciudades. Aquí y para ellos, en el caso del gerente de la campaña del NO, parece que el senador Ernesto Macías le dedicara la composición carnavalera del maestro Roque Saballet que dice: “Yo conozco un policía, que le dedicó a su suegra, un disco de Enrique Díaz llamado la caja negra. Martín enguayabao, Martín enguayabao, cuántas guayabas maduras”.

En tanto el presidente Santos, los congresistas de la coalición de gobierno, los columnistas, los caricaturistas, los blogueros, los youtubers y los mamadores de gallo, que los hay muchos, cantan también voz en cuello esa otra canción carnavalera que dice: “Lo que pasa es que la banda está borracha, está borracha”.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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