Opinión
Síndrome de once

Toda enfermedad presenta un cuadro patológico, caracterizado por unos síntomas específicos o parecidos a otra enfermedad, esos son los síntomas, de los cuales se valen los galenos para dictaminar qué padecimiento sufre su paciente y, basado en ello puede recetar los fármacos que curen la dolencia o paliativos que la haga llevadera, mejorando la calidad de vida del enfermo.
Hay trastornos psicológicos que presentan sintomatologías al igual que las enfermedades somáticas, las del cuerpo, en este caso las de ese complejo rincón de la psiquis humana tan esquiva al estudio de sus intrincados laberintos. Uno de estos trastornos es el que se detectó en la ciudad sueca de Estocolmo, cuando el 23 de agosto de 1973 un delincuente de nombre Jan Erik Olsson, prisionero que gozaba de permiso, ingresó al banco Kreditbanken de Norrmalmstorg hiriendo a un policía y reduciendo a otro, tomó de rehenes a cuatro personas y exigió al gobierno tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas. Lo curioso de este caso es que los rehenes se sintieron atraídos por su captor e incluso justificaron su acción tratando de impedir el rescate, alegando que se sentían más seguros con su captor que con la policía. Este caso se conoce mundialmente como “el síndrome de Estocolmo”.
Otro de los síndromes raros es el “asperger”, “caracterizado por dificultades en la interacción social, sobre todo con las personas de su misma edad; alteraciones de los patrones de comunicación no-verbal -pueden parecer enfadados, por ejemplo, y no estarlo-; intereses restringidos, inflexibilidad cognitiva y comportamental; dificultades para la abstracción de conceptos, interpretación literal del lenguaje y otros síntomas más. Los niños con el síndrome de Asperger aparentan ser para la mayoría brillantes, felices y cariñosos”. En la red hay listas de los personajes famosos que sufrieron el síndrome de asperger: Albert Einstein, Charles Darwin, Nikola Tesla, Andy Warhol, Isaac Newton, Susan Boyle, Steven Spielberg, Tim Burton, por solo tomar algunos (no sé qué veraz sean dichas listas). Hay otros síndromes famosos, muchos, tantos que sería dispendioso describirlos y, además, no hay espacio en esta columna para ello.
Sin embargo, hay un síndrome que vengo siguiendo desde hace varios años y que en mi quehacer como educador me preocupa, es el que yo he llamado el síndrome de once. Esta patología tiene un periodo de incubación muy lento, dura aproximadamente once años, en los primeros cinco años de padecimiento el paciente no muestra síntomas claros que alerten al padre de familia o al maestro, pues se tiende a confundir sus síntomas con la indisciplina normal, propia de la edad en niños de la básica primaria, este encubrimiento mimético del achaque, permite su avance en forma incontrolada y en el último año de padecimiento aflora y ya no tiene control ni cura, aunque algunos pacientes la sufren a los diez años de incubación, incluso hay pacientes precoces que la afloran a los nueve años de escolaridad.
En concreto, los niños entran al prescolar y empiezan su proceso de socialización, aprendiendo en la interacción con sus pares del grado, y en los descansos observan el actuar de los grados superiores de la primaria, y ahí comienza el contagio, pues aprenden en forma rápida las conductas inapropiadas de los niños de más edad y, cuando terminan la primaria, llevan en su interior una cantidad de conductas aprendidas y que al llegar al bachillerato desean mostrarla, y en efecto lo hacen, propiciando gestos de indisciplinas mayores, que en la primaria no hacían.
Este aprendizaje escalonado de la indisciplina continua en el bachillerato y entre más avanza en los grados superiores así mismo va acumulando comportamientos adversos e indisciplinados que hacen su aparición en el último año de su escolaridad en la secundaria, es decir en el grado once aflora con ímpetu la enfermedad. Los que la sufren se vuelven ingobernables, desatentos, desaplicados y ejercen liderazgo negativo sobre los que no la padecen o que son portadores asintomáticos. Generalmente, los grados once son el quebradero de cabeza de profesores y directivos y en más de una ocasión factores perturbadores del quehacer pedagógico en la escuela y causa directa de la ruptura entre el padre de familia y profesores, pues el primero cree que su hijo es un alma de Dios y el segundo, que ve y sabe de los problemas del muchacho piensa otra cosa.
Hay que ponerle mucha atención a esta enfermedad y desarrollar soluciones para él, de lo contrario, con el tiempo, se saldrá de madre la institucionalidad educativa en cada escuela, los estudiantes subvertirán el orden, agredirán a los profesores y los padres de familia acolitarán estos actos.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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