Opinión

Como en las casas de Mompox

Diógenes Armando Pino Ávila

10/01/2020 - 02:10

 

Como en las casas de Mompox
Centro de Mompox / Foto: archivo de PanoramaCultural.com.co

 

Estos pueblos del río, del Río Grande de la Magdalena, de lo que se ha dado por llamar la “subregión de la Depresión Momposina”, pueblos éstos con costumbres, tradiciones y oralidad común. Poblados cuya cultura y tradición tienen en común la Tambora como manifestación folclórica. Poblaciones que tienen el río Magdalena como límite que nos separa y que, al mismo tiempo, nos une. Subregión que apenas comienza a sentir la modernidad, pueblos que vivieron (aun algunos viven) su comercio y desarrollo bajo la sombra de poblados mayores como Magangué, Mompox y El Banco.

Municipios que apenas comienzan a iniciar su propio desarrollo y expansión económica, formando su propio comercio en una economía derivada de la pesca y la ganadería extensiva, y que, últimamente, pierden sus playones y humedales por el cultivo de la palma de aceite. Municipalidades que apenas hace cincuenta años lograron tener educación secundaria y que pudieron así brindar oportunidades a sus hijos de llegar a la universidad.

Mompox era la población favorita para los estudios secundarios de  quienes tenían la fortuna de poder estudiar el bachillerato, pues abría sus puertas el mejor colegio de la región, el colegio Pinillo de Mompox, esto le dio la fama y el prestigio a esta población y ayudó a posicionarla dentro de la subregión, además por la rancia historia que albergaba en sus calles coloniales, en sus balcones, en la albarrada y en sus templos, en los apellidos de abolengo que residían en el marco de la plaza, en sus filigranas y mecedoras tejidas en mimbre.

Todo eso hizo de Mompox epicentro cultural. La existencia de un colegio de secundaria le dio la oportunidad a los momposinos de salir a las universidades y profesionalizarse, antes, mucho antes que los pobladores de los pueblos circunvecinos, donde sólo lo hacían los hijos de los comerciantes, y ganaderos. Todo ello creó alrededor de Mompox los dichos de: “Mompox tierra de Dios”, “Inteligentes como los momposinos”, “Mompox tierra de locos”; todo con la asociación al estudio y a la profesionalización de sus hijos.

En éste territorio aflora la anécdota, el dicho, el refrán y los decires; el canto de tambora se da silvestre, sin afanes, sin pretensiones, el pescador, el juglar hace sus versos por el gusto y el respeto a su cultura y tradición. Estos tamboreros, cantadores y cantadoras se dan por doquier y perviven en grupos vivenciales que hacen posible la perpetuación de ese canto mágico llamado tambora. Claro está que también se han dado personajes como el poeta Candelario Obeso, Julio Erazo, compositor de muchos vallenatos y del famoso tango lejos de ti, Totó La Momposina, y el compositor más prolífico del Caribe Colombiano José Benito Barros Palomino.

Decía que este tipo de personajes y sus cantos, se dan silvestres y que sin quererlos éstos han dado pie para enriquecer nuestro anecdotario popular, como el del poeta Candelario Obeso, al que el poeta “Ñito” Restrepo en su poema a Candelario Obeso le decía, palabras más, palabras menos: “No más canto de amor si la hermosura/ por otro y no por ti de amor suspira…”; a lo que el bardo negro, blasfemante contestó: Dices que no me quiere; que la olvide…/ ¿Y bien sabes lo que es amor?/ ¿Sabes lo que me pides?/ Si el mismo Dios me dice que la olvide,/ le digo a Dios que NO…/ y si en castigo de mi blasfemia impía/ me la quita veloz,/ entonces, me suicido: voy al cielo/ y se la quito a Dios.

De José Benito Barros me encanta contar la del hijo de Chepe Valencia, ganadero Caleño aposentado en la finca Machín Berlín. Eduardo Valencia había llegado a Tamalameque a visitar a su anciano padre y a ordenar unos trabajos de riego para la siempre de arroz en su finca. Una tarde se fue de paseo para El Banco Magdalena y viendo la puesta del sol en el muelle sentado en las gradas escuchó la melodía de un pasillo, volteó en busca de quién la silbaba, observó que era un anciano sentado dos gradas más arriba de dónde él estaba, intrigado le preguntó al anciano si sabía cómo se llamaba ese pasillo y el anciano contestó: Pesares. Luego sonriendo le interrogó: ¿Sabe cuál es el compositor? El anciano con una amplia sonrisa displicente solo le contestó: Yo (en efecto, el anciano que silbaba era Benito Barros).

Para cerrar les cuento una de las anécdotas más festejadas por Agustín Pantoja, un guitarrista de mi pueblo, me decía que un día llegó Jaime Cadena (un mamador de gallo local), a la casa de su padrino, Gustavo Acuña (q.e.p.d.), notario único de Tamalameque, y, al entrar a la sala, se detuvo a observar gran cantidad de diplomas colgados a la pared y entre jocoso y burlón, señalando los diplomas, dijo: “Padrino, esta parece casa momposina”. A lo que Gustavo acuña contestó con sorna: “Pura primaria ahijado, pura primaria”.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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1 Comentarios


Gonzalo Gil.G. 10-01-2020 11:35 PM

Muy buelo felicitaciones.

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