Opinión

El viejo Papi

Diógenes Armando Pino Ávila

26/06/2020 - 04:50

 

El viejo Papi
La Iglesia San Miguel Arcangel en Tamalameque, Cesar

Todos le llamamos “El Viejo Papi”, o “El Viejo”. Lo de viejo se le decía desde muy joven, pues ha sido uno de esos bacanes caribes en vía de extinción, esos bacanes que «andaban en la juega», pero que no le hacían daño a nadie, no robaban, no atracaban, no agredían, sólo pasaban su vida en esa bacanería caribe llena de sabrosura y goce. Era, y es, uno de esos bacanes que usaron pañuelo blanco detrás del cuello de la camisa, usaban «timbas blancas», es decir zapatos mocasines, sin medias y lucían pantalones «saltacharcos» como decía», pantalones de botas que no alcanzaban a llegar a los tobillos.

El Viejo Papi era uno de ellos, el man que escuchaba salsa y que hablaba con los ojos entrecerrados como si tuviera sueño. Estudiábamos en la Escuela Agropecuaria de Tamalameque, colegio que brindaba educación hasta el cuarto de bachillerato y en ceremonia de grado entregaban un diploma que acreditaba al graduando como “Practico Agropecuario” de ahí en adelante el muchacho salía a trabajar como campesino asalariado o emigraba del pueblo hacia los Institutos Técnicos de Buga, Ciénaga de Oro o Pamplona.

El viejo papi se fue para Buga junto con otros paisanos a terminar su bachillerato, siguió siendo el bacán caribe que siempre había sido. Cuando volvieron ya graduados sus compañeros que estaban en Buga realizaron fiestas familiares y de amigos para festejar su nuevo logro, pero El Viejo Papi no se manifestaba con nada, y, como siempre con la mamadera de gallo del tamalamequero, se le ocurrió a alguno de sus amigos preguntarle a doña Elvira, la mamá del Papi: «Doña Elvira, ¿cuándo va a ser la chicharronada del grado del Papi?». Doña Elvira, consciente de la mamadera de gallo de la pregunta, respondió con sorna: «¿Chicharronada? Será chucharronda, ¿no ves que El Papi, vino casado con una cachaca de Buga?».

El viejo papi se acercó a los pinceles y a las pinturas, se convirtió en pintor de letreros comerciales en las tiendas de barrio y se fue para Valledupar a ejercer ése, su nuevo oficio, allá vive y trabaja con sus pinceles, por temporada llega al pueblo y realiza su trabajo en las tiendas nuevas o retoca los avisos viejos. En uno de esos viajes se encontró que Benjamín, el Inspector de Sanidad del Hospital, en una de sus múltiples aventuras de emprendedor, estaba montando una panadería en la calle del comercio. El viejo papi se le acercó y le ofreció sus servicios como publicista. Acordaron precio para ponerle nombre a la panadería. El Papi le pidió que escribiera de su propia letra lo que quería que dijera el letrero, Benjamín así lo hizo, él leyó el papel y le dijo «Uy, viejo Mincho, aquí hay un error» y le señaló con el dedo el supuesto error. Benjamín leyó y le dijo, «no hay error, yo quiero que mi panadería se llame así», y le dio unas razones culturales y detalles del habla popular que quería conservar.

El viejo papi se puso a la tarea, montado en un pequeño andamio trazó a lápiz el letrero, se bajaba del andamio y se paraba en la acera de enfrente para observar con ojo crítico y artístico su propio trabajo, subía y corregía, cuando creyó que estaba bien comenzó a perfilar las letras con un pincel delgado para luego rellenarlo con el color rojo que había escogido el dueño de la panadería. Estando en esas, uno de los mirones le hace señas y le señala que hay un error, él baja y le explica que ese es un requerimiento del dueño de la panadería, el mirón se va sonriente.

El viejo papi concentrado en su obra de arte no escucha que un amigo ha detenido la moto en que iba y con el pito le llama la atención, baja del andamio, el amigo le dice que hay un error y el papi, lleno de paciencia, le explica que es un requerimiento del dueño de la panadería. Esta acción se repite una y otra vez y El Papi, resignado y amable, baja y explica a los amigos el supuesto error. Pero un rato después, un amigo desde la ventanilla del carro le grita «Oiga, Viejo papi, la palabra es Sabroso y escribiste Saboso». El Viejo papi baja lentamente del andamio, se seca el sudor de la frente con un pañuelo de mil colores, camina hacia el vehículo del amigo, se inclina en la ventanilla y con esa voz nasal de los bacanes caribe le dice: «¡Nojoda, loco! yo sé que está mal escrito, pero ¿cómo hago?, si el corroncho del dueño de la panadería quiere que su vaina se llame “SABOSO PAN” y que porque quiere preservar la forma en que hablaban los tamalamequeros del año upa. ¿Qué coños puedo hacer yo, no me joda?».

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

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Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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