Opinión
Los alemanes de Tamalameque
Muy a pesar del color de la tez, el tamalamequero no se reconoce afro. En ese trajinar permanente, buscando historias para contar, he preguntado cómo se identifican racialmente y lo más cercano a negritudes me lo clarificó mi primo Kennedy Vargas cuando me respondió, en su particular mamadera de gallo: “Nojoda loco, yo no soy negro ni blanco, hasta moreno me aguanto”.
En este pueblo de piel morena vive la familia de don Andrés Gallardo con doña Bernardina Peinado, nortesantandereanos desplazados por la violencia del 48, primero vivieron en Pailitas y, luego, pasaron a Tamalameque, donde formaron su familia y criaron a sus hijos. Doña Nina de piel trigueña, pero don Andrés era blanco de cara rubicunda y cabellos flechados, sus hijos heredaron su color y complexión, tal vez por el color de la piel y las travesuras que, desde siempre han hecho, los apodaron los alemanes.
Don Andrés trajo a nuestro pueblo un camión Ford Modelo 51 y cargaba el maíz que se producía en las fincas y también cargaba arena desde la quebrada La Floresta hasta nuestro pueblo para la incipiente construcción de casas de material que comenzaban a reemplazar las casas de bahareque y techo de palmas. Desde que tuve uso de razón lo conocí sin latas ni carrocería, su motor permanecía a la vista y unas estacas de palo redondo sostenían unos tablones que servían de carrocería para que la arena no se derramara.
Sus hijos aprendieron a manejar en el Ford 51 y por las permanentes varadas aprendieron la mecánica, ya que ellos mismo lo reparaban. Don Andrés no era mentiroso, dice su hijo Armando, a él le gustaba adornar las historias, dice y se ríe mientras cuenta una que su padre le refirió: «El General Maza, me regaló un sable, el cual no me quitaba del cinto por ninguna circunstancia y una noche, siendo cabo del ejército tuvimos que pernoctar en zona rural. Colgamos las chinchorras en un caney y yo colgué el sable en un horcón. Aún nos metimos a los chinchorros se desgajó una diluvial tormenta con rayos, centellas, aterradores relámpagos y ensordecedores truenos. Una centella entró por debajo de la puerta y serpenteante esquivó todos los chinchorros y fue directo al horcón y partió el sable en dos --dice Armando que su papá hizo un gran silencio y él intrigado le preguntó--: Ajá papá, ¿y qué pasó? --A lo que don Andrés con viveza le respondió-- “¡Pendejo, que si lo tengo al cinto, usted no hubiera nacido!”.
Desde pequeño los alemanes se han caracterizado por unas travesuras sanas, pues siempre han sido cordiales y respetuosos, una vez que le pedía a los dos menores que llevaran unas lagartijas y ranas para disecarlas y hacer un rincón de la ciencia en la escuela de Puerto Bocas, días después pasé en frente de la casa donde vivían, doña Nina me llamó y me hizo pasar a la sala para preguntarme qué tipo de animales les había pedido que llevaran a la escuela, le dije que ranas y lagartijas, me hizo mirar por una ventana al interior de uno de los aposentos y enroscada a poca distancia de la cama estaban dos boas de aproximadamente metro y medio cada una. Doña Nina con una sonrisa cansada me dijo: ¿Vio las lagartijas que le tienen guardadas? Hace cuatro noches que no dormimos en ese cuarto. Le pregunté dónde estaban los muchachos, me tomó de la mano, me sacó a la calle y señalando el tanque del acueducto dijo: mire dónde están huyendo del castigo. Sí, los veía saludándome con la mano encaramados en la estructura de aluminio a 30 metros de altura.
Don Andrés y doña Nina murieron, sus hijos, Los Alemanes, tienen camiones pequeños, venta de comidas rápidas, taller de soldadura y arreglo de motos. Su piel se ha tostado por el sol, pero sus sanas maldades y sus mentiras continúan en ellos. Hoy los visité para recordar algunas anécdotas y me divertí a mares, me hicieron pasar al patio del taller y me mostraron una construcción en ladrillo a la vista, de dos pisos, me dijeron que era el nuevo apartamento de Alfonso, uno de los menores. Intrigado pregunté por qué era circular y riéndose me dijeron que ellos creían que yo era inteligente, pero estaban equivocado, pues no era capaz de discernir el porqué de la forma de la edificación, me aclararon que el diseño obedecía al mosquito, pues Alfonso había descubierto que así el mosquito daría vueltas y vueltas alrededor del apartamento buscando por donde entrar a su interior y al final, acezante y cansado caería vencido por el vértigo y moriría del porrazo que se darían contra el suelo del patio. Todos ellos soltaron la carcajada y, yo no tuve más remedio que reír también, en coro con este trio de locos agradables.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Monte las fotos de los alemanes...quedé con la curiosidad de verles la estampa.
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