Opinión

La biblioteca municipal

Alberto Muñoz Peñaloza

05/02/2019 - 06:30

 

La biblioteca municipal

Por aquellos días veraniegos, cuando el calor de marzo era acechante, en Valledupar, el grito estrepitoso de Paquito Monsalvo, y otros de su edad y estilo, rompía la quietud inclemente del medio día, insinuándose la tarde, para recordar que había vida: arepita e queque merengue chiricana y dulce, atento a que Poncho Lopez Yanet, sacaba la cabeza de la hamaca siestera y a grito de pulmón, preguntaba ¿y llevas panochita?, sin dar tiempo de nada ordenaba, en ese acaso ¡arrima acá! De lo contrario te podei’r con tu tropelin pa’ otra parte.

A esa hora del día se sentía el DC-3 de Avianca surcando el cielo vallenato, acercándose al aeropuerto Alfonso López o marchándose hacia Barranquilla. Ya se rumoraba por el pueblo sobre quienes habían viajado y con qué achaques se llevaron a cualquiera. Era fácil saber qué autos iban al aeropuerto, o regresaban, por la prisa, el estilo de viajero internacional del conductor, a sabiendas de que no viajaría, y en ocasiones por el remordimiento que se dibujaba en su rostro por la cantidad de gasolina “gastada” para el viajecito. Pinto, quien fue uno de los primeros taxistas, antes de salir para el aeródromo les preguntaba a sus clientes, ¿ha montado antes en un avión? Cuando contestaban que no, sacaba una bolsa de manigueta y se las daba, “por si acaso, esto es más efectivo que él mareol y ahí pueden vomitar todos si llega el caso, pero no me ensucien el carro”. Al rato, circulaban los dos periódicos capitalinos y, en el caso de nuestra casa, El Espectador, “disputándose” mis hermanos mayores la página deportiva.

Durante el día había disponibilidad, en la calle del Cesar, después de la Farmacia Central, hasta el mercado público- hoy galería popular- de oportunidad para leer: paquitos de Chanoc, Juan sin miedo, Rico mcpato, Tio rico, El llanero solitario, Far west, Santo el enmascarado de plata, Tribilin, Viruta y Capulina, Blue demond, y muchos más. Los más nuevos, muchos en colores, se conseguían allí y más barato el alquiler, por lo trajinados, más allá de cinco esquinas, “alantico” del hospedaje Gabi, frente al estacionadero de los comelobos, como se les denominaba entonces a los buses urbanos. Existía la posibilidad certera de poder apreciar a Héctor Bolaños, cuando tocaba la guayabalera.

A principios de 1969, cuando ingresé al glorioso Colegio Nacional Loperena, una de las cosas que más me impresionó, aparte de la reciedumbre del profesor Roberto Campis y la integralidad locativa, fue la biblioteca: una sala en el primer piso que, entonces, veíamos descomunal, pero en estos tiempos, aprecio en su justa dimensión, cada vez que hay elección porque honrosamente allí me corresponde votar. Ya me gustaba leer y leía con intensidad, gracias a las sabias enseñanzas de mi tío político, el profesor e Ingeniero ndustrial, Francisco Molina Díaz. El profesor de español, Jaime Gomez, nos llevó rápidamente y la emoción fue “grandota y sincera”, como en “Mi pueblo”, el canto del maestro Leandro Diaz. En ires y venires me leí Don Quijote de la mancha y cada vez fue intensificándose la lectura con lo cual mejoramos, de manera ostensible, la redacción, la ortografía, la comprensión lectora y el discurso personal. La lectura los hace libres, nos repetía una y otra vez.

De ahí en adelante afiancé el método de decirle a mi querido padre que necesitaba éste o tal libro, y nunca me lo negó, mucho menos a partir del día en que Antonio Castro, uno de los propietarios de la Librería Departamental, lo instó a apoyarme en ese sentido, “algún día se verán los buenos resultados.”

