Opinión
Jairo Tapia Tietjen

Jairo murió el 27 de agosto pasado, en olor de literatura, que es una de las mejores maneras de morir. Y para refrendar ese acierto final, murió de corazón; como un apagarse mientras se cierra el telón; en fin, la vida con sus vicisitudes es una obra teatral.
En una entrevista, el escritor Eduardo Caballero Calderón dijo que él no imaginaba a una persona jubilada y retirada sin el hábito de la lectura; esa carencia es un verdadero salto al vacío, un limbo existencial. Jairo adelantó en vida su salvación, porque si alguien pudiera jactarse de leer, como un rito diario, ese fue nuestro amigo Jairo. Ocupaba las horas en leer: leía libros, leía revistas, leía en internet; leía en el estudio, leía en la terraza de la casa… Hizo de cada lugar un paraíso, donde no podía faltar otra de sus grandes aficiones: los viejos vallenatos y la música del Caribe, especialmente el son y el bolero.
Y fueron precisamente la literatura y la música los bálsamos que le ayudaron a sobrellevar los quebrantos de salud en los últimos meses. En efecto, en esa circunstancia, la lectura y la escritura fueron balsámicos paliativos: “leyó y escribió como nunca”, nos ha comentado su hermana Elvira. Para la revista Integración, de la Fundación APROCODA, de la cual fue su director y animador permanente, escribió el que, intuía, sería su último artículo: “La lectura, un mundo incomparable”, y es que, acaso, ¿podría ser otro el título?
Como Amaranta, memorable personaje de Cien años de soledad, que hacía la cuenta regresiva de sus días en cada puntada de su mortaja, Jairo dejó en prensa la edición 33 de la revista Integración, su obra maestra de cada año. Esta vez fue riguroso en la selección de algunos artículos. Se interesó por dos que, leídos ahora, parecen manuales para la buena muerte: “En diálogo con Krishnamurti” y un texto del artista y escritor payanés Rodrigo Valencia Quijano. Me lo imagino atento y reflexivo, con las últimas líneas: “asumir el hecho real de que ‹‹para vivir hay que morir: morir cada día en todas las acumulaciones››”. Pero, sin duda, el texto que llegó a la sensibilidad de Jairo, publicado también en Integración, es la prosa poética del payanés Rodrigo Valencia Quijano: “Ausencia inexorable”, que tiene el aliento de una oración, y para Jairo una epifanía: “No tengo un rostro hermoso para ti… los siglos crucificaron cada una de las esquinas de mi carne; mis túnicas rasgadas dan testimonio de mi próxima muerte”. Cuando se lo comenté al maestro Valencia, hizo un gesto con los ojos, y me dijo: “Interesante, a la vez que extraño. Las vidas se entretejen, hay hilos comunicantes, sutiles maniobras que unen a los seres”.
Una mini biografía nos dice que “Colnal–Jairo–Codazzi parecían una sola esencia. Luchador incansable por mantener a Codazzi como referente de cultura en el Cesar. Del Colnal, Jairo era pasado y presente; pasado, porque hizo parte de los 14 estudiantes que se matricularon en 4º de bachillerato en 1968; presente, porque con la revista Integración, linterna de APROCODA, mantuvo vivo el cordón umbilical de los exalumnos con el glorioso Colegio Nacional “Agustín Codazzi”.
Gloria eterna a Jairo, en su segunda salvación.
Donaldo Mendoza
1 Comentarios
Los recuerdo en la mente de cada ser, nos hace inborrable y enterno. Así eres tu Jairo eterno porque vivirás en el recuerdo de todo un pueblo al que nunca permitiste que se apagara su cultura, en el que sembraste la semilla del amor por la lectura.
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