Opinión
Grito de independencia
Cuenta la historia que el 20 de julio de 1810 se organizó un Banquete a don Antonio Villavicencio, por lo cual enviaron una comisión integrada por los hermanos Morales y Pantaleón Santamaría al almacén de José González Llorente a pedir prestado un Jarrón para adornar la mesa, a lo cual Llorente se negó aduciendo que había prestado la pieza varias veces por lo que se encontraba maltratada y, por lo tanto, perdiendo su valor.
Este acto de pedir prestado el objeto a Llorente era un pretexto para crear una revuelta, la cual aprovecharían para generar una sublevación, donde el pueblo se revelara contra las órdenes del virrey para poder imponer un gobierno provisional. Es así que, siguiendo el libreto, en el momento del préstamo paso por el lugar José Francisco de Caldas saludando a Llorente, desencadenando una ira fingida de los criollos, los cuales se dispersaron en la plaza, ocasionando el levantamiento y despertar de un pueblo oprimido y menospreciado que conllevó a la firma de la llamada Acta de Independencia.
Como podemos analizar desde tiempos memorables, nos han convertido en un pueblo subordinado, engañado, al que algunos líderes han utilizado para lograr saciar su hambre de poder, conseguir sus objetivos y alcanzar sus metas, sin importar sus necesidades y bienestar.
En la actualidad, esta práctica sigue vigente y es muy común ver cómo, por medio de la manipulación, engaño y la distorsión, nos han logrado mantener bajo la ceguera absoluta, sumisos ante una clase dirigente desgastada, insensible y corrupta.
A lo largo de la historia nos han vendido la idea que los problemas del país adolecen a la guerrilla, quienes con su actuar y acciones criminales no han permitido que los recursos sean invertidos en educación, salud, infraestructura, negando la posibilidad de construir un país con progreso, desarrollo y con la firme convicción de satisfacer las necesidades básicas de todos sus habitantes.
Pero adelantado el acuerdo de paz y cesadas las acciones violentas del grupo guerrillero, el pueblo colombiano se encuentra con una gran verdad, con la verdadera causa de todos los males que padecemos “la Corrupción”, enfermedad que se ha incrustado en todas las esferas de la sociedad, apropiándose de grandes recursos del erario dejando sin salud, educación, alimentación, agua potable y demás servicios públicos a gran cantidad de compatriotas.
No es posible que sigamos permitiendo que los corruptos sigan con el saqueo y despilfarro de los dineros públicos, mientras los trabajadores tienen grave riesgo de no poder acceder a una pensión, nuestros niños mueren por desnutrición, el sistema de salud es paupérrimo, la educación es de baja calidad, gran cantidad de connacionales no cuentan con servicios públicos y salubridad, las oportunidades laborales son escasas y la posibilidad de brindar una mejor calidad de vida a nuestras familias es un sueño.
Llegó la hora de tomar decisiones, de revelarnos, de pasar de la indignación a la acción, de levantarnos contra los corruptos y cambiar la historia de este bello país, comenzar a subsanar la deuda histórica que tenemos de construir un verdadero estado social de derecho, donde se garantice la vida, el trabajo, la justicia, la igualdad de nuestros conciudadanos para lograr un orden político, económico y social justo.
No sigamos fungiendo como la patria boba, demos el grito de independencia contra la inopia, ignominia y la clase corrupta que carcome nuestro bello país.
Diógenes Armando Pino Sanjur
@mafranpisa
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Sanjur
Tamalamequeando
Diógenes Armando Pino Sanjur, más conocido como May Francisco, nació el 24 de junio de 1976 en un pueblo mágico lleno de historia, cultura y leyendas situado en la margen derecha del Río Magdalena llamado Tamalameque. Hijo de los docentes Diógenes Armando Pino Ávila y Petrona Sanjur De Pino, tiene 2 hijos, May Francisco y Diógenes Miguel, los cuales son su gran amor, alegría, motor y mayor orgullo. Abogado de Profesión, despertó su interés con la escritura de su padre quien es escritor e historiador, se declara un enamorado de su pueblo, de su cultura (la tambora) y apasionado por la política como arte de servir.
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