Opinión
Job como ayer, pastores de mañana, odios de siempre
Cada día medimos nuestra capacidad de olvidos, recuerdos, memoria y de ciertas habilidades humanas, algunas pacíficas y nobles, otras muy contrarias y, por lo tanto, dañinas.
De aquellos libros como “Adiós a las armas” de Hemingway, pasamos a “Adiós a las almas” que sigue siendo un concepto psicológico-religioso y por lo tanto bondadoso, dependiendo de tu personal interpretación del término. “Hombre del alma buena”, decía el artista Diomedes Díaz para referirse a su padre, el viejo Rafael; mientras “Chiche” Maestre gritaba adolorido por amores, “ya rompiste hasta el alma de mi alma” en “Ahí vas Paloma” una de su canciones lacrimógenas.
Para entonces, y no hace mucho tiempo, las personas de la región caribe conversaban sin perder la capacidad de querer y de perdonar, las canciones mexicanas nos habían dicho “Ojalá que te vaya bonito y encuentres personas más buenas” en la voz de José Alfredo Jiménez. No olvidemos que nuestros tíos y abuelos pasaron más tiempo oyendo canciones que asistiendo a la escuela. Pepe Castro, líder político vallenato, fallecido hace pocos días, aprendió a leer en San Juan del Cesar, porque aquí no había colegios, para poner un solo ejemplo.
Nuestro país sigue siendo racista, excluyente, casi paranoico con tantos años de guerra y muertes, somos violentos activos y pasivos, es decir nos matamos a plomo y cuchillo, pero también a lengua y a plumazos.
Peter Watson un investigador británico de altos quilates en su libro “Historia intelectual del siglo XX” dice: una mañana del lunes 31 de mayo de 1909 en Nueva York, pusieron tres cerebros en una mesa de madera. Una pertenecía a un simio, otra a un hombre blanco y la tercera a un negro. El conferencista era Burt Wilder, neurólogo que con cifras cranométricas quería demostrar la presunta deficiencia prefrontal del cerebro negro. La investigación, con audiencia multirracial y otros científicos argumentadores, concluyó que no había ninguna diferencia entre los cerebros del blanco y el negro. Desde entonces seguimos actuando como simios, digo yo.
Incluso peor, los simios nos son violentos. Hoy como simples parroquianos seguimos llevando una carga de odios por cualquier cosa, pero sobresale en política. En deportes las discusiones no pasan de Barcelona y Real Madrid, del Nacional a Cali pero el 98% por ciento de quienes discuten no conocen a Europa y estoy casi seguro que entre paisanos el 70% no conoce ni a Medellín ni Cali. En religión, los pastores son los gobernantes y guías, pregonan en su mayoría ser salvadores de almas. En política, para qué hablar.
Antes, pequeños grupos disfrutaban de historias, cuentos, canciones, incluso de libros, pensamientos, ideas; tenían diferencias, gritaban y se iban, pensando en el reencuentro próximo. Eran los buenos liberales y conservadores de los viejos partidos, que luego terminarían en matanzas de azules y rojos. Luego se hicieron compadres y la vaina pasó. Hoy la cosa es distinta. Cualquier persona, llámese David, José Francisco, Julio Rosario o Pedro J. (para utilizar nombres bíblicos) estallan por cualquier pendejada.
José, como el padre de María, es pobre, sigue siendo carpintero, no tiene casa, ni finca ni inversiones urbanas, jamás la guerrilla tuvo intención de secuestrarlo por obvias razones, pero defiende a Uribe con garras, dientes, piel y palabras. Es que antes no podían ir a las fincas -repite con énfasis-. David tiene algunos pesos mal habidos, precisamente heredados en compras de tierra a otros campesinos más pobres aun, pero si te ve, tomando guarapo con limón, ya eres timochenkista! Sigue así y vamos a quedar en Venezuela, castrochavista! Grita desde su carro muy nuevo pagando a cuotas.
Rosa es empleada publica desde hace 23 años, tiene casa, carro usado, hijos educados con becas, salario fijo, ropa limpia y va al salón de belleza tres veces por semana, sin embargo a cualquier desempleado que por cuestiones sentimentales apoya el proceso de paz, le grita: Eres un santista, ¿quieres más mermelada?
Elías, es pensionado, nunca tuvo mujer, fue jugador de billares y cervecero de esquina, pero si no estás adorando a Uribe, a Santos, ni a Timochenko te grita: Petrista pendejo, imbécil.
En esa estamos, odiándonos sin saber por qué, construyendo odios sin razones, discutiendo ideas sin formas, recitando frases repetidas, inventando estadísticas inexistentes, inflando globos sin aire o desmoronando ídolos o diablos que apenas están en su propio pensamiento. Ya no fregamos la vida, charlar perdió el sentido, hablar paja es frase de antiguos, reírse es trabajo de memes, sea lo que sea.
Ay, las redes! Ni qué hablar de las benditas redes sin la cual nadie respira, nadie piensa, nadie sale, nadie entra, todos ven la pantallita 27 horas al día.
Usted pierde los documentos y ni se inmuta, pero si pierde el celular despierta el mundo en su búsqueda o da lo más sensible e íntimo por obtener el más reciente. Cualquiera dice mil tonterías y diez insultos, cualquiera tiene diez cuentas con nombres falsos, cualquier mujer es hombre, cualquier hombre es mujer, ya nadie es alguien, cualquiera es nadie. Posiblemente haya fórmulas para reaprender a amarnos de nuevo, al menos respetarnos, volver a la vieja discusión de si tenemos alma es buen ejercicio, parece que estamos recordando a Stravinsky y su obra “El pájaro de fuego”, pero al mismo tiempo olvidamos que es mismo autor de la “La consagración de la primavera”.
Estamos actuando al decir de H. H. Goddar, como morones, es decir retrasados mentales que jamás podían pensar por sí mismos, o sea imbéciles trabajadores zánganos a los que había que explicarles qué debían hacer. Idiotas.
Hay que volver a pensar como los científicos del siglo pasado cuando, para buscar soluciones a la “atroz trinidad” de aquellas enfermedades (tuberculosis, alcoholismo y sífilis) entonces la batalla a ganar, aparece Paul Enrkich y su “bala mágica” dando ideas al principio de los antibióticos. Eran otros tiempos, políticamente se hablaba de las cuatro razas de cerdo, el capitalismo, el militarismo, los sacerdotes y la putas. Un siglo después los cambios son pocos. A veces es bueno repasar la historia, aprendimos a volar como aves, nadar como peces, pero somos incapaces de vivir como hermanos, decía Luther King.
No olvidemos que la primera guerra mundial viene del asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa, por el imperio austrohúngaro y Serbia, hoy somos serviles de otros imperios.
Un poquito de cultura, antes que nos griten, santistas, petristas, timochechenkista y uribista y le estrellemos el celular en la cabeza al vecino, porque es la única arma que no podemos perder, los demás—la tolerancia por ejemplo- la perdimos hace rato.
Edgardo Mendoza Guerra
Tiro de chorro
Sobre el autor
Edgardo Mendoza
Tiro de chorro
Edgardo Mendoza Guerra es Guajiro-Vallenato. Locutor de radio, comunicador social y abogado. Escritor de cuentos y poesías, profesor universitario, autor del libro Crónicas Vallenatas y tiene en impresión "50 Tiros de Chorro y siguen vivos", una selección de sus columnas en distintos medios. Trata de ser buena gente. Soltero. Creador de Alejo, una caricatura que apenas nace. Optimista, sentimental, poco iglesiero. Conversador vinícola.
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