Se nos vino, un tiempo más adelante, la Biblioteca Popular de Colcultura, a tres pesos -de la época- cada ejemplar, por semana. Adquirir uno era privarme de tres avenas, de las de Franco o de tres empanadas “de los chocoanos”. Lo logré y conservo todavía algunos títulos como el No. 8 Capitanes intrépidos, de Rudyar Kipling, quien recibió el premio Nobel en 1907.

Como caído del Cielo, nos tropezamos una tarde feliz con un hombre bajito, sabio, lector voraz, intelectual y humanista: Manuel Palencia Carat. Pasábamos con mi amigo querido, Hebert Segundo Maldonado Mestre, encantados en la gran “carga” de los palos de mango, en el patio de los Quintero Romero y, de pronto, nos vimos de frente con una nueva realidad cultural en Valledupar: el Centro de Historia del Cesar. Fuimos acogidos con esmero, amabilidad y agradabilidad por. Ahí nos quedamos, en buena charla e inicié la lectura de Así es la Guajira, escrito por el padre Guarecu -José Agustín MacKenzie Useche.

En 1970 nos llegó el premio mayor: fue inaugurada la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López, en la esquina, diagonal al teatro Caribe, ahí donde operó mucho tiempo la carcel del mamón, bajo la dirección del inolvidable “papatino” – Florentino “Tino” Gonzalez. Si, en el sitio del Convento de San Cayetano. La nueva construcción borró, de una buena vez, la fuerza y el depósito memorístico de una gran época vallenata, sin tener en cuenta para nada su inmenso valor patrimonial. Pero en verdad fue la decisión previa a la construcción, que embelleció el sector y ofreció, a manera de un oasis en el desierto, el nuevo manantial de agua cultural, fresca, formativa y prístina.

Llegaron las exposiciones de pintura, las presentaciones teatrales, los recitales, la capacitación cultural: arte dramático, pintura, danza y continuó el Ballet vallenato, su inolvidable gesta cultural y artística. Y en el segundo piso, la Biblioteca Enrique Pupo Martínez, que maravilla. Excelente disposición metódica de la bibliografía disponible, con ficheros y después de la inducción, la amenidad requerida para volver y volver. Fue muy bien dotada, con colecciones cuyo valor patrimonial, hoy día, es incuestionable e impagable. El tío prestigioso, Álvaro Castro Socarras, fue el primer Director y quien trazó, con obras, la línea de acción institucional, en tiempos del Gobernador, Alfonso Araújo Cotes. Después, la maternal e infatigable vieja Meche, Mercedes Romero de Quintero, la dirigió con pulcritud y diligencia. Fue un verdadero apostolado el de la siempre recordada Teresita Pupo de Daza, como responsible de la Biblioteca y durante muchos años se mantuvo encendida la llama cultural de tan valiosa dependencia.

Lo demás es conocido. La otrora exitosa Casa de la Cultura se vino a menos, después de la supresión y liquidación del Instituto Departamental de Cultura y Turismo, cumplido lo cual se la entregó en comodato a la Alcaldía de Valledupar. Los murciélagos, las palomas y los gatos se juntaron para darle el “testazo” final, pero a punta de “La Palabra Encantada”, exposiciones y formación cultural, la mantuvimos en acción. Con dolor en el alma se dispuso el cierre temporal de la biblioteca, por el pésimo estado locativo y en aras de preservar la disponibilidad bibliográfica. De 2012 a 2015, hicimos todo para salvar la Biblioteca, con visita ministerial y todo, pero no fue posible reactivarla. No hubo recursos, pero preservamos los libros, se conservaron de manera intacta y casi que en vía de urgencia, recomendamos a la administración entrante proceder de conformidad y se hicieron reparaciones básicas para evitar su colapso.

