Opinión

La tijera que corta

Alberto Muñoz Peñaloza

29/07/2019 - 05:50

 

La tijera que corta
Matrimonio / Foto: Lina López

Con solemnidad ajena a la cotidianidad se presentó don Foción Bustamante, aquella mañana primaveral, como la que describió el Cacique de La Junta, Diomedes Diaz, en una de las primeras canciones que le llevó al disco el jilguero de América, Jorge Oñate. Con alegría disimulada y un aire escondido de complacencia me pidió sacar un tiempito para acompañarlo a “tomarme las medidas, para un vestido entero”, casi en susurro hizo sonar un triquitraqui eufórico: ¡Se nos casa Carmencita! “A las diez nos vamos”, ordenó con afecto. Y fuimos, a la Montecarlo, en la esquina de Tura Maya, calle diecisiete con carrera octava. Comentamos el comercial tradicional de “sastrería Montecarlo, donde Cesar lo viste ¡y lo viste bien!

Con rigor de cirujano experto, aquel sastre diminuto, pero con gran talento según lo sustentado por su nuevo cliente durante el recorrido, tomó las medidas, las verificó una y otra vez, cumplido lo cual procedió a la escogencia de la tela y el color. “Me gusta este café, este es mio, porque viví muchos años en Bogotá, cuando trabajé en operaciones, allá en avianca y siempre me fue excelente con el café. Tuve un traje, con chaleco, de ese color y cuando me lo ponía nunca llovía, llegaba sequiiiito a la casa”, expuso el comprador.

-Esa es una tela egipcia, tiene etiqueta nacional, por el tema de aranceles e impuestos-, aseguró don Cesar. “es resistente, algún día acabará, pero el color será el mismo, es la machera”. Acordaron el precio y programaron el ritual de “la prueba”, ocho días después.

A las diez en punto, “ocho días después”, regresamos y se produjo la prueba que resultó ser una jornada extenuante de tres horas, durante la cual se hizo primero en papel de tienda, luego la chaqueta de cartulina, en periódico, en celofán, en ‘regenta’, después en etamina descolorida y luego con la propia, sin costura, pero con hileras de alfileres finamente incrustados. Un cuestionario de muchas preguntas que don Foción, respondía con entera complacencia. Al final, lo subieron a una mesa y en distintos planos se comprobó la exactitud del molde prefabricado, con lo que, aprobado por el destinatario, se completó el proceso.

Faltaban quince días para el matrimonio. El modisto ofreció entregarlo en diez días, pero don Foción pidió que se lo guardaran hasta la fecha matrimonial, en la mañana, “porque en Mandinguilla se tiene como mal augurio guardar tanto tiempo, sin estrenarlo, el vestido entero cuando a uno se le casa una hija, como el matrimonio será por la tardecita yo me lo llevo en la mañana”. Así fue, pagó todo, luego un rosario de elogios mutuos, partimos.

El acontecimiento

Un día antes del matrimonio lo acompañé a comprar los zapatos, porque la camisa, en gracia del volumen amplísimo de su circunferencia abdominal, la trajo su hermana Rosario, junto con la corbata lisagina, desde Nueva York, donde residía. Solicitó mi opinión, coincidimos en que era una oportunidad feliz para lucir el ‘traje egipcio’ con un par de tres coronas color café. Llegamos al almacén Corona, poco antes de la vieja “bolsa”, se midió ocho pares, ninguno le sirvió, porque “me quedan grandísimos”. Fuimos a la sucursal, al lado de la cacharreria Valledupar, se repitió la ‘medidera’ hasta que el Busta aprobó, “estos son los míos, no hay como el zapato cómodo, me siento rey”.

Llegó el gran día, por un procedimiento especial en el establecimiento carcelario, no pude ir a la ceremonia matrimonial en la parroquia de Las Tres Ave Marías, después de alistarme a las carreras arribé a la casa de mi amigo, en el barrio Sicarare, poco antes de la llegada de los recién casados y su séquito. ¡Oh sorpresa! Don Foción llegó vestido con un traje gris claro, caminaba como ‘loro quemao’, presa de la angustia, el desespero y el terror. No pude saludarlo, ni mucho menos felicitarlo, porque entró a la casa, a las carreras, directo a ‘su cuarto’. Con estupor indetenible me quedé en la puerta de la calle, devanándome los sesos acerca de qué sería lo que había pasado, cuando sonó el vals, entro y veo a don Foción deslizándose por la sala con su hija hermosa, con cara de descanso, placidez y gozo, pero no tenía los tres coronas sino un par de mocasines descoloridos, viejos -como babuchas amaestradas- pero sabrosos, según lo contó después.

