Opinión
Servir es la mejor obra de una vida
Gracias a la tozudez de mi amigo Wadith Gutierrez Rodriguez, un grupo de jóvenes soñadores, valientes y con aspiraciones justas, iniciamos el grato camino, en julio de 1987, de conformar el Capítulo Valledupar, de la Cámara Junior de Colombia. Sembramos realizaciones, aprendimos, desaprendimos, reaprendimos, nos integramos, propiciamos soluciones a la comunidad, a partir de cuatro campos de oportunidad: individuo, administración, comunidad, internacionalismo y con el paso de los años nos proyectamos a la sociedad. Allí, desde el primer momento, aprendimos que “(…) servir a la humanidad es la mejor obra de una vida”.
Durante su periplo terrenal, en pleno ejercicio del ministerio que Dios le encomendó, Jesús enseñó a sus discípulos y a todos, "el que de vosotros quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”, lo cual constituye una actitud de vida, un propósito personal y la mejor manera vivir con significado. Es un rumbo que al mantenerlo asegura un destino compensado. Servir de manera desinteresada es el alimento que más le sirve al hombre para confirmar que vale la pena vivir.
En aquellos tiempos, por la década de los años sesenta, el comportamiento comarcal se fundaba en el respeto mutuo, la solidaridad y el servicio entre vecinos, familiares, conocidos y amigos. La muchachera se movía de una casa a la otra, llevando o trayendo algo, en cadena interminable de favores, de servicio altruista, sin menoscabo del cariño, el afecto y la integración.
1967, fue un año definitivo para Valledupar. En marzo, falleció en trágico accidente el líder político, catalogado por el maestro Escalona en su canto de despedida como, el hombre más grande que el Valle ha tenido; el 21 de junio fue sancionada la Ley 25 de 1967, por medio de la cual fue creado el Departamento del Cesar, El 21 de diciembre, el Presidente Carlos Lleras Restrepo, lo inauguró y nombró como primer gobernador al Dr. Alfonso López Michelesen, quien conformó su gabinete e inició la organización administrativa, misional y funcional de la nueva entidad territorial. Días después, el gobernador conoció al Dr Álvaro Araújo Noguera, hijo del venerable Santander Araújo ––representado de manera magistral por John Bolívar en la serie de televisión “La Cacica”––, y lo invitó a asumir como secretario de hacienda, pese a haber nombrado antes al Dr. Álvaro Pupo.
A partir de esa circunstancia, trabajaron juntos, se conocieron mejor e hicieron un nudo colaborativo que, después, se hizo más fuerte. En 1973, tuve la oportunidad de trabajar, en mis vacaciones de fin de año, como Control de pacas en Asocesar, entidad asociativa de algodoneros, gerenciada por el Dr Araújo, quien luego aceptó ser suplente al Senado, de mi padrino Crispin Villazón de Armas.
En 1974, el Presidente Alfonso López Michelsen lo nombró gerente general de la Caja Agraria, quitándoles el predominio a los miembros del partido Conservador, en tan importante posición, regalándole la oportunidad a la región Caribe para que un costeño la asumiera por primera vez y, fue mucha la utilidad, por cuanto el nuevo gerente democratizó la accesibilidad al crédito, lo que generó alivio a pequeños y medianos agricultores y ganaderos. Después fue nombrado ministro de agricultura y más adelante fue presidente de Comegan hasta cuando incursionó en política, perdió primero y en 1982 fue elegido representante a la Cámara, años después senador y como tal autor del proyecto que creó el fondo nacional del ganado, creó el movimiento político Alas. Se lo considera estratégico y sin misterios en el ejercicio público. Se esmeró por dejarle a Valledupar el edificio de la Caja Agraria, el primero de esa altura. Su vida ha sido el servicio puro allende los meandros de su reconocida inteligencia.
Cuatro meses después de inaugurado el departamento, inició el Festival de la Leyenda Vallenato. En 1969, se incorporó la categoría “aficionado” e hizo su presentación, con su hermano Emilianito, ambos hijos del Viejo Mile, autor de La gota fría y acordeonero formidable, alguien que contribuyó, en grado sumo y, desde entonces, al engrandecimiento de la música vallenata y a la consolidación del cantante como nueva figura estelar del conjunto vallenato. No solo ganaron el concurso sino que, meses después, fue invitado y grabó seis canciones con el segundo rey vallenato, Nicolás Elias “Colacho” Mendoza e ingresó después al nuevo conjunto vallenato, Los Hermanos Lopez, con el canto de Jorge Oñate, aportándoles canciones como “mis viejos, los tiempos cambian, el campesino, Stelita González, éxitos todos, desempeñándose como corista y guacharaquero. Unos años después, grabó con su hermano Emiliano y hasta el sol de hoy: una carrera fulgurante como cantante, compositor, artista vallenato y un contribuyó al fortalecimiento del folclor vallenato, al posicionamiento de la música vallenata, a la materialización de la amistad como servicio imperecedero, a la valía de la fuerza inspiracional, e interpretativa, del vallenato como uno de los mejores vehículos para fundir las penas, los dolores vivenciales y las carencias, en alegría, confianza y poder.
