Opinión
Salir con una coach
Los nuevos avances científicos demuestran que viviremos 20 años más que las generaciones pasadas. Hay más alimentos, menos guerras, medicinas para más enfermedades y más investigaciones de todo tipo. Hoy existen remedios para todo, para que te den ganas, para que se te quiten, incluso para que se te paren las ganas, todas incluso las obsesiones, son cercanas y posibles. En mi sueño de poeta menor, solo quería una cosa, salir con una coach, esos raros, pero abundantes seres aparecidos hace pocos años por la región.
Mil veces pensé cómo eran, su risa, sus sueños, sus expectativas y hasta su forma de caminar. Una amiga cercana me indicó los lugares preferidos de las coach. Pernoctan generalmente dentro de la Alcaldía de Valledupar o en los conectores de Wifi gratis de internet instaladas están en los parques de la hoy ciudad naranja.
Una tarde de marzo salí en su búsqueda y, precisamente, estaba ahí, intercambiando datos. Al inicio, y por el desconocimiento de cómo son, pensé que la muchacha tenia efectos de la ingeniería ciborgs, pero sólo era un tatuaje laberintico en su brazo derecho, imaginé “Un mundo feliz”, aquella novela de Aldous Huxley publicada en plena Gran Depresión en 1932, incluso leí 1984, aquel libro de Orwell, para ver si encontraba alguna respuesta. Lo mío era obsesión, no depresión, ni aspiración, ni expiración, ni nada que terminara en “sión” ni en “ción”, tal vez en SION encuentre comprensión del mundo de hoy.
Llegué a imaginarme si era Homo sapiens o la última neandertal del planeta, pero era ella, pegada al dispositivo internáutico del parque.
Confieso, la saludé con miedo, el miedo helado de un hombre ante lo desconocido. Esa tarde hablamos pocas cosas, intercambiamos un par de Whatsapp y quedamos en encontrarnos la noche siguiente. Repasé palabras de las nuevas tecnologías para sorprenderla, pero las olvidé al llegar al lugar pactado. Ya no era un hombre nervioso, sino además mudo. Me alegré por un instante al ver que soltó por largo rato su móvil para nuestro dialogo inicial, llegué a pensar que era por falta de datos o minutos, pero preferí quedar dudoso.
De entrada me dijo que era la primera vez que salía con un hombre de generación X, había tenido algunos encuentros con Millenials y le parecieron simples, incluso salió con un Silent Generation y fue algo fantástico, una austeridad total y en todo. Tú -dijo-, eres de la generación EGB, tienes tus buenas cosas, el éxito te acompaña por doquier. Mi novio del año pasado era Baby Boom, pero a pesar de comprendernos en algunos aspectos, su ambición desmedida, era incorregible, terminó diciendo.
Llegamos a un barcito de esos que aún quedan en la ciudad, yo nervioso, mudo y ahora sin saber que era mi generación X. En la escuela, en algebra, despejar la X fue siempre mi gran problema, de manera que ahora tengo yo mismo que despejarme.
Ya rompiendo el hielo en el barcito, ella pidió un Vega Sicilia Único, pero el señor quedó tan pálido como yo con mi generación, entonces cambió su pedido a un jugo de orange, explicándole con algo de paciencia que era de naranja. Lo único orange cercano que habíamos escuchado era Orangel Maestre, el rey vallenato que traducido al vallenato es simplemente Pangue. La Naranja acordeonera estaba casi lista. El tabernero debe ser de la generación Silent, dijo con voz pausada. El Pangue le había pegado una panga a sus contendores en la ahora plaza amarilla, recordé.
Por esas vainas de la serotonina, dopamina y oxitocína de mi generación, había pensado en los pocos hoteles y escasos moteles de la ciudad, los recorrí en mi mente uno a uno, que tantas veces había recorrido en otros vuelos y con otras garzas, pero hoy estaba liquidado sin discusión.
Me dijo a manera de compensación que yo era un coachee en formación, mientras ella se había adiestrado con método dialógico y lenguaje praxeológico todas las etapas de la vida moderna. “Debes tener implícitas emociones y motivaciones creativas, te conviene una coach sistémica para que puedas sentirte como un caballo salvaje”, me dijo.
“Te presentaré una coach personal, más funcional y cognitiva y si es posible una más transformacional ontológica integral que comprenda mejor tu generación, porque a veces te comportas como Millenials, tienes vainas de la generación Z, pero te comportas en ciertas situaciones como de la generación Y”.
Quedé sonámbulo, como un zombi. Desde entonces jamás intentaré salir con una coach, me dedicaré a visitar psicólogas y vademécum psiquiátricos para ver la luz al final del bar. Hay abundantes coachs por la calle, el problema es que no tienes nada que conversar con ellas, están tan enredadas en las generaciones que no generan confianza. Las garzas, aunque vuelen alto y jueguen voleibol, son mejores, definitivamente.
Me entrenaré en otras cosas y en los jugos de naranjas que son el rebusque diario. Valledupar, ayer ciudad de mangos, su alcalde viste de zanahoria para convertirla en ciudad naranja pero los vallenatos la llaman “Ciudad ZaNaMangos”. En eso estamos. Ojos que no ven, como razón que no sienten.
Edgardo Mendoza Guerra
#TiroDeChorro
Sobre el autor
Edgardo Mendoza
Tiro de chorro
Edgardo Mendoza Guerra es Guajiro-Vallenato. Locutor de radio, comunicador social y abogado. Escritor de cuentos y poesías, profesor universitario, autor del libro Crónicas Vallenatas y tiene en impresión "50 Tiros de Chorro y siguen vivos", una selección de sus columnas en distintos medios. Trata de ser buena gente. Soltero. Creador de Alejo, una caricatura que apenas nace. Optimista, sentimental, poco iglesiero. Conversador vinícola.
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