Opinión
El ocio como amor propio y resistencia política
Vivimos diariamente en el trajín de un sistema que nos exprime cada vez más, que nos roba el oxígeno, extorsiona, manipula, violenta y nos controla; es el sistema del capital que tiene como objetivo hacer del ser humano un objeto incapaz de crear, pensar y sentir.
Porque quien siente, ama; quien crea, florece; quien ama tiene esperanza, y una humanidad con esperanza es una humanidad que puede cambiar el mundo. Por eso nos quitan lo más preciado que es el tiempo, por eso nos agotan física y emocionalmente para destruirnos, para que con culpa nos autodestruyamos y para que nos marchitemos lentamente hasta extinguir de nuestro ser toda ilusión. Una sociedad en blanco y negro que es incapaz de disfrutar los colores del arcoíris. Y que se ha mecanizado en la explotación económica.
Hablar del tiempo de ocio se ha vuelto un atentado contra la moral, hablar de tiempo de relajación se ha convertido en costumbre de los haraganes y los vagos. Con el estereotipo vago y haragán en un mundo de autómatas, estos soñadores tienen la libertad que nos han quitado a la mayoría. Solo los locos se atreven a desafiar un sistema de opresión como en el que vivimos.
Dedicar tiempo a nosotros mismos es una revolución, es la resistencia permanente como acto político, es querernos un poco, es conocer el amor propio, interiorizarnos, consentirnos, cuidarnos: cuidarnos, curarnos y amarnos para poder entregarnos a los demás, solidariamente.
El amor propio tiene relación directa con la sensibilidad y con la conciencia política, quien no se ama así mismo es incapaz de amar a otro ser, el amor es medular en la resistencia de la humanidad ante este cataclismo que nos quiere devorar.
El tiempo de ocio es sinónimo de cuidar nuestro interior, unos minutos al día dedicados a nosotros mismos, para renovar la energía, para fortalecer el espíritu, para curar heridas emocionales, para ser. No nos dejan ser. Y nosotros estamos permitiendo que nos roben lo que solo le pertenece a la intimidad del alma.
Entonces el tiempo de ocio se convierte en una herramienta para la resistencia, en el escudo, en un aposento en donde podemos descansar y recobrar ánimo. El tiempo de ocio es tan nuestro, tan personal que es necesario cuidarlo con rigor, con celo, con potestad y no desperdiciarlo en el auto engaño ni en el auto flagelo. La culpa no tiene cabida en nuestro tiempo de ocio.
Hacer lo que más nos gusta: ejercicio, meditación, cualquier rama de las artes donde sintamos ese tiempo de ocio como la conexión de nuestro ser externo con nuestro espíritu. Donde sintamos paz.
Tenemos derecho absoluto al tiempo de ocio, tenemos la obligación de buscarlo y disfrutarlo, porque lo único que no nos puede quitar este sistema destructor es el amor propio, la creatividad y la esperanza. Y es ésa la resistencia política de la humanidad. Seres que se aman a sí mismos, que se entregan, que son conscientes de lo que hay a su alrededor y son capaces de crear de las cadenas de la esclavitud, un abanico de colores que nos unen en la diversidad, la sensibilidad y la resistencia permanente.
La belleza de la quebrada es su forma rocosa y el sonido del agua cuando se desliza sobre ésta, melodía que enamora a las libélulas en invierno; armonía de la naturaleza y los ecosistemas. Un ser humano sin amor propio no puede armonizar con la sociedad, nos necesitamos fortalecidos, para ser esa agua de la quebrada que haga florecer las primaveras.
Ilka Oliva Corado
@ilkaolivacorado
Sobre el autor
Ilka Oliva Corado
Crónicas de una inquilina
Escritora y poetisa. Ilka Oliva Corado nació en Comapa, Jutiapa, Guatemala, el 8 de agosto de 1979. Hizo estudios de psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora en el estado de Arizona. Es autora de dos libros: Historia de una indocumentada travesía en el desierto Sonora-Arizona, y Post Frontera.
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