Opinión

La fiesta de San Gustavo

Edgardo Mendoza

21/11/2018 - 06:05

 

La fiesta de San Gustavo
Una vista aérea de Cúcuta / foto: La Opinión

A mi amigo Gustavo Gómez Ardila, escritor de Norte de Santander.

Cerca del Parque de la Independencia Nacional en una ciudad de frontera, hay un edificio amarillo crema de muchas puertas blancas. Siglos atrás, era una plaza donde inventaron el fútbol y las peleas de gallos los indios motilones. De allí viene la leyenda. Cuando los perdedores en las peleas de gallos se marchaban, rogaban a La Niña Teresita, consuelo y revancha para próximos pleitos.

Hoy, el viejo caserón está lleno de juzgados que no juzgan, y opera la DIAN que persigue rápido a los enfermos ciudadanos sin contemplación. Allí también funciona la Academia de historia de Santander, entre montones de libros de color sepia, rojo y otras tonalidades, con hojas vestidas de ayer.

El edificio en el día huele a panes frescos y a naranjas, a ropa nueva y a sudores recientes. En la noche cambia su aroma a otras brisas, entre ellas a forasteros con olor a miseria. La noche olvida las sentencias de los juzgados, el descaro de los impuestos, las modelos, sus perfumes, y todo ese círculo que la humanidad organiza sin orden. Es una bola de nieve, sin nieve. Por eso el pueblo, para simplificar las cosas, lo bautizó el Parque de la bola, así de simple.

Muy pocos saben que ahí está un santo. Usa una aureola como gorra y a veces una gorra como aureola. Es San Gustavo. Como poquísimos saben de su existencia, el tercer lunes de cada noviembre, un minúsculo grupo se reúne a celebrarlo en macro silencio.

La leyenda dice que la Niña Teresita, la misma de los galleros perdedores, tiene por ojos un par de esmeraldas y toca una guitarra con cuerdas de sus propios cabellos. Entonces, aparece con tres vírgenes prestadas del cielo, de las once mil existentes, aparece, tranquila con muchas flores pegadas en su blusa.

Angie es la primera de las vírgenes, por su nombre no parece, pero lo es. Para la ocasión luce un ombligo de tela en su camisa, Natalia R. tiene un suave olor a conventos, se ríe tranquila y desea que todo el vino entre por las ventanas del recinto. La vida le debe muchas fiestas a Natalia, o ella le debe muchas fiestas a la vida. Karen A, aparece tímida y sonriente, si se rompe una cuerda de las guitarras, pueden cogerla de sus cabellos en desorden, pero limpios e inocentes.

Se apaga la luz, entonces solo queda el aura de San Gustavo. Un saxofón del siglo XVI llora canciones dentro del salón. El santo se baja del nicho y lo escucha. El saxo suena como una chicharra nostálgica y trasnochada, quien lo interpreta se viste de negro total y no puede tener otro nombre que Cristian, pues viene a la fiesta de un cristiano, de un santo.

Yo tampoco sé porque estaba ahí, tal vez un pagamento de mis bisabuelos del siglo XIV. San Gustavo estaba tranquilo, bajó del pedestal con pasos de gato. Entretanto Teresita tocaba la guitarra y los ángeles pusieron la voz en su garganta de seda, la guitarra apenas prestó las cuerdas. La noche paseaba tranquila fuera del recinto. El Santo varón sintió el llamado y cantaron al alimón boleros, guabinas, pasajes y vallenatos de aquellos sin bulla que poblaron el cielo como una cometa. Natalia quería rancheras, los santos no cantan rancheras, pero San Gustavo en su día complace a sus fieles.

Desde la sacristía llegaron los vinos de la vieja España y del delgado Chile. El Santo desapareció en la aurora con su aureola en el parque de la Bola. También yo llegué solito para contar el milagro. Desde hoy seré adicto a San Gustavo y su pequeño jardín de vírgenes, un material tan escaso, muy escaso, solo un defensor de brujas como San Gustavo lo sabe. Ahora tengo un olor a vírgenes o a brujas, pero debo esperar un año, para que ocurra de nuevo el milagro…

 

Edgardo Mendoza Guerra

#TiroDeChorro

Sobre el autor

Edgardo Mendoza

Edgardo Mendoza

Tiro de chorro

Edgardo Mendoza Guerra es Guajiro-Vallenato. Locutor de radio, comunicador social y abogado. Escritor de cuentos y poesías, profesor universitario, autor del libro Crónicas Vallenatas y tiene en impresión "50 Tiros de Chorro y siguen vivos", una selección de sus columnas en distintos medios. Trata de ser buena gente. Soltero. Creador de Alejo, una caricatura que apenas nace. Optimista, sentimental, poco iglesiero. Conversador vinícola.

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