Opinión
En este pueblo hasta al cura le sale el diablo

Era un día caluroso, los rayos del sol caían perpendiculares sobre las calles del pueblo, las hojas de los árboles no se movían, la ausencia de brisa acentuaba la sensación de calor sofocante, los pocos parroquianos que se aventuraban a caminar a esas horas -dos de la tarde- se les vía presurosos, andaban pegados a los alares, esquivando las inclemencias de ese sol canicular que les achicharraba la piel y les ensopaba la ropa con sudor.
De un momento a otro se presentó una brisa suave y caliente, que traía con ella carbonizadas pequeñas hojas de hierba de los playones aledaños, que sufrían el rigor del incendio provocado por algunos irresponsables que quemaban la mata de monte para “desencamar” las hicoteas para capturarlas y comercializarlas en el pueblo donde por épocas de Semana Santa son muy apetecidas.
Decía que era la Semana Mayor, época de recogimiento y reflexión, donde el pueblo desempolva una serie de creencias y tradiciones heredadas de sus mayores y que datan posiblemente de épocas coloniales, transmitidas de generación en generación y que hacen parte del acervo cultural popular, al cual se le ha ido agregando, generación tras generación, temores atávicos que hacen parte indisoluble del imaginario popular de estos pueblos que se calcinan bajo el reverberante sol del caribe colombiano.
Era una Semana Mayor apacible, en las casas las familias se sentaban bajo la sombra de los frutales del patio de sus casas, las mujeres haciendo la comida mientras comentaban sucesos relevantes de sus vidas, las hijas y nueras recién venidas de las ciudades capitales se untaban repelente contra los mosquitos mientras los niños alborotaban toda la casa jugando a las escondidas. En tanto los hombres se emparrandaban con sus amigos en un convite tácito que la costumbre hacía, reuniéndose por edades, parentescos, amistad o vecindad, donde se hablan de temas variados, y los tamalamequeros se ponen al día recibiendo en forma de chismes todos los acontecimientos que han ocurrido en el pueblo mientras estuvieron por fuera.
La labor de comunicadores de buena o mala fe, generalmente la hacen algunos personajes reconocidos que viven en nuestro pueblo y que como “canaleros” se acercan a las parrandas a consumir licor por cuenta de los demás, mientras se gana la simpatía del grupo “jalándole la tira” a sus coterráneos. Es en estas parrandas donde salen a flote temas variados y a veces íntimos que van desde quién le debe a un “cobra-diario” hasta la desfloración de una doncella. Cabe anotar que a partir de lo contado se genera una ola de murmuraciones que cubre toda la localidad sin importar uno de los dos estratos en que está clasificada la comunidad (pobres y más pobres)
Era Miércoles Santo, estaba sentado con Kennedy Vargas en la puerta de la casa, gozando de la fresca sombra que nos brindaba un frondoso maiztostao, Kennedy con su particular estilo de contar, mientras reía, las anécdotas de nuestros paisanos, ya me había contado por qué el agrónomo Jorge Rizo se quedaba hasta tarde en la noche en Pailitas, me había hecho infidencias sobre nuestro peluquero local y el origen del nombre sonoro de esa peluquería (Paraguaypoa), me había narrado las últimas de nuestro común amigo Fabían Roberto Rodríguez Vega y muchas anécdotas de más paisanos y paisanas, mientras festejábamos a carcajadas todas sus jocosas ocurrencias.
Estábamos en esas cuando pasaban dos muchachos, de aproximadamente catorce o quince años, el uno le iba contando al otro que en la Casa Cural le acababa de salir el diablo al cura. Afinamos los oídos, paramos la risa y Kennedy sin poder contenerse les dijo: «Hey, pelaos, vengan acá». Cuando los jóvenes se acercaron preguntó: «¿Qué fue lo que le pasó al cura?», y uno de los muchachos le contó: «Que el cura salió al patio de la Casa cural y vio a un muchachito bembón, de pelos apretados, ojos grandes, sin camisa y descalzo que lo miraba y, cuando el cura le preguntó que por dónde había entrado y qué hacía ahí, el pelao desapareció y el cura está asustao»
Kennedy me miró a los ojos esperando mi comentario. Por miedo a que Kennedy lo contara en una de esas parrandas, no se lo dije pero mi pensamiento fue: «Este pueblo está tan jodido que hasta al cura le sale el diablo». No me atreví a manifestárselo a Kennedy pero minutos después le dije mi frase a Gerlín Aguilar, y éste de inmediato la publicó en su estado de Facebook con letras mayúsculas «ESTE PUEBLO ESTÁ TAN JODIDO QUE HASTA AL CURA LE SALE EL DIABLO».
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
4 Comentarios
Muy buen relato, esas son las vainas que sólo se le ocurren a las personas talentosas de nuestra región caribe. Felicitaciones Diógenes
eres una de las personas de nuestro pueblo q as echo historia y leyendas con todas las anectodas y su seceso q pasan en tamalameque y piloto del festival de la tambora.que Dios lo siga bendiciendo para q nos siga narrando en tus libro las historia de nueatro pueblo q seran leídos de generacio en gerracion
Lectura agradable y con mucho deleite . Hace parte de esos textos q uno quisiera q continuaran. Gracias Pinocho por colocarle estilo y gracia a las vainas de nuestro pueblo..Bendiciones
Grato terminar un extenuado dia, de múltiples actividades laborales y fatigantes informes administrativos, con una fresca y enriquecida historia que nos vuelve a las raices, cargada de simbolismo y con una exquisitez lírica propia de la narrativa de @diogenespino.
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