Opinión
¿Por qué se fue Luis Beltrán?
Siempre que podía, se escapaba, caminaba presuroso el kilómetro largo desde la casa de las tías abuelas hasta el puerto. Llegaba sudado, pero feliz. Le gustaba ver el atardecer a orillas del río Grande de La Magdalena, le encantaba el rumor de las aguas y ese sonido sordo de las pequeñas olas al golpear las canoas alineadas a la orilla, gozaba escuchando los gritos y mamadera de gallo de los braceros del sindicato de Puerto Bocas. Llegaba al puerto y se colaba entre los pasillos de las pacas de algodón prensado que se apilaban formando angostas calles a orillas del río, mientras eran cargadas en los barcos a vapor que atracaban en el puerto.
Le llamaba poderosamente la atención la figura imponente de los barcos a vapor, el Atlántico, David Arango, Medellín y otros lejanos a la memoria. Trataba de desentrañar el misterio, para él, de por qué compraban tanta leña esos barcos, le habían dicho que andaban a vapor, pero no le explicaron que la leña era para calentar las calderas que hacían mover las enormes aspas de madera con la que se impulsaban. Observaba como los pasajeros se aglomeraban en la parte alta de cubierta para ver a la gente del puerto que a su vez se aglomeraba en la orilla para verlos a ellos.
Envidiaba a los muchachos que subían al barco con las palanganas al hombro vendiendo, almojábanas, panochas, panes de queso y otros pasabocas horneados por las mujeres de Tamalameque. Era feliz oyendo los porros y rancheras mexicanas que emitían desde lo alto del barco a través de unas bocinas negras a las que los boqueños llamaban picó. Uno de sus sueños era viajar en el David Arango con destino a cualquier parte, por eso guardaba secretamente las pequeñas propinas que las tías abuelas le daban de vez en cuando.
Luis Beltrán se levantaba con los primeros rayos del sol, pasaba del patio de su casa al patio de la casa de mis tías por una pequeña abertura en la cerca de maquenque que separaba las dos propiedades. Comenzaba su labor botando el agua de las tinajas, para luego lavarlas con hojas de guayaba, primero las lavaba por dentro y después restregaba bien la parte de afuera hasta quitarle cualquier atisbo de lama del fondo externo, las colocaba de nuevo en el tinajero, retiraba el lebrillo, un pequeño recipiente de barro cocido donde se recogía el pequeño goteo de la filtración de la tinaja, cubría la boca a la tinaja con un paño blanco y limpio y procedía a sacar el agua del aljibe para llenarlas con agua fresca y limpia, de encima del tinajero, guardado en dos tarros de latón, tomaba un terroncito de azufre y uno de alumbre, para echarlos dentro de la tinaja, el azufre para que el que viniera sofocado y bebiera el agua no se refriara y el alumbre para cortar y enviar al fondo cualquier impureza.
Barría el patio, le daba de comer a las gallinas, a las seis de la mañana salía a dar los buenos días a vecinos y amigos de mis tías, sabía de memoria: «Buenos días, que mandan a decir mis tías que cómo amanecieron y que gracias a Dios ellas amanecieron bien». En otras casas donde había enfermos, había una pequeña variante donde le agregaba el nombre del enfermo: «Buenos días, que mandan a decir mis tías que como amanecieron y que como pasó la noche fulanito (el enfermo) y que gracias a Dios ellas amanecieron bien». Las respuestas también eran rutina: «Dígale a Doña Felipa y Doña Signecia que por acá amanecimos bien, a Dios gracias, (y si tenían enfermo) y que fulanito pasó la noche aliviadito».
Sabía de memoria las respuestas y el estado de salud de los enfermos. Un día en el recorrido, se había llevado en el bolsillo un trompo de madera que el mismo había fabricado, labrando a boca de machete en un trozo de carreto, le había puesto un herrón grueso para que bailara sereno. Lo había terminado en la noche, no lo había podido probar, de suerte que, a dos cuadras de la casa, sacó el trompo y se puso a bailarlo. Se entretuvo tanto que transcurrió la hora del recorrido sin visitar y dar los buenos días a las amigas y familiares. Preocupado, tomó el camino de regreso y al estar frente a mis tías, empezó a recitar las respuestas aprendidas: «Que doña Asteria amaneció bien y que Ramoncito pasó buena noche, que la tía Juana está bien gracias a Dios y que…»
Las tías lo escuchaban con una sonrisa en los labios, una sonrisa que él desconocía, pero, cuando terminó de darlas razones aprendidas, mi tía Flipa, la líder de la casa, lo tomó del brazo y le dijo “mentiroso”. Luis Beltrán, sorprendido, no sabía que ante su demora desde las casas de vecinos y familiares habían mandado a sus muchachos a dar los buenos días a mis tías: «Buenos días, que manda a decir mi mamá que como amanecieron por acá, que en la casa amanecimos bien, y que si Luis Beltrán está enfermo que no llegó hoy a dar los buenos días»
«Diógenes yo quería que el suelo se abriera y la tierra me tragara, me sacudí fuerte de la mano de la tía Felipe y me fui corriendo para la casa, empaqué mi ropa en una mochila, busqué mis ahorros y partí a la carrera para el puerto, llegué y me escondí detrás de un arrume de pacas de algodón, esperé hasta que llegó el David Arango, me embarqué y partí para Barrancabermeja donde vivo desde entonces. Fui feliz dos veces, monté en barco y viajé escuchando rancheras todo el trayecto.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
4 Comentarios
Excelente relato verídico, que nos traslada a un hermoso pasado que muchos vivieron y otros escuchamos, de pequeños y recitaremos para la posteridad
Diógenes armando muy buena la historia casual mente estuve en tamalameque y escuché las cosas q realizaba mí querido abuelo Luis Beltrán que en paz descanse Quiero darle las gracias por escribir una gran anécdota de mí querido abuelo muchas gracias Dios me lo bendiga
Gracias Por compartir tan hermosa historia de mi abuelo
Gracias por ser tan especial con los recuerdos de mi padre bendiciones
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