Por esa época la medicina estuvo muy bien representada en Valledupar con médicos prestigiosos, clínicos y humanitarios: Ciro Pupo Martínez, Rafael Valle Meza, Leonardo Maya Bruges, Alcides Martínez Calderón, entre otros. Recuerdo muy bien al Dr Valle Meza, cuyo consultorio se ubicaba en la calle 15, entre carreras 9 y 10. Fue el padre del también médico, Rafael Valle Oñate, científico, servidor como el que más y humanitario, desarrollador y humanista, quien, en 2018, el médico reumatólogo, internista e inmunólogo, recibe en esta anualidad, como en anteriores, reconocimientos y honores por su gran obra médica, científica y humanística. Es Investigador Junior (IJ) con vigencia a 2019, Doctorado en HARVARD UNIVERSITY. Recientemente declarado Maestro de la Reumatología Panamericana.
En uno de los días calurosos de aquel mes veraniego llegó a Valledupar, procedente de Fonseca y a partir de ese momento se quedó para siempre pero antes de cumplirse las primeras cuarenta y ocho horas siguientes a su llegada, fue inaugurado con el entonces habitual “paquete chileno”. Tiempo después se consagró como el hombre de los mejores jugos, en la heladería Bacarat, luego en la Torcoroma. Innovó añadiéndoles un extraño polvillo que con el paso de la vida supimos que era canela molida. Hombre de bien, honesto, trabajador y en el trasegar del camino neocatecumenal. Su hijo, Eivar, es artista plástico, de quien el fundador y codirector del Museo Arte Erotico Americano – MAREA y director de talleres de gráfica, escritor, editor, curador, investigador, conferencista, ecologista, profesor universitario, gestor de proyectos culturales, promotor de eventos artísticos y happener Fernando Guinard, manifiesta que “Eivar Moya es pintor y dibujante cuyas escenas plasman gestos inmersos en atmósferas plagadas de espiritualidad erótica.
Sus maestros son quienes han trascendido el moho de la historia y las bacterias del tiempo.
Su línea es sinuosa y suelta como la de Luis Caballero y Rafael Dussán, libre como la imaginación de los amantes.
Su pintura es un viaje por la historia del arte y del hombre, es un ojo atento que transgrede la temática, agrega gestos, cuerpos entrelazados, éxtasis sexuales y mirones asesinos que observan a sus víctimas con aire de suficiencia y cinismo.
Darío Ortiz en un texto para presentar su exposición en la Galería de Luis Guillermo Moreno nombra a Miguel Ángel, Gericault y Luis Caballero.
Su trabajo más representativo está plasmado en su serie Caprichos de la memoria donde a través de la amalgama de la pintura y el dibujo se apropia de escenas de grandes maestros y las interviene con toques insólitos de realidades paralelas donde fluyen personajes que acarician los órganos sexuados y cuerpos diminutos que se lanzan a penetrar umbrales húmedos y fétidos. Observar la obra de Eivar Moya es un placer genial, sensual, un proceso erótico que se inicia en una mirada y termina en un cadáver exquisito.”
A estos obreros sociales, líderes de su propia vida y ejemplos emulables, al alcance del mayor esfuerzo personal, creativo e innovador, la Cámara de Comercio de Valledupar, paradigma de la buena gobernanza y el desarrollo organizacional, en buena hora liderada por el incansable, y encomiable, José Luis Urón Márquez, con acompañamiento de su Junta Directiva: Leodavis Rojas Quintero, Imel De Jesus Rivero Zuleta, Eleuteria Hernandez Jaimes y en representación del Gobierno Nacional, Gustavo Gnecco Oñate y Héctor Onofre Santana Duran, con laborioso equipo de trabajo, les rinde homenaje, entre otros líderes destacados, este jueves 20 de diciembre de 2018, en la ceremonia de la entrega de Reconocimientos al Mérito Empresarial Premio Julio Villazon Baquero. Que esa demostración de reminiscencia, gratitud y complacencia por su extraordinario desempeño vivencial, sea siembra cuya cosecha despunte, y puntualice, nuevos liderazgos al tiempo que estimule a las actuales y a las nuevas generaciones. ¡Honor a quienes honor merecen!
Alberto Muñoz Peñaloza
@albertomunozpen
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
1 Comentarios
Excelente artículo Alberto.Que este año que est a por empezar y los que siguen ,Dios te siga dando Sabiduría,para que sigan tus escritos para la ciudadanía global. Un abrazo desde Barrnquilla de Maravilla. Wdith Gutierrez R.
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