Opinión

La pandemia que sufre Colombia

Diógenes Armando Pino Ávila

23/08/2019 - 06:00

 

La pandemia que sufre Colombia

 

Por éstos días de calores sofocantes en la Costa Caribe Colombiana y de intenso frío en las cordilleras, igual que la gripe, invade al país una corriente viral de reproducción cíclica que, cada cuatro años, aparece primero tímidamente en el mes de junio y empieza a sufrir cambios metamórficos en julio y agosto hasta convertirse en la criatura monstruosa de dimensiones colosales que ataca la opinión pública de todo el pueblo colombiano sin importar su condición racial, social o religiosa.

Esta pandemia presenta síndromes variados que van desde exacerbación del ánimo y la pugnacidad moderada entre amigos, familiares y vecinos, hasta el odio acendrado que divide hogares, acaba con amistades y enemista a familias enteras. Su agente viral, generalmente, es una persona con ideas populistas y un discurso meloso, almibarado que convence incautos y le pone al servicio de sus intereses arribistas. Este agente tiene una presencia camaleónica con la cual camufla sus verdaderas intenciones y presenta un discurso y una faz acorde a las circunstancias de tiempo y lugar, pues tiene la capacidad de escoger cuidadosamente su discurso en razón a las personas que le escuchan.

Generalmente, y sin proponérselo, es un conocedor empírico de la psicología de masas, pues sabe que el pueblo, en su mayoría “se identifica con su agresor” y, consecuentemente con ese saber, fustiga la masa que, ávida de su castigo, como mansa grey, camina resignada en busca de su agresión, en una relación sadomasoquista donde el asume el poder y, por tanto, la fusta agresora, mientras que el pueblo, víctima y victimizado, goza con la agresión y la mentira que su agresor les da en ese discurso verborreico de muchas palabras con escaso o ningún mensaje.

Esta enfermedad tiene otros síntomas asociados, como es la euforia y el entusiasmo de las personas que de un momento a otro abandonan la pesadez, la pereza y se aprestan a asistir a caminatas y manifestaciones donde soportan las inclemencias del clima sin desfallecer. La persona infectada tiene un cambio radical en el comportamiento y con entusiasmo monta camiones y buses atestados de personas infectadas igual que él, sin importarles el sobrecupo, el peligro en carretera, el hambre o la sed. Se conoce de personas de temperamento apagado y poca capacidad de comunicación que, ante la presencia del virus en su organismo, se vuelven comunicativos, al punto de perder el miedo escénico y ser capaces de subir a una tarima, tomar un micrófono y soltar un discurso veintejuliero en favor de su candidato.

Hay otros pacientes que sufren estoicamente la epidemia sin ser portadores, estas son las secretarias de los comandos políticos de pueblo, ya que por un mísero salario (en el mejor de los casos) o por la promesa de un empleo futuro, abren los comandos desde las seis de la mañana hasta las nueve o diez de la noche y permanecen íngrimas con solo dos o tres mujeres u hombres que llegan con una formula en la mano a la espera del candidato para que les regale el dinero para comprar la droga. La pobre secretaria atiende amablemente a estos señores y de tanto escuchar al candidato decir mentira, ella aprende también y miente, completa la mentira, la mejora y participa de la farsa promesera.

Pero la pobre secretaria tiene su castigo auditivo ya que tiene que escuchar todo el día y a alto volumen el sonsonete cansón del jingle oficial de la campaña de su jefe, supongo que la pobre sale en la noche del comando hacia su casa, enervada, con jaqueca, los oídos zumbándole y un sentimiento ambivalente hacia su jefe, el cual va de desear que gane o que se termine de una vez la campaña para no oír nunca jamás, melodía que le recuerde el maldito jingle que le tortura sus oídos y que le socava su paciencia.

Muchos miembros de comunidades marginales, hacen su agosto en estos meses y se convierten en “corre-comandos”, dedicándose cada día a visitar uno diferente a la espera de esquilmarle algunos pesos al político, ya sea en efectivo o en especie convertidos en tejas de cinc o bolsas de cemento.

Sería desatinado, no reconocer que hay candidatos honestos, motivados por su sentido de servicio y buena fe, que creen en el fondo de su ser, que pueden desempeñar su función política al servicio de su pueblo, son pocos, lo sé, pero los hay, a ellos y solo a ellos, sin importar de donde sean, sin importar su color político o su condición social, racial o religiosa les deseo la mejor de las suertes y ojalá el pueblo, en el futuro cumplimiento de su deber ciudadano ante la democracia, incline sus preferencias hacia ellos, por el bien de nuestros pueblos y el bien de Colombia.

“El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y explicar después por qué no ha ocurrido lo que él predijo”. Winston Churchill.

 

Diógenes Armando Pino Ávila  

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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