Opinión
Un país sin doliente
La verdad sea dicha. Hemos pasado por un año trágico, nueve meses han trascurrido y sólo se aprecian baches y desaciertos. Cientos de familias lamentando la pérdida de seres queridos a quienes no esperaban perder tan pronto y un trago amargo por múltiples muertes sin razón alguna. Sigilosamente, y con una fuerza inmensa, nos golpeó algo que no vemos, en ocasiones no sentimos, pero que si nos mata. Un virus que ha cobrado millones de vidas en el mundo y miles en el territorio nacional. El tapa-bocas, el alcohol y otros utensilios de bioseguridad se convirtieron en algo cotidiano para nosotros y hasta una prenda accesoria para las mujeres. Hoy no sabemos lo que nos depare el futuro con este virus.
Nos ha tocado sobrellevar el incremento en cifras de desempleo, pobreza extrema, desigualdad y un notorio aumento de las necesidades básicas insatisfechas, no solo en el departamento del Cesar, que por mucho tiempo esta situación ha rayado en lo normal, sino en todo el país. La propagación se ha ido acelerando y, con el paso del tiempo, la situación se ha ido apaciguando en algunas ciudades del país.
A principios del mes de agosto las cosas empezaban a marchar bien, algunas ciudades ya habían alcanzado el pico máximo de la pandemia e iniciaban procesos para volver a la normalidad, pero inesperadamente el 15 de agosto los titulares noticiarios informaron sobre una masacre cometida en el municipio de Samaniego Nariño. ¿Lamentable? Sí, pero era apenas el inicio de unas semanas de terror. Fueron asesinados cruelmente ocho jóvenes, estudiantes, los cuales se encontraban en su pueblo natal por restricciones de cuarentena obligatoria. No obstante, sin poder recuperarse el país de tan desagradable episodio, tres días después se hallan muertos y en estado de descomposición a tres personas miembros de una comunidad indígena en Ricaurte. Dos días después, cinco personas más fueron halladas muertas. Y así siguió el rio de sangre durante los días siguientes.
Al menos en el mes de agosto el número de víctimas se aproxima a las 48 personas en menos de un mes. Sin motivo alguno se cometieron estos crímenes, nadie se explica el porqué de estos homicidios. Las víctimas en su mayoría son jóvenes que apenas empezaban el curso de la vida y algunos hasta menores de edad.
Las masacres en Colombia no sólo se presentaron en el escenario ya planteado, desde el inicio del año se viene cometiendo homicidios múltiples atentando contra diferentes grupos de personas. Jóvenes, líderes sociales, indígenas y menores de edad. En lo que va corrido del año se han registrado 50 ataques de este tipo, y las victimas superan las 100 personas (según INDEPAZ), dejando un vacío a muchas familias y un sin sabor a todos los colombianos. La violencia siempre nos está golpeando, pero somos un país sin memoria, necesitamos de golpes fuertes y contundentes para darnos cuenta que algo está marchando mal.
Un país sin doliente y un gobierno indolente. Penosa situación la de Colombia, se percibe una ausencia total por parte de las fuerzas armadas en estas zonas vulnerables, lo cual da un grado de permisibilidad a los grupos armados para que operen con total tranquilidad. Es aquí donde llegan las disputas por el territorio entre grupos al margen de la ley, se inician los desplazamientos forzosos y las ya mencionadas masacres.
Lo más preocupante y alarmante es que al día de escribir esta columna siguen muriendo personas a manos de estos criminales. El presidente Iván Duque, en un comunicado, tildó estas masacres de homicidios colectivos con la finalidad de amortiguar tan desagradables hechos, supongo. Considero que es algo nefasto, las cosas hay que llamarlas por su nombre señor presidente, no pretenda maquillar la inoperancia de su gobierno frente a estos hechos que necesitan de su atención con total urgencia.
Mi intención es invitar al Gobierno Nacional a que reflexione. No pretendo señalar errores que todos podemos identificar a simple vista. El objetivo de estas líneas es que el gobierno realice un auto-análisis de la situación para identificar, sanear los errores y ponerle el pecho a la emergencia de seguridad que padece el país.
Una solución omnímoda a esta situación considero que no la hay. No se ha podido erradicar en más de 50 años de conflicto a los grupos al margen de la ley que son patrocinados por el narcotráfico, a pesar de tener un acuerdo de paz ya firmado y ejecutado. Pero sí hay maneras de controlar gradualmente la situación. Nuestras fuerzas armadas gozan de una amplia experiencia en el combate contra grupos insurgentes. El gobierno nacional debería autorizar el despliego de tropas sobre estas regiones y aumentar el flujo de patrullajes rurales; para así brindar de manera óptima seguridad a todos los colombianos. Reforzar labores de erradicación de cultivos ilícitos, e implementar labores de inteligencia para contrarrestar los grupos organizados dedicados a la venta y tráfico de sustancias psicoactivas productos de los cultivos ilícitos, que, sin duda alguna, será un golpe tajante al crimen organizado.
Carlos De Armas López
Sobre el autor
Carlos Miguel de Armas López
Actualidad y opinión
Carlos Miguel de Armas Lopez. Estudiante de Derecho en la Fundación Universitaria del Area Andina, amante de la buena música, el café y un buen libro. “Soy Vallenato de verdad, tengo las patas bien pintá“.
1 Comentarios
Muy bueno, mejor no lo pido decir
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