Opinión
50 años del departamento del Cesar (II): La gobernación de Alfonso López
El doctor Alfonso López Michelsen, político avezado, supo integrar su gabinete departamental escogiendo un selecto grupo de profesionales del nuevo departamento, cuidándose bien de acoger personas de los diferentes partidos y grupos políticos. Ahora que reviso la lista, me llama curiosamente la atención el nombre del Jefe de Educación, Cesar Fernández Dager, médico sabanero de filiación conservadora que había sentado sus reales en Tamalameque.
Alfonso López llegó a Valledupar y se congració con los ganaderos y terratenientes del Valle y comenzó un jalonamiento de líderes locales, tal vez recomponiendo y levantando el techo que había impuesto Pedro Castro Monsalvo, de quien dicen, no creía que en esta región hubiese hombres capaces de liderar procesos sociales. El nuevo gobernador hizo vida social activa con la naciente sociedad vallenata, para decirlo castizamente, se emparrandó, y de qué manera, con la casta naciente que él moldeaba social y políticamente en ese feudo que Carlos Lleras le había dado para gobernar.
De esta parranda eterna salieron cosas buenas, por ejemplo, Valledupar, un pequeño pueblo de provincia, comienza un despegue urbanístico con los recursos del departamento y empieza a perfilarse como ciudad. Es decir, la prioridad departamental de esos inicios era hacer a Valledupar una ciudad digna de ser capital de departamento, situación que todavía persiste en el uso de los recursos del departamento. Lo anterior quería decir y quiere decir aún, que el grueso de los recursos del ente territorial llamado departamento del Cesar, se invertía y se sigue invirtiendo en gran medida en la ciudad de Valledupar, mientras que el resto de municipios esperan los mendrugos que sobran de esa mesa servida con opulencia.
Otro de los logros, y grande por suerte, es la creación del Festival Vallenato, que tuvo en López un mecenazgo de primera y quien lo llevó de gancho por los salones cortesanos de la cerrada y gris Bogotá. Le abrió puertas y ventanas para crecer, lo que fue aprovechado por la clase adinerada de los vallenatos que necesitaban reconocimiento nacional, por tanto abrieron sus patios solariegos y residencias añejas a cuanto cachaco viniera, con capacidad de aguantar Whisky por cinco días, y sobre todo, que tuviera acceso a prensa, radio y televisión con cobertura nacional, para que a través de los medios les ayudara a promocionar su festival y de paso les mencionara como personajes de prestancia en el nuevo departamento, consolidando así su poder y su prestigio.
Como resultado de todo esto, las dos partes salieron gananciosos, López consolidó su prestigio como liberal con amigos en la provincia y los ganaderos y terratenientes vallenatos revitalizaron su liderazgo en el Cesar. A estas alturas ya asomaban algunos jóvenes profesionales cesarenses que iniciaron su carrera política ostentando cargos de perfil medio, en tanto, en los demás municipios era tardía la educación ya que ni siquiera colegios de bachillerato existían y los jóvenes tenían que salir a estudiar al Pinillo de Mompox, Liceo Celedón de Santa Marta o el Caro de Ocaña, retardando con esto la profesionalización de la gente de los pueblos y, por ende, se dio una generación perdida.
El proceso de reconocimiento entre el gamonalismo vallenato y los pequeños lideres campesinos de los pueblos que conformaron el nuevo departamento se dio de la mano de Alfonso López, pues éste ya había recorrido todos nuestros pueblos discurseando en plaza pública como fundador del MRL. Por lo menos en Tamalameque se había granjeado el cariño y la admiración de la mayoría del liberalismo. Recuerdo que en la pequeña peluquería de un señor llamado Pedro Vanegas, se hablaba únicamente del “Gran Partido Liberal” y del MRL, por eso la generación de los 50 crecimos motilándonos y oyendo una cátedra de liberalismo al mismo tiempo, lo que posiblemente marcó nuestras preferencias políticas cuando tuvimos capacidad de votar.
La nueva clase dirigente del Cesar, nutrió su prestigio mostrando su amistad con López y otros presentando abolengos y familiaridades emparentados o signados con personajes o pasajes de la historia de la gesta libertaria de Bolívar, rescatan a María Concepción Loperena la misma que donó unos caballos al ejército libertador y a partir de ese parentesco comienzan a hacer efectiva una deuda que todavía los cesarenses no terminamos de pagar.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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