Opinión

La tía Ana Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

04/12/2020 - 05:35

 

La tía Ana Ávila

 

Debo comenzar diciendo que provengo de los Ávila una familia afrodescendiente de rancio arraigo tamalamequero, de un tronco común de ancestros remotos; esta familia se dividió en tres troncos, los Ávila de Andrés Abelino, los Ávila de Ana Ávila, y los Ávila de Tomás Ávila Gómez; los cabeza de estos tres troncos eran primos entre sí, primos segundos, pero sus descendencias se consideran y reconocen como familia cercanas, ya que es difícil, sin un árbol genealógico desentrañar los cruces laberínticos que dan las familias en estos pueblos pequeños donde todos somos familias de todos.

Yo provengo del lado de Tomás Ávila, mi bisabuelo por parte de madre. Las tías abuelas Felipa y Signecia Ávila criaron a mi madre y la educaron en un riguroso sentido de valores como manda la tradición familiar, por tanto, los mayores son dignos de respeto y consideración y quienes llevan los apellidos, siendo mayores, son nuestros tíos. Por lo tanto, Ana Ávila era mi tía, y no cualquier tía, era la anciana amable, dicharachera, de conversación fácil que me gustaba visitar para escuchar sus cuentos y anécdotas interiorizadas en su condición de invidente.

La frecuentaba periódicamente, y demoraba sentado con ella indagando sobre su pasado, sus secretos de mujer de espíritu libertario, que levantó a sus hijos dentro de la pobreza, realizando diversos trabajos en ese Tamalameque de principios del siglo XX. Me contaba sobre las aventuras que sufrió como contrabandista de tabaco y el apresamiento que sufrió por tal actividad en los años 40. Me encantaba escucharla contar los cuentos de brujas y de espantos. No perdía la oportunidad de visitarla para escuchar sus cuentos, me fascinaba su voz apacible que contaba pausadamente historias tras historias con su perdida mirada de ciega, fija en el vacío de la oscuridad de su ceguera.

Un día, siendo alcalde de mi pueblo, recibí una carta fechada en Bélgica, la firmaba Carlos Rendón Cipagauta, el mismo cineasta del Biblio-burro y el documental sobre la Ciénaga Grande y el de Los Nukak Makú, donde manifestaba su interés en hacer un documental sobre Tamalameque, pero para ello requería una carta de aceptación y compromiso de la alcaldía. Me pareció genial la idea y de inmediato contesté aceptando la propuesta. Meses después llegó el cineasta Carlos Rendón con un equipo de belgas y franceses a realizar el documental. Visitaron a varios ancianos, tamboreros, leñadores, tejedoras de petates y Carlos me preguntó si tenía otros ancianos amigos. Les hablé de la Tía Ana Ávila y me pidió que los acompañara para dialogar con ella. La escucharon con una mezcla de asombro y festejo.

Salimos de casa de mi tía y en la calle, Carlos, los belgas y franceses manifestaron su euforia y me pidió que hablara con los familiares de ella y les convenciera para que mi tía participara como figura estelar en el documental. Hablé con Ana María su hija y logré convencerla de que permitieran que ella fuera la figura del documental, me dijo que sí, «pero tú te encargas de convencerla a ella, pues ella hace lo que tú digas». Así fue, hablé con mi tía y ella dijo: «hijo, para mí es un placer complacerte en eso». Ana María y yo sabíamos de antemano la respuesta, pues ella me amaba como si fuera su hijo.

La tía Ana Ávila participó en el documental, contando historias a un grupo de niños del pueblo, quienes escuchaban fascinados la voz de ella y seguían el hilo de la narración sin ningún ensayo ni puesta en escena, fueron unas tomas bellísimas. Niños y anciana actuaban al natural olvidando que había unas cámaras y unos extranjeros grabándolos. El documental fue un éxito, el embajador en Bruselas, Carlos Arturo Marulanda, me envió una nota y los recortes de prensa con que los periódicos belgas registraban el estreno del documental.

Ana Ávila cumplió los 100 años de vida y, con el grupo de tambora La Llorona, le festejamos su cumpleaños. Ella, desde una silla, escuchaba y seguía la música de tamboras moviendo el brazo derecho en lo alto. Al día siguiente, cayó en cama, enferma de vejez y cada vez que se agravaba me mandaba a llamar, yo asistía solícito a su cabecera, nadie sabía que teníamos un secreto: «Antes de morir te tengo que contar algo», me había dicho. Yo asistía su cuarto de enferma, me sentaba en su cama y le sobaba delicadamente sus blancos cabellos de anciana digna, inmediatamente comenzábamos a hablar, al cabo de un rato me decía vete, todavía no es mi hora.

Ese día me llamaron con suma urgencia, asistí a su lecho y conversé con ella, volvió a decirme “vete”, todavía no es mi hora. Estando en casa, media hora más tarde, llegó un muchacho en bicicleta a decirme que Ana Ávila estaba en sus últimos momentos, no sé por qué me demoré como 20 minutos. Cuando llegué, ya había muerto.

Creo que su espíritu viajó camino a la eternidad en igual forma como apareció al final del documental, de pie con su pelo blanco mecido por la brisa, montada en una balsa con los bordes de la misma adornados por varias antorchas encendidas que iluminaban su erguida figura de reina anciana, vestida con bata blanca, dándole un halo sub realista, en esa prima noche en que navegó aguas abajo por el río Grande de la Magdalena a la altura de Puerto Bocas como colofón a la película documental que Carlos Rendón y los belgas y franceses hicieron con el nombre de Tamalameque.

Sigo con la inquietud por saber qué era lo que quería contarme antes de morir.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

@Tagoto

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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1 Comentarios


MANUEL JOSE NARVAEZ PEÑALOZA 04-12-2020 01:54 PM

Increíble y grato recuerdo de épocas pasadas que ya escapaban de mi memoria. Un deyavu de mi infancia y de mis ancestros sería mucho más grato poder ver completo el documental a novel nacional. Gracias Pino

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