Opinión
Arrogancia polÃtica
Desde niño mi padre me enseñó a entender y dimensionar la polÃtica como el arte de servir, donde se busca de manera prevalente el bien común, mejorar las condiciones de vida, el bienestar y satisfacer las necesidades de la gente, pero para ello se necesita poseer vocación de servicio, sensibilidad social, amor y una convicción y declinable decisión de trabajar incansablemente por su comunidad.
Por eso en años electorales vemos como los polÃticos ungidos de humildad, demagogia y una lámpara mágica que les permite envestirse de sabidurÃa, se comprometen a solucionar toda la problemática que aqueja estos pueblos olvidados y abandonados por el estado. En su retórica manifiestan su amor por el pueblo y su inquebrantable determinación de trabajar de la mano con la comunidad para lograr que el desarrollo y progreso llegue a toda la gente.
El pueblo incauto y esperanzado con que sus necesidades sean resueltas, con que termine con el abandono y que la inversión estatal llegue a sus municipios, decide premiar con el apoyo popular a estos polÃticos, otorgándoles la oportunidad de ejercer y gobernar los destinos de sus municipios y regiones, pero al momento de posesionarse se acaba el encanto, su humildad es remplazada por la soberbia y los compromisos de campaña pierden validez y son imposibles de cumplir.
El Cesar hoy padece la vertiente amarga de la politiquerÃa, pues aquellos hombres vestidos de justos polÃticos que recorrÃan cada uno de sus municipios con innumerables promesas de seguir por un bueno camino, al presente, no queda nada más que el recuerdo de aquellas largas promesas como su habilidad electoral, y ahora vehementemente impartieron su verdadera estrategia y personalidad alejada de la labor polÃtica y social.
En el olvido han quedado estos pueblos, pues ya no son de su interés, escasamente son observados bajo la frÃa lupa de la displicencia, nuestra gente no es digna de su visita y peor aún de su gestión. Son unos convencidos de que debemos agradecer y sentirnos orgullosos porque nuestros destinos son regidos por tan admirables gobernantes.
El pueblo lentamente despierta de su desacierto, lo que le permite reflexionar por la mala decisión en las urnas, pero, como dice un viejo adagio popular: <<no existe mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista>>, pronto regresan las campañas polÃticas, vuelven a necesitar de estas comunidades y sin vergüenza pretenden contar con el apoyo y fervor popular.
Es el momento definitivo de hacer un cese frente a la indolencia de estos gobernantes, su indiferencia social y su carencia de gestión han sumido al letargo estas comunidades, que sufren la inclemencia del desamor y la falta de pertenencia de estos politiqueros que, sin pudor alguno, hoy por hoy dentro de su recorrido e inversión, olvidaron la ruta hacia estos municipios condenándolos al abandono que quebranta su calidad de vida.
Ahora es la historia quien nos impulsa a levantarnos en defensa de nuestros derechos y cortar las cadenas de la arrogancia y la indiferencia de aquellos polÃticos que por el beneficio de su elección utilizaron estos pueblos, para hoy segregarlos del camino del desarrollo; de lo contrario seguiremos sumergidos en la mayúscula carga del atraso social.
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Diógenes Armando Pino Sanjur
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Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Sanjur
Tamalamequeando
Diógenes Armando Pino Sanjur, más conocido como May Francisco, nació el 24 de junio de 1976 en un pueblo mágico lleno de historia, cultura y leyendas situado en la margen derecha del Río Magdalena llamado Tamalameque. Hijo de los docentes Diógenes Armando Pino Ávila y Petrona Sanjur De Pino, tiene 2 hijos, May Francisco y Diógenes Miguel, los cuales son su gran amor, alegría, motor y mayor orgullo. Abogado de Profesión, despertó su interés con la escritura de su padre quien es escritor e historiador, se declara un enamorado de su pueblo, de su cultura (la tambora) y apasionado por la política como arte de servir.
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