Opinión

La Niña Lacha

Diógenes Armando Pino Ávila

05/04/2019 - 05:20

 

La Niña Lacha

 

Ahora que veo en la televisión colombiana, en algunos noticieros, una sección donde ensalzan a algunas personas por la labor social que realizan en sus pueblos, y muestran sus iniciativas y obras para que sirvan de ejemplo a la sociedad, como una muestra de que todo no está perdido, y que esta especie depredadora que todo destruye, todavía guarda en su ADN algunos códigos de bondad que se niegan a desaparecer.

Me viene a la memoria una serie de personajes de mi pueblo que en el pasado y en el presente, bien pueden encajar en el perfil de los personajes ensalzados por la televisión. En todos los pueblos de esta Costa Caribe hay decenas de personas que, por su labor altruista, merecen ser homenajeados. Estos personajes de humanistas acciones desempeñaban y desempeñan las más variadas profesiones u oficios y van desde el mecánico que enseña su oficio a los jóvenes de escasos recursos, hasta la humilde vendedora de pescado que organiza y mantiene un equipo de futbol. Todos merecen tal distinción.

En Tamalameque, me ha llamado la atención, entre otros muchos, el caso de Doña Eufrasia Mejía, mujer que tuvo la oportunidad de cursar algunos años de bachillerato en una época y en un pueblo donde educarse una mujer era un lujo que pocas podían darse; pues la educación del hombre y la mujer tamalamequera sólo alcanzaba hasta la básica primaria. En el caso de las mujeres, esta educación estaba regentada por las monjas misioneras de la congregación Madre Laura, donde enseñaban a leer en la cartilla La Alegría de Leer, enseñaban también a escribir con una caligrafía hermosa de letras grandes y bien definidas, insistían mucho en las tablas de multiplicar y las cuatro operaciones matemáticas, largas jornadas de religión y los talleres de bordado.

Doña Eufrasia, logró hacer hasta quinto de primaria en el colegio de las monjas y su padre don Eloy Mejía, dueño de un almacén de telas y custodio de las prendas del milagroso Cristo de Tamalameque, la mandó a estudiar fuera de la localidad logrando cursar algunos años de bachillerato comercial. Este hecho le dio un estatus y jerarquía ante sus coterráneos que, de inmediato, la pasaron a llamar la Niña Lacha como una distinción social con la que el pueblo le daba méritos a las mujeres distinguidas.

La Niña Lacha en sus estudios de bachillerato por fuera del pueblo logró tener entre sus asignaturas, clases de contabilidad, taquigrafía y mecanografía de las cuales fue alumna aventajada, por ello haciendo gala de su emprendimiento innato montó una escuela de mecanografía en nuestro pueblo, para que los muchachos que habían terminado la primaria en la escuela pública o en el recién fundado Instituto Tamalameque, que había abierto sus puertas para la básica primaria y primero y segundo de bachillerato, tuvieran una opción diferente de trabajo, aparte de la pesca tradicional o las labores del campo.

En la escuela de mecanografía de La Niña Lacha alcanzaron a aprender la mecanografía algunos muchachos del pueblo, los que andando el tiempo reemplazaron, en los cargos de la alcaldía a los foráneos que los ocupaban ante la ausencia de personal nativo idóneo para el manejo de las famosas maquinas Remington de la época. A estas alturas de tiempo y época se puede concluir que gracias a doña Eufrasia Mejía a éstos jóvenes le cambió, en parte, la vida y pudieron ir poco a poco escalando dentro de la burocracia local de cargo en cargo hasta alcanzar la estabilidad que proporciona un sueldo mensual para formar su propia familia y educar a sus hijos.

La gran mayoría de jóvenes no tuvieron la oportunidad de aprender a manejar una máquina de escribir y quedaron relegados en las faenas de pesca artesanal y las labores propias del campo, haciendo rocería, ordeñando vacas, lidiando becerros y otras actividades de dureza en el trabajo y poca remuneración, mientras que la mayoría de los aprendices que estuvieron bajo las enseñanzas de La Niña Lacha lograron obtener una pensión ante el antiguo Infopal, la Alcaldía del pueblo o el hospital.

Doña Eufrasia Mejía andando el tiempo ocupó el cargo de Colectora de Impuestos Nacionales, donde se mantuvo hasta su pensión, luego de lo cual reabrió su escuela y siguió enseñando la mecanografía a nuestros jóvenes hasta que las nuevas tecnologías llegaron y las computadoras personales reemplazaron a las viejas máquinas de escribir Remington.

Me es grato hacer este reconocimiento a doña Eufrasia Mejía (La Niña Lacha) y a todos esos personajes de los diferentes pueblos que realizaron una labor callada y permanente en pro de mejorar y dignificar la vida de sus paisanos. Te invito a revisar en tu localidad a esas personas anónimas que realizaron labores parecidas y ojalá fueran homenajeados y reconocidos por sus coterráneos y que las nuevas generaciones le guarden el respeto y la consideración que ellos se merecen.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

@Tagoto

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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3 Comentarios


Gerlin Aguilar 05-04-2019 08:20 AM

Merecido homenaje.

REYNALDO BARRIOS CANDIA 05-04-2019 03:09 PM

Felicitaciones para el escritor y amigo DIOGENES ARMANDO PINO AVILA, por ese hermoso reportaje de reconocimiento por su ardua labor como Colectora de Impuestos municipales en la decada de los 80, a la Señora EUFRASIA MEJIA, la niña Lacha, con quien tuve la oportunidad de dialogar y discutir ciertos puntos de vista en esa época.

Gina Ospino Arroyo 08-04-2019 11:06 PM

Hermoso homenaje a esta gran mujer. Gracias a usted DIÓGENES ARMANDO PINO ÁVILA, por su escritura creativa. Bendiciones!

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