Siguió lo programado y justo después del baile protocolario, el brindis y la primera sesión fotográfica, capté la señal y nos reunimos los tres, en su cuarto. Cuando estuvimos solos nos dijo, a Alvaro Garcés y a quien esto escribe, “¡qué desastre! Me fregó el enano, todo se confabuló para esguañeñarme”. Acto seguido se quitó el saco, se puso el marrón, de lino ‘egipcio’. Mire esta vaina, le quedaba cinco centímetros arriba de la correa, las mangas bien pero no había la más mínima posibilidad de abotonarse. Cada solapa no pasaba de la tetilla correspondiente. Con esmero pudoroso se quitó el pantalón, se puso el del traje nuevo y lo ajustó. “Mire esta vaina, el chambonazo de César, me lo dejó ‘cojepuerca’’, fijese, lejos del carcañal, ¡vergajo! Ni que decirles de los zapatos, ¡que tortura! Apretadisimos, es que son 37 pero yo soy 39, no sé qué pasó, el día que los compré los sentí tan cómodos, menos mal me alivié al llegar”.

Pasamos toda la noche, durante la fiesta, refiriéndonos al ‘drama’ de nuestro amigo. Hugo González Montero, con actitud reverencial, como discretísima, preguntó por qué no había ido donde Rubén Argote. Se mencionó a Jorge Cantillo y prontísimo, Álvaro Garcés, manifestó con seguridad. -Foción, te equivocaste, el tuyo era Alfredo Morales ¡la tijera que corta! Reconócelo-. Se analizaron todas las posibilidades, pero se concluyó que don Rubén Argote, buen amigo del hombre, no aparecía fácilmente. Igual en el caso de don Jorge Cantillo, el hombre de la sastrería imperio, quien se mantenía activo, pero en un local sin aviso, casi incógnito. En cuanto a don Alfredo Morales, la tijera que corta, se encontraba en plena campaña como aspirante a la alcaldía por lo cual a lo mejor no hubiera podido hacerlo.

La verdad es que don Foción se comportó como un hombre resiliente, con determinación y creatividad, para superar la cadena de adversidades, que tuvo que enfrentar, no obstante lo cual, cumplió como padre, su bella hija contrajo matrimonio e inició su hogar, con el Chacho González, hermano de mi amigo Elkin y contrincante, con Pablo Baquero, en tenis de mesa. El esposo de Carmencita cantaba entonces con los hermanos, Millo y Poncho, Carrascal, después de haber cumplido una jornada exitosa con el maestro Andrés “el Turco” Gil, uno de cuyos éxitos fue el merenguito, de Oscar Cormane, el periquito: “Tanta vaina que uno le pasa, ay caramba le cuento un ratico, se me ha perdido el periquito, que iba conmigo a todas parte; pobre de mi animalito, quién sabe por dónde anda, cuando estoy en las parrandas, me hace falta el periquito”.

La fiesta fue muy buena, un ambiente de alegría, familiaridad, amistad y regocijo. A las dos de la madrugada se acercó, el sanjuanerisimo y vecino de los Bustamante, Beto Egurrola quien de manera sutil, fraternal y justiciera, ‘descosió’ la abotonadura del cuello en la camisa de don Foción, para lo cual se valíó de un finísimo bisturí que le había regalado, muchos años antes, el médico Alcides Martínez Calderon. -Descansé, nos dijo, la camisa que me trajo Rosario salió L y yo soy XXL, ¡mucha vaina verraca!

 

Alberto Muñoz Peñaloza

@albertomunozpen

Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza

Alberto Muñoz Peñaloza

Cosas del Valle

Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.

@albertomunozpen

1 Comentarios


Alberto Muñoz Peñaloza 30-07-2019 07:37 PM

Hay un error en la fecha de publicación del artículo: no fue publicado el 23 de julio, como aparece, sino el lunes 29 de julio de 2019. ¡Muchísimas gracias!

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