Opinión
Chicho, el arreglador de lavadoras

Por ese trasegar como trabajador de la cultura de mi pueblo (no me gusta lo de gestor, por lo pretencioso), me encontré con que en Tamalameque había una gran cantidad de muchachos que habían mantenido vivo un proyecto dancístico iniciado por un golcondiano, Jesús Sanz Sánchez, español que fungía como cura de la parroquia de San Miguel de las Palmas de Tamalameque por allá a finales de los 60s y comienzos de los 70s, grupo que hacía danza, teatro y declamación, yo hacía parte de esas dos últimas modalidades.
Prohijé a esos muchachos, y creo que les pudrí el cerebro con la carreta cultural y búsqueda de nuestros orígenes, escudriñando en los ancianos esos saberes que nos esclarecieran nuestras raíces. Ellos trabajaron entusiasmados en el proyecto cultural con tal compromiso y dedicación que le dieron prestancia a la cultura municipal en el escenario regional, por ello cuando fui alcalde de mi pueblo decidí, a muchos de ellos, vincularlos a la administración, a otros les nombré de maestros municipales y luego como educadores de Ley 60, otros los llevé como trabajadores del Hospital, en fin, la gran mayoría encontraron en esos trabajos la dignificación de sus vidas y sus familias.
Entre ellos estaba José Luis, más conocido como Chicho, el cual fue vinculado en el Hospital Tamalameque como celador, hasta que en la reestructuración administrativa lo sacaron, por ello ha buscado desde entonces la manera de ganarse en forma honrada su vida y la manutención de la familia. Chicho es uno de mis mejores amigos, le visito regularmente, me siento en una silla plástica bajo la sombra de un maíztostao que ampara del sol a una tabla, clavado sobre un tronco grueso que le sirve de banco de trabajo al frente de su casa, donde trabaja con herramientas hechizas, reparando ventiladores, lavadoras, planchas y licuadoras, mientras charla con los clientes o con los amigos que le visitamos para mamarle gallo.
Chicho es un tipo sano, de una paciencia extraordinaria, pues resiste la mamadera de gallo de todos nosotros, con una sonrisa y, espera el momento preciso para sacarse el clavo contando un pasaje del pasado donde alguno de nosotros la embarramos. Es para nosotros divertida la competencia que tiene con Geño, otro de esos muchachos de ese entonces, el cual es profesor. Ambos componen tamboras y su permanente riña es porque ambos sostienen ser mejor compositor que el otro, en una competencia muy singular donde se componen tamboras, echándose vainas. Nosotros festejamos las ocurrencias de ambos y carboneamos en privado a uno y al otro para que saquen chispas del ingenio afinado de sus versos.
Chicho regularmente se pega unas emparrandadas de dios y señor mío, lo que es aprovechado por los amigos para averiguar sus andanzas, quienes me las cuentan muertos de risa. Una de ellas la cuenta Lucho Belisa, otro de mis amigos de los grupos culturales, quien narra que un domingo Chicho salió de casa muy temprano, iba vestido de guayabera blanca y zapatos bien lustrados, su vecino Isidro lo vio y preguntó «Hola, Chicho: ¿Para dónde va tan elegante?», a lo que Chicho respondió: «Para misa, a ponerme en paz con El Señor». Cuenta Isidro que esa noche viniendo él a su casa vio un bulto sobre una pila de arena frente a una casa en construcción y sospechando lo que era se acercó y en efecto era El Chicho durmiendo su borrachera.
Cuenta Lucho Belisa que Isidro le llamó remeciéndolo por los pies y diciéndole «Chicho tan bonito y elegante que saliste esta mañana y mírate nada más como estás de revolcado y borracho. Levántese antes que los perros se lo meen».
La casa de Chicho era de bahareque con paredes semiderruidas y estantes carcomidos por el comején, estaba a punto de caerse, lo que obligó a Chicho a sostenerla con una serie de orquetas, sostén que los campesinos llaman “pie de amigo”, a Chicho le regalaron un San Antonio, ese santo calvito que carga al niño Dios. Chicho para meterlo a la casa lo arropó con una toalla y ya en el dormitorio lo puso sobre una mesa y le quitó de un tirón la toalla que le cubría. Cuenta Lucho Belisa, festejado por nosotros, que San Antonio miró en derredor y, al ver el inminente peligro de que el techo se le viniera encima, puso al niño Dios en la mesa y levantó las manos para evitar que el techo se le viniera encima. Total, dice Geño y Lucho, que es el único San Antonio del mundo con las manos en alto y el niño Dios en el suelo. De mi parte sostengo que, gracias a ese San Antonio, Chicho hizo su casa de ladrillos y cemento (los milagros existen).
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
Señor Diogenes gracias por ese gran relato sobre la historia de vida de una persona q le entregó mucho al folclor tamalamequero kmo lo es José Luis robles pallares mi papá
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