Opinión
La escuela del pasado
Jaime Garzón, quien tropezó de manera anticipada con la muerte, ya que su inteligencia se volvió inaguantable para algunos, también compartió el mensaje: “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su país, nadie va a venir a salvárselo. ¡Nadie!”. El tiempo muestra que los jóvenes poco hemos digerido la frase de Garzón y otras consignas similares. Aún así, el establecimiento colombiano, que huele con facilidad todo aquello que puede ocasionarle un menoscabo, se ha preocupado por darle una mayor participación política a las nuevas generaciones. Sí, sí, aunque los viejos de la tribu nunca dejan de cuidar sus intereses y sus hábitos sórdidos.
Por ejemplo, algunos jóvenes vienen desarrollando una carrera política en la región. El Concejo de Valledupar y la Asamblea del Cesar se han transformado en una plataforma para que las nuevas generaciones de políticos saboreen migajas de poder y, especialmente, reafirmen su amoldamiento al sistema. Obvio, los veteranos regalan zanahorias, pero también buscan garantizar que todo siga igual. La mayoría de los muchachos que llegan a estas corporaciones, gastan grandes cantidades de plata en la campaña, utilizan o heredan el caudal electoral de un cacique y esgrimen un discurso tímido, vetusto. Incluso, hay quienes son elegidos por sus méritos, pero terminan convirtiéndose en un Adán más: no se resisten ante la serpiente.
Casi todos estos jóvenes se olvidan de cumplir su función esencial de control político, sueñan con ocupar el primer lugar en el corazoncito del primer mandatario municipal o departamental y lucen sigilosos ante la corrupción. Son unos pequeños lagartos, politiquitos de pasillos, de silla. Algunos ostentan unos importantes títulos académicos, pero poco se les nota, pues no promueven debates profundos ni hacen respetar su dignidad. Tienen un pobre desempeño como figuras del Estado, parece que todo funcionara bien en la Alcaldía y en la Gobernación: ¡imagínense!
Los diputados José Santos Castro (U) y José Mario Rodríguez (Conservador) pueden servir de ejemplo para comprender la situación. Ambos fueron concejales y luego saltaron a la Asamblea, de la que incluso han sido presidentes. Sin embargo, poco se les conoce la voz, su gestión, sus debates, su criterio político. Han mostrado una posición complaciente con los gobiernos de turno, con las costumbres políticas del pasado. Ahí van, trepan la montaña del poder sin rendirle cuentas al pueblo. Así, cuando vengamos ver, arribarán al Congreso o la Gobernación: claro, eso será con las mañas de siempre. Ellos, al igual que otros que están o han estado en el Concejo y en la duma departamental, están ayudando a conservar el andamiaje que no deja que el sector público sea más eficiente.
La mayoría de estos muchachos han sido cegados por el hambre de triunfo, han consentido que en el Concejo y en la Asamblea no se proyecte un futuro mejor para la sociedad sino que se refuerce el pasado de inequidades. Están entrando al juego de la avaricia, sirviendo a quienes siempre han tenido la hegemonía. Aunque también soy joven, no me siento representado por ellos: no, no. Más allá de la edad, creo que en estos espacios se necesita gente con la intención de generar cambios, gente con el ánimo de querer levantar el ancla que no deja escapar a Colombia del ayer.
Carlos César Silva
@CCsilva86
Sobre el autor

Carlos Cesar Silva
La curva
Carlos César Silva. Valledupar (Cesar) 22 de noviembre de 1986. Abogado de la Universidad Popular del Cesar, especialista y magister en Derecho Público de la Universidad del Norte. En el 2013 publicó en la web el libro de artículos Cine sin crispetas. Cuentos suyos han sido publicados en las revistas Puesto de Combate y Panorama Cultural. Miembro fundador del grupo artístico Jauría. Cocreador del bar cultural Tlön.
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