Opinión
De reexistencias, existencias e insistencias, los pueblos de origen de Colombia
Hemos vivido sometidos a dos grandes expropiaciones de las raíces ancestrales en Colombia: el aniquilamiento físico de los pueblos, quitándoles sus territorios, despojándolos de sus formas de pensamiento, masacrándolos y condenándolos al olvido, y dos: la vergüenza, que dicho de otro modo es como hacernos sentir sin identidades y dejando a un lado nuestros orígenes ¿qué tanto sabrá la población colombiana sobre los pueblos originarios del país? El propio estado y los gobiernos desde hace más de doscientos años, han promovido el destierro y la invisibilización, negándoles el derecho a esas comunidades de existir y al tiempo a los demás de conocerles y entablar diálogos, que deberían estar tanto en la escuela, como en toda la institucionalidad. Sin embargo, esas comunidades no sólo se encuentran despojados sino también confinados y asfixiados. Mientras tanto nosotros, los que no somos de ninguno de sus grupos, nos condenamos a ni siquiera tener la más minina información sobre ellos. Desde la iglesia, todavía se les dice que sus lenguas son demoníacas, y desde ciertos sectores de la escuela se estudian similar a que si fueran piezas de museo, y algunos de los líderes políticos de derecha los consideran como si todavía estuviera vigente la Constitución del 1886, como sujetos irracionales, y la lección que nos han enseñado es dejarlos aparte, asumirlos con indiferencia y a rechazarlos por sus vestuarios, ceremonias y modos de idear el mundo.
Lo que nos llega son los madrazos que les echan, como el de hace pocos días gestado por Alejandro Plata del ministerio de las Tic, expresando un asco, y si por su voluntad fuera, deberían estar bajo tierra, nada contrario a lo que también dictaminan con micrófono encendido o apagado muchos de quienes nos gobiernan. Los medios y el proyecto cultural de la nación, apenas les conceden lugar como si estuvieran en una exposición de arte. Nuestros pueblos de origen han batallado por el reconocimiento, y como no se lo han dado, con su autonomía han logrado sobreponerse a las negaciones y colonizaciones que les sigue imponiendo.
Los pueblos de origen desde luego, han hecho su trabajo para sembrarse. Aunque los han tratado de arrancar, han aprendido y han podido mantenerse, pese al traqueteo de las armas, la ignominia, las amenazas, intimidaciones, la xenofobia y la persecución. en una proclama que han elevado con fuerza: insisten, resisten y reexisten. Es decir, continúan con sus canticos, invocaciones, conversando con el cosmos, no se dejan someter y hacen todo lo posible por volver a ser, siempre han sido. Por lo tanto, su memoria, sus disposiciones, así lo muestran, los demás no nos hemos percatado de la representación, de sus múltiples aportes y de tratarlos como lo que son: nuestros semejantes, parte de la raíz y del camino con el que nos hemos tejido.
Más de 500 años soportando la crueldad y la marginación y han sido ellos, quienes han defendido los territorios, protegido la biodiversidad, impedido que el agua sea saqueada y han ofrendado su vida y conocimientos al servicio de la humanidad, nos han legado el arte de reconocer que aquello que nos rodea es vida, que estamos emparentados con los árboles, los animales y las especies y que nuestro rastro y rostro en la tierra es un regalo a enaltecer. A ellos acudimos cuando requerimos sentirnos conectados, con ellos y sus medicinas nos permitimos sanarnos y recordar lo esencial. No obstante, el asedio y las amenazas son vigentes. Para dar un dato, desde el 2016 al 2019 hasta el mes de octubre, habían asesinado 196, y a abril del 2020 van 15. A eso se le suma el desplazamiento forzado, y la fuerza de megaproyectos de extracción, de minería, de embalses y demás, los fuimos sacando de sus parcelas, les excluimos de las ciudades y los fuimos dejando en lo más apartado. Por supuesto, la responsabilidad no es de toda la sociedad sino de un grupillo de individuos que han acumulado poder y miseria para la gran mayoría. Ahora, esos mismos saqueadores ven en los territorios donde se encuentran los hermanos indígenas, los recursos que corporaciones y multinacionales quieren explotar. Su respuesta ha sido la tolerancia y el tratar de estar tranquilos, sin dejar de denunciar los abusos y los incumplimientos que han acumulado. Su modo de responder es resguardando el patrimonio natural y de vida que nos pertenece a todos.
La amenaza que ellos representan para el estado, es que nos recuerdan que son primero y por tanto cuentan con una prevalencia y además su forma de vida, serena, en relación con la tierra, y con el arte de cultivar y preservarse, pone en jaque esa otra sociedad enferma por el consumismo y el desenfreno. Ellos han insistido en una vida modesta, siendo los guardianes de la tierra. Tampoco han renunciado a la defensa, y se han organizado: poseen estructuras férreas de pensamiento y han salvaguardado sus vidas con custodios, guardias indígenas, bastones de mando, y sobre todo con su conocimiento milenario, que nadie les podrá arrebatar.
Colombia es una nación que posee otras en su interior. Cuenta con una de las multiculturalidades más grandes de Latinoamérica. La diversidad es tal que alcanzamos 118 pueblos de origen reconocidos. Y hay unos 30 o más en ese tránsito. Según se dice, podían haber existido más de 400, antes de la invasión cometida por los españoles. Ahora sus reclamos no son otros, que vivir en sus territorios, asunto que ni siquiera pueden cometer, por las diferentes maneras de expropiarlos. Su fuerza ancestral pesa tanto, que no importa que los asesinen, insulten o los mantengan arrinconados, continúan caminando, mostrando su capacidad del buen vivir, obvio, los hemos contaminado, de prácticas deleznables. Pero los pueblos de origen se erigen con dignidad, sus sabios y sabias, sus consejeros, sus taitas, mamos, zagas, palabreros, hombres y mujeres de medicina, sus mamas y sus líderes, sus niños y jóvenes, su trascendencia de autoproclamarse en actuación colectiva, nos siguen dando el valor y el ejemplo de lo que somos y hemos perdido y deberíamos recuperar.
John Harold Giraldo Herrera
1 Comentarios
La palabra es poderosa y nuestra conciencia trasciende, el espíritu ancestral vive en nuestro ADN. Para los que miran hacia otra parte por la sensación decadente de la impotencia, deben entender que después de la aceptación viene la acción... Por ahora alzo mi voz y muevo conciencias para aceptar que nuestros ancestros claman por la defensa de nuestra naturaleza, nuestra esencia indígena sobrevive en cada uno de nosotros.
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