Opinión
Florentino
Llegó a Sagarriga De La Candelaria en el primer lustro de los años 30 procedente de San Juan del Cesar. Para entonces era un joven apuesto apetecido por cualquier jovencita soltera del lugar, pero él se decidió por la viuda rica del pueblo, madre de un hijo de apenas 8 años.
Los amores fueron cortos. Le manifestó su deseo de casarse a sus padres y la boda se hizo sin escatimar gastos. Llegaron invitados de todas partes. Ese día, las hamacas se agotaron en el pueblo y en los pueblos vecinos. El rancho de 12 por 12 metros que su suegro mandó a construir no fue suficiente para acomodar todas las hamacas, así que decidieron alojar personas en casas vecinas, en la inspección de policía y en la escuelita. Todo se llenó de hamacas colgadas para esperar a los invitados después de media noche cuando la música de viento tocara la última tanda.
Ese día, el cantante de la orquesta improvisó una canción y la montó en el pentagrama. El novio, a pesar de su juvenil figura, tenía una calva prematura en forma de corona franciscana por eso el cantante en su composición resaltó aquel detalle: “Ay, ninguno mandó a Leticia/ Que se casara con Manjarrez / Ay la corona de Manjarrez, ay la coronaaa…
De este matrimonio se habló por muchos años y solamente pudo superarlo otro similar 50 años después, cuando un guajiro se casó con una damita del pueblo y trajo como invitados a media población de su natal Barrancas.
Muy pronto, Florentino comenzó a manejar el inmenso capital de su esposa dónde demostró su poca experiencia. Éste se fue agotando por la falta de innovaciones y poca asistencia tecnológica.
Indiscutiblemente, Florentino fue un hombre muy singular, su tema principal era hablar de su hombría y bravura para enfrentar cualquier situación. En una ocasión, cuando caminaba rumbo a su finca, tropezó con un tronco y rodó al suelo, inmediatamente se incorporó con pistola en mano, le disparó en repetidas ocasiones mientras le hablaba: “H.P. Ojalá fueras un hombre para que te mataras conmigo”.
Cierto día, a su casa llegó un saco lleno de carne salada procedente de El Paso, pero sin ninguna especificación de quien la enviaba, y, como su esposa tenia familiares en ese lugar, se imaginó que podría ser algunos de ellos. De modo que comieron de esa carne por muchos días. Tres meses después recibió una carta de su amigo Euclides Córdoba donde le decía: “compadre, espero que la carne de tigre que le envié le haya servido para curar su malestar. Debe molerla y comer pequeñas porciones revueltas con sus alimentos para que no se note”. Apenas terminó de leer la carta se fue en vómito y diarrea y duró así por muchos días...
Arnoldo Mestre Arzuaga
Nondomestre@Hotmail.com
Sobre el autor
Arnoldo Mestre Arzuaga
La narrativa de Nondo
Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.
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