Opinión
50 años del departamento del Cesar (III): Razones para apoyar la creación del Cesar
Decíamos en “50 años del departamento del Cesar (I)” que el departamento fue creado con la integración de 12 municipios: Aguachica. Agustín Codazzi, Curumaní, Chiriguaná, Chimichagua, González, Gamarra, La Gloria, Pailitas, Río de Oro, Los Robles - La Paz, Tamalameque y, por supuesto, Valledupar que es la capital.
¿Qué tenían en común estos municipios? En primer lugar, la situación geográfica, estaban situados en seguidilla lineal en la carretera troncal, lo cual les hacía fácil de integrarse en el mapa alargado que constituiría el departamento. En segundo lugar, eran la vía obligada para que el nuevo departamento tuviera acceso al río Grande de La Magdalena a través de Tamalameque, Gamarra y La Gloria. El puerto de Tamalameque era el camino expedito para el embarque de ganado, cargas varias y el algodón que se producía en el norte y que eran embarcados en los remolcadores que surcaban el río hacia los puertos marítimos de Barranquilla y Cartagena y río arriba hacia el interior del país. También en Puerto Bocas, puerto de Tamalameque sobre el río Magdalena, quedaba la planta de abasto de Codi Mobil que surtía el combustible de la Guajira y lo que constituiría el norte y centro del nuevo departamento.
En tercer lugar, tenían en común el descontento con la clase política magdalenense —según palabras de Aníbal Martínez Zuleta— envilecida. Los políticos del Magdalena tenían a estos municipios sumido en un estado de abandono, las inversiones no llegaban a estos pueblos lejanos a la ciudad de Bastidas. Peor aún, el despropósito y el desconocimiento de los samarios sobre la clase política de nuestros pueblos era tal, que por lo menos en Tamalameque nombraban alcaldes nacidos en El Banco, en un claro desconocimiento sobre los líderes locales. Los maestros también venían nombrados de otros municipios igual que los demás cargos como colecturía y guardas de rentas, es decir los nativos de estos pueblos no tenían oportunidad de ostentar estos cargos en el universo local.
Por último, con contadas excepciones los oriundos de estas jurisdicciones no tenían acceso a esferas del poder político, llámese asamblea departamental, cámara y mucho menos senado, nuestros pueblos sólo eran tenidos en cuenta como cauda electoral de los caciques samarios que ejercían poder y presión sobe los gamonales asentados en el departamento. Nuestros abuelos, de extracción campesina, en su mayoría iletrados, no contaminados con la corruptela de la política y del poder, habían delegado, a través del compadrazgo, en algunos gamonales los destinos de la política local, y estos a mediante telegramas recibían las órdenes impartidas desde Santa Marta y por esa misma vía hacían tímidas solicitudes respetuosas proponiendo tal o cual nombre para ser tenido en cuenta como guarda de renta o maestro. No era otra la dinámica política de nuestros pueblos.
Naturalmente había uno que otro vivaracho, con mañas y marrullas aprendidas de sus jefes políticos samarios, que hacían y deshacían a sus anchas por estos pueblos de Dios. En mi pueblo se daba el caso de un jefe conservador local, que cada vez que viajaba a Santa Marta ponía a temblar a los empleados de nombramiento departamental, llámense juez, alcaldes, colector de rentas o maestros. Este personaje en cada visita a la capital de departamento azotaba como un huracán la fronda burocrática del pueblo, pues a su regreso a Tamalameque traía la destitución de cuanto funcionario no fuera de sus querencias y a la mano traía el nombramiento de sus reemplazos acrecentando su propio feudo electoral.
La situación de estos municipios descrita en los párrafos anteriores dibuja el panorama que caldeaba el descontento de los pobladores de estos municipios y con razón y bajo la inducción política de la casta política cesarense en ciernes que les mostraba pajaritos en el aire en un canto de sirenas que todavía perdura, tomaron la decisión de liberarse del yugo político magdalenense para probar en este nuevo departamento en que llevamos cincuenta años de altibajos y sinsabores.
Diógenes Armando Pino Ávila
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Sobre el autor
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Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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