Opinión
Decadencia de un caudillo
Esta semana, María Jimena Duzán (@MJDuzan) se hacía el siguiente interrogante en @WRadioColombia: ¿Qué méritos tiene Tomás Uribe además de ser hijo del caudillo? Esta pregunta frentera, clara y concisa, me ha llevado a pensar sobre dicha situación y a mirar en retrospectiva el agua que ha corrido bajo el puente en estos últimos 20 años en que el Dr. Álvaro Uribe ha detentado el poder por sí, por otros y para sí (lo de para sí, no lleva doble intención). Esa reflexión me ha llevado de nuevo a analizar lo que significa Poder en el sentido de mandar, de dominar, de detentar la autoridad por respeto o por miedo.
Parece que el Dr. Uribe comienza a abandonar el libreto trazado por Robert Greene y Joost Elffers en el libro publicado en 1998 títulado en inglés “The 48 laws of power” (Las 48 leyes del poder), traducido por Dorotea Pläcking y publicado en español por Editorial Atlántida en 1999. Sobre este libro se dice que permanece sobre la mesita de noche del ex senador Uribe y que lo sigue al pie de la letra con una rigurosidad patológica. Hay quienes dicen que puede recitar de memoria una a una las 48 leyes del poder y que lee y relee leyes por leyes como pasos metódicos antes de iniciar el día.
Pero creo que ante la arremetida de la crítica y de la oposición, que le da como se dice en el boxeo “Jab, Cross, Direct, Uppercut, Swing, Hook y Volea” en una golpiza sin precedente -en cuanto a su persona se refiere-, lo que lo tiene contra las cuerdas y, más apaleado que saco de arena de esos que utilizan en los gimnasios de boxeo en los barrios populares de Cartagena; y que en un momento de impotencia le llevó a publicar en su infaltable twitter, la queja del deterioro de su imagen lo que prendió las redes en su favor y en contra, algunos festejando ese deterioro evidente que demuestran las encuestas, donde se trasluce el cansancio de la gente por el caudillo que se resiste a soltar los hilos del poder y en la orilla contraria sus adeptos que le defienden a capa y espada, a tal punto que la vicepresidente en uno de sus despropósitos lo compara con Jesús dando pie a la genialidad de los twitteros y hacedores de memes que a través del sarcasmo y el ingenio le sacaran el jugo a dicha afirmación.
Pues bien, el jueves salió a la luz pública lo que en principio era rumor: la posibilidad de que Tomás Uribe aspirara a la presidencia de la República. Yo lo interpreto como un gesto de impotencia del Centro Democrático, grupo que en su dependencia al ex senador no ve más figuras a encumbrar que no sean de las costillas del caudillo, pues ya tienen la experiencia de un Santos que gobernó con luz propia, con independencia, lo que no satisfizo a las huestes rodillonas del entorno uribista, la otra experiencia agridulce es la de Duque, que gobierna bajo la tremenda presión del partido de gobierno, que en última instancia le festeja sus pocos aciertos adjudicándolos al ex senador, mientras que los desaciertos se lo achacan a ese muchacho que les hace el mandado en la Casa de Ñeñeriño y que es ninguneado por todas las vertientes políticas.
Uribe, fiel a su libro de cabecera, y siguiendo la Ley No 5 “casi todo depende de su prestigio, defiéndalo a muerte”; da la batalla disparando trinos a diestra y siniestra con ese estilo copiado del libro Poder, que en la ley No 3 dice “Disimule sus intenciones” y en la No 5 “Diga siempre menos de lo necesario”, no abre su pensamiento sino que calla sobre las aspiraciones de su hijo, tal vez cumpliendo la ley No 2: “Nunca confíe demasiado en sus amigos, aprenda a utilizar sus enemigos”. Tal vez espere que Flojardo, a Vargas y otros hagan contrapeso a Petro para allanarle el camino a su hijo.
La culpa no es de Uribe. La realidad es que, domesticó su grupo de tal suerte, que piensan por lo que él piensa, miran con la óptica de él y actúan bajo su mandato con las anteojeras que no les permite mirar (valga el sarcasmo) los méritos que tiene esa constelación de iluminados en el ramillete de Macías, María Fernanda, Paloma y otros del mismo talante, que estén libres pero investigados mientras que otros están en la guandoca. Por ello aplica la ley 32 “Juegue con las fantasías de la gente”, ser y consecuente con la ley 37 “Arme espectáculos imponentes”. Echa a rodar el libreto para que sus lobeznos aúllen impulsando a su hijo en una aplicación efectiva de la ley 39: “Resuelva el agua para asegurarse una buena pesca”, y con la ley 43: “Trabaje sobre el corazón y la mente de los demás”.
No creo que tenga tanta tela para la camisa, pues como sastre se quedó sin paños y la tijera perdió su filo.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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Solo el pueblo tiene la última palabra, si lo hace con la razón y no con el estómago.
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