Opinión
De abuelas y creencias
La mayoría de personas cree que la edad cambia o morigera los temperamentos en algunas personas, en otras los vuelve adustos, gruñones y esquivos, tal vez sea verdad. Sin embargo, pienso que la edad y los cambios de carácter están más en la mente que en los años y, cuando mucho, se da una relación dicotómica entre ambos.
Ahora que funjo de abuelo, por supuesto he tenido algunos cambios en mi comportamiento. Soy más serio, más reposado, demoro más para tomar una decisión, pero al mismo tiempo soy más pechichador y cómplice con mis nietos, celebro sus travesuras, a veces soy “el parcero”, ocultando algunas cosas que hacen, para que su abuela, el polo a tierra de la familia, no se entere. De todas maneras, soy bastante rígido en cuanto a rendimiento escolar y tengo la critica preparada para dar a conocer mis disgustos.
Toda esta perorata inicial para contarles que en las postrimerías de cada año, época de nostalgias y recordaciones, de balances y reflexiones, se nos viene a la cabeza la imagen de esas viejitas de cabezas plateadas y cutis surcados por el paso de los años; en mi caso el de mis tías abuelas, altas, erguidas de tez negra, obsesivas por el orden y la limpieza, portadoras de una oralidad impresionante, guardianas de la historia de nuestros ancestros, sabedoras de secretos y curas con plantas milagrosas, que en su sabiduría conocían el punto exacto de sal y demás aderezos para que la comida fuera agradable al paladar de todos los de casa.
Abuelitas llenas de esa sabiduría que solo los años dan, que tenían las palabras justas para cada ocasión en que las pilatunas nuestras perturbaran el sosiego del hogar; abuelitas de sabios consejos y reprimiendas tiernas, y a veces de tono severo, acompañadas de palmadas y chancletazos que más que hacernos daño nos daban risa, la cual no podíamos manifestar delante de ellas, por temor a que, en la proxima, nos duplicara la dosis. Abuelitas alcahuetas que se oponían a que mamá nos castigara, pues ella creía que ese privilegio sólo le era dado a ella, que íntimamente sentían que su autoridad de matrona de la casa, se menguaba y que su poder en los dominios de su hogar se perdía, si mamá nos castigaba y no ella.
Abuelitas que se molestaban cuando se violaban sus creencias, las cuales me gustaba trasgredir a diario, ya que entraba a casa y cogía un taburete de cuero, le ponía una sola pata delantera en contacto con el piso y posaba mi mano en la esquina del espaldar del lado contrario a la pata en contacto con el piso y con la otra mano lo hacía girar velozmente, cuando ella se daba cuenta me regañaba con una teatralidad que me divertía: «Muchacho, ¿qué hace? —me decía— no ve que así llama a la muerte». Yo me reía sin que ella me viera y volvía a girar el taburete para que ella me lanzara la chancleta, con ello comprobaba su fortaleza y su puntería y huía riendome de su alcance.
Otra de mis pilatunas que molestaban a mi tia abuela, era cuando llovia, las personas que llegaban de la calle, dejaban el paraguas abierto y boca arriba en la entrada de la casa, yo tomaba uno de ellos lo metía en la sala y comenzaba a girarlo en el piso como una peonza. Cuando la abuela se daba cuenta de mi proeza, salía enfadada a regañarme diciéndome que no lo hiciera, ya que la casa se caería en poco tiempo. No entendía por qué ella sabía la relación del paraguas girando con la posibilidad de que la casa se cayera.
Recuerdo que cuando en la cocina se derramaba al piso alguna porción de sal, ella corría alarmada a derramar agua sobre la sal, y fuera de casillas decía a mis hermanas, que había que ser más cuidadosas, pues derramar la sal en el piso traía mala suerte para la familia. Lo mismo pensaba cuando veía que barrían la sala de adentro hacia la calle, mi abuela se encorajinaba y regañaba a la que barría diciéndole que no se podía barrer en esa dirección ya que echaban a la calle «la gracia de Dios».
Sé que ustedes, mis bondadosos lectores, están haciendo cada uno el inventario de las creencias de la abuela y las rabietas que en esa “mala maldad” le hacíamos a estos seres excepcionales con que la vida y Dios nos premió para que nos cuidaran y consintieran.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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