En 2017, la libramenta fue retirada y llevados, en forma temporal, a la Academia de Historia del Cesar, cuya sede física es propiedad del Municipio de Valledupar. Se adelantaron los trabajos locativos en la Casa de la Cultura pero los libros siguieron allí. Y allí están, en manos de particulares, pese a formar parte del inventario oficial y de su valor. Seguramente no se perderán por la honestidad de quienes siguen en labores de vigilancia y aseo, sin que haya como pagarles, lo cual configura un pasivo contingente a futuro. Pero estamos a tiempo. Dios permita que durante el gobierno actual del municipio, a cargo del Alcalde, Augusto Daniel Ramírez Uhia, se decida, con idoneidad, qué hacer con los libros. Lo mejor sería darle continuidad a la biblioteca municipal, creada mediante acuerdo municipal, en otra locación y ojalá no muy lejos del Centro Histórico, para la atención de sus moradores y visitantes y, además, cubrir con su oferta el sector, no siempre tenido en cuenta, de la margen derecha del rio Guatapuri.

Otra opción sería habilitar un espacio en la sede de la academia, pero Valledupar merece su Biblioteca Municipal, con programas de extensión cultural a cada una de las comunas y a las sub-areas corregimentales. Allí bien puede implementarse el tipo de Biblioteca temática, con énfasis en temas de ciudad, del área rural y de la zona urbana, reuniéndose información técnica y publicaciones, de planes de desarrollo, planes sectoriales y otros documentos de no menor interés, con apoyo interactivo, como no ocurre hoy día.

Contar con prestantes miembros, de la Academia de Historia del Cesar, como los eruditos Adalberto Marquez Fuentes, Lili Vargas de Mendoza, Rodolfo Ortega, Ruth Ariza Cotes y Tomás Dario Gutiérrez, entre otros, es una buena oportunidad para viabilizar el debido aprovechamiento del inmueble a su cargo y, a través de un convenio de asociación, como lo hicimos en 2014, posibilitar la realización de actividades conjuntas y la oxigenación misional y funcional de la Academia. Que no termine este cuatrienio sin haber dado pasos firmes frente a esta problemática. Mientras tanto, recuerdo las palabras del profesor Jaime Gomez: la lectura nos hace libres.

 

Alberto Muñoz Peñaloza

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

4 Comentarios


Félix Carrillo Hinojosa 05-02-2019 06:52 PM

"Excelente relato. Lo que siempre puedo esperar de ti"-Fercahino

Yarime Lobo Baute 06-02-2019 03:50 AM

Mi querido Alberto, me tomo como experimento leer tu columna en la hora que suelo disponer para meditar en las madrugadas, bebo tus letras y el deleite, los contrastes entre lo macondiano, lírico abstracto, razonamiento abstracto, cotidianidad y cruda realidad se hacen presente, se entremezclan, se hacen uno y explotan en mi pecho en forma de alegrías y melancolía. Nada más cierto y urgente que tomar en serio LA BIBLIOTECA MUNICIPAL, leer da ALAS, nos hace libres como sociedad, el LIBRE PENSAMIENTO es una causa de URGENCIAS que se debe cultivar y no dejar a los azares, mucho menos al "Déjame está institucional" .... Mi querido y gigante amigo de apariencia Quijotesca robusta (gracias a las cientas de Arepitas de Queque, chiricana, dulce, avenas y panochitas que por ahí pasaron) de corazón te digo: ¡arrima acá! y nos tomamos un delicioso café, en caso de no lograrlo, bien te podei’r con tu tropelin pa’ otra parte.... jajajajajajaja!!! Te quiero y admiro mucho mi Alberto querido!

Jose Atuesta Mendiola 06-02-2019 11:27 AM

Doctor Alberto Muñoz, excelente texto, redactado con el aroma de la infancia. Fuerte abrazo, mi apreciado amigo.

hernando dario suarez gomez 21-02-2019 07:22 PM

Comparto los acertados comentarios. Leer tus escritos es recordar y vivir los años juveniles

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