Opinión
Hora de jalarnos las orejas

Pensé hasta último momento que la foto del señor presidente de la República, vestido de policía era una broma de mal gusto, promovida falsamente por los cibernautas expertos en “fake news”.
Conservé la esperanza, en mi condición de desinformado que esa foto no fuera cierta, pero me equivoqué: la foto es una realidad. Significa esto que es la posición oficial del ejecutivo frente a una institución que está siendo seriamente cuestionada por los últimos acontecimientos, donde han quedado claramente evidenciados los abusos de autoridad y las extralimitaciones de las funciones constitucionales del cuerpo policivo, ante la opinión nacional e internacional. Y es que no son solamente los hechos acaecidos en la ciudad de Bogotá -dolorosos, reprochables y condenables, desde todo punto de vista- donde murieron en los últimos días 13 jóvenes por lesiones de arma de fuego, más un sinnúmero de heridos, con todo tipo de elementos mortales. Jóvenes que, en su mayoría, participaban en las marchas y protestas, motivadas bajo la indignación ciudadana, producto de la muerte violenta y documentada del ciudadano Javier Ordoñez, a manos de unos uniformados. Sino que, además, se reportaron videos de todo el territorio nacional en los que predomina la violencia y la crueldad de los funcionarios contra los ciudadanos, especialmente contra los vendedores ambulantes.
Expongo mi sorpresa ante la actitud del señor presidente, no porque él no pueda uniformarse como policía –al fin y al cabo, es el comandante en jefe de la fuerza pública colombiana– sino porque sobre sus hombros recae todas las responsabilidades jurídicas y políticas, por los actos en servicio activo de sus subalternos –si es cierto que funcionan bajo una cadena de mando–. De no ser así significa que cada oficial o miembro de la institución puede actuar bajo sus propias motivaciones. ¡Gravísimo para un país que se ufana de vivir en democracia!
Considero que la gravedad de los hechos debería ser aprovechada para revisar, reflexionar y transformar una institución necesaria para la estabilidad social de la república. No se puede seguir trivializando un día más sobre este asunto. Poniendo la discusión erróneamente entre si hay policías buenos y malos, como si fuera así de simple (como en todas las profesiones, dicen algunos para soslayar los hechos). Se trata nada más y nada menos de los funcionarios que tienen el monopolio de las armas del Estado y el deber constitucional de garantizar la vida, honra y bienes de los colombianos.
Escuchar al general Hoover Penilla deja serias preocupaciones sobre su conciencia de sus deberes constitucionales, sobre el respeto a los derechos humanos y las libertades en nuestro país, especialmente bajo esta innegable crisis de credibilidad de la institución que está bajo su mando. ¿Si no es ésta la oportunidad para la reingieneria de la policía nacional y de cada uno de sus miembros, para que logre estándares de seguridad y confianza para los colombianos, que permita el apoyo popular e institucional, que garantice la legitimidad de las operaciones y nos proporcione el orden, la paz y la convivencia para todos y todas las colombianas, si no es este el momento, cuál otro sería para reaccionar y tomar las medidas pertinentes? ¿Qué más debe suceder para jalarnos las orejas?
Leonardy Pérez Aguilar
Sobre el autor

Leonardy Pérez Aguilar
El sembrador de poesía
Leonardy Pérez Aguilar. Padre de cinco hijos y dos nietos, oriundo de la Jagua de Ibírico (César, Colombia). Activista cultural, defensor y promotor de los DDHH. Amante de la vida, la naturaleza, y de cada cosa que el creador nos ha delegado para amar y cuida. Frustrado bailarín y cantante, apasionado de las artes y la poesía, y sobre todo: un ferviente soberbio contra la injusticia e indeclinable soñador.
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