Opinión
El espuelú

Después de un mes de vacaciones, hoy regrese a la clínica a continuar con mis ejercicios cardiovasculares. Mi llegada causó alegría entre los compañeros, enfermeras y terapistas, todos de alguna manera me manifestaban su afecto con un abrazo o una expresión efusiva en su rostro.
Mientras hacía la legalidad de las ordenes de la EPS, escuché que alguien me gritaba desde el fondo del gimnasio: “Nondo, ven, ven”. Me giré lentamente y pude darme cuenta que se trataba de mi amigo Moisés Perea. Me esperaba con los brazos abiertos invitándome a que me acercara donde él se encontraba. Después de darme un abrazo “rompe-costillas”, me dijo: “Vee nondo, ¿y tú dónde estabas? Tú sí has hecho falta aquí. Vamos a sentarnos que voy a contarte algo”.
Hace mucho tiempo, cuando las calles de Valledupar eran destapadas, llenas de piedras y cascajos, apareció un personaje muy temido por hombres y mujeres. Se decía que quien lo veía recibía una maldición. Era un hombre alto, de ojos verdes, tez blanca y su boca estaba adornada con dientes de oro, además, vestía de una forma peculiar, botas y polainas que le llegaban arriba de las rodillas, las suelas de las botas estaban protegidas con carramplones de acero, pero lo que más llamaba la atención era unas filosas y relucientes espuelas que siempre llevaba puestas. Al caminar rozaban con el suelo lo mismo que sus carramplones de sus suelas, produciendo chispas de candela, que en las noches oscuras se veían a lo lejos. Esto causaba tanto terror en los Vallenatos, que muchos afirmaban que se trataba del mismo lucifer en persona.
Para esa época las mujeres se volvieron cachonas, muchos hombres maricas y otros vagos y borrachones, tanto las mujeres como los hombres echaban la culpa de su mal proceder al misterioso personaje. Las mujeres pilladas infraganti por sus maridos les decían que no sabían porque hacían eso, que todo empezó desde que habían visto al espuelú.
El misterioso hombre era tan terrorífico que la gente dejó de ir a las tiendas para no encontrarse con él, pero agobiadas por el hambre, las mujeres acudieron en forma masiva a las tiendas para surtir su cocina, lo que desató de nuevo la proliferación de hombres maricas, vagos, borrachos y mujeres cachonas.
Hasta el obispo monseñor Roig y Villalba intervino rezando y regando agua bendita en todas las tiendas. De esta forma el espuelú se retiró asustado a san José de Oriente, allí llegó procedente de Ocaña. En realidad, era un inofensivo hombre que escogía las tiendas donde vendían churro para mitigar sus ganas de beber.
Ahora que volvió a desatarse una lluvia de cachonas, vagos borrachones y maricas, se dice que el espuelû regresó regando su maldición por todas partes.
Arnoldo Mestre Arzuaga
Sobre el autor

Arnoldo Mestre Arzuaga
La narrativa de Nondo
Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.
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