Opinión
Editorial: Más libros y menos armas
Este fin de semana saltaba la noticia en todos los medios de comunicación. Un joven de 24 años entraba en una sala de cine de Estados Unidos, en el Colorado, e hizo con su arma lo que el público esperaba ver únicamente en pantalla: truenos y disparos.
El resultado: 12 muertos y más de una treintena de heridos. Poco después, los policÃas supieron que el joven atesoraba en su habitación decenas de explosivos y que también tenÃa planeado un atentado simultáneo (algo asà como lo que ocurrió el año pasado en Noruega con el joven Breivik que mató a 77 personas en un doble atentado).
En Colombia, si bien la ley prohÃbe la introducción, la fabricación y la posesión de armas, la realidad deja entrever otra dinámica: las armas siguen presentes en los hogares, expuestas a la vista de los menores. Además, la inversión del Estado en la educación y la promoción de los hábitos de lectura ha sido postergada mientras se sigue gastando enormes recursos en armas.
No cabe duda que una nación que lee, conoce su historia, se esfuerza en informarse por lo que sucede afuera, se expresa y escribe de manera escrupulosa, tiene más posibilidades para salir adelante y vivir en armonÃa.
Las armas son un peligro para todos. Allá donde se encuentran cabe la posibilidad de un accidente. Y en ese aspecto, el paÃs vecino, Brasil, ha hecho notables avances que no podemos ignorar.
Además de incentivar la devolución de todas las armas ilegales, se ha puesto en marcha un ambicioso programa de 200 millones de dólares con el cual se trata de impulsar los hábitos de lectura. Con estas decisiones, los dirigentes quieren dejar claro que una vÃa para el progreso es cambiar las armas por los libros.
Los recursos están destinados a programas de promoción de lectura, creación de espacios de encuentro como bibliotecas, redes de difusión o distribución y el respaldo a las editoriales y librerÃas.
La idea de la ministra de cultura brasileña, Ana de Hollanda, es intercambiar progresivamente el ejército tradicional por ejércitos de bibliotecarios, mediadores de lectura, libreros, lectores y estudiantes para que el paÃs empiece a pensar y competir a otros niveles.
Son bellas palabras. Todas ellas. Y tendremos que llegar a ello, pero también ir más allá. Debemos establecer un precio justo para cada cosa y el precio de los libros sigue siendo todavÃa inaccesible para muchos. Las comparaciones lo evidencian: un libro que sale al mercado vale dos a tres veces el precio de una entrada de cine.
En un paÃs todavÃa en vÃa de desarrollo, donde una gran parte de la población sigue percibiendo salarios mÃnimos, el libro puede considerarse un bien de lujo que sólo entra en la cesta de los más pudientes.
Ese paradigma puede cambiarse con claras y decididas polÃticas de subvención. La lectura es un aspecto fundamental de la cultura y la educación, quizás el principal si deseamos tener a mediano plazo un paÃs donde vivir sea también sinónimo de sentir, amar y pensar. Para eso, repetimos: más libros y menos armas.
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