Opinión
Lucho Máscara macondiano
Luis Beltrán Ávila Caamaño es un tamalamequero de ese Tamalameque mágico, Macondiano y folclórico que tanto queremos, a Luis Beltrán se le conoce más por el apodo de Lucho Máscara, apodo que le puso un compañero de la escuela primaria por lo feo que era, sobrenombre que desde entonces reemplazó su verdadero nombre y le ha hecho popular.
Lucho Máscara se desempeñó por unos pocos meses como guardián de la cárcel municipal, sitio que se caracterizaba por no tener ningún preso, de ahí que la gente dijera que el único preso era el guardián, razón por la cual el alcalde tomó la decisión de suprimir de la planta de personal ese cargo destituyéndolo.
En adelante se inventó una forma de vivir lavando juegos de sala en una población dónde hay pocas casas que posean este mobiliario ya que su inmensa mayoría tan solo usa taburetes de cuero que no necesitan lavarse. Otra de las actividades que realiza es la de pintor de brocha gorda, trabajo que ejecuta en los días previos a las festividades de nuestro patrono “El Santo Cristo” en el mes de septiembre cuando el tamalamequero -como un homenaje al Cristo- manda a pintar el frente de sus casas.
Como le sobraba tanto tiempo entre una actividad y otra, tomó la sabia decisión de desempeñarse como ayudante doméstico en la casa de Náyade Pérez. Luego, disgustado con ella, vino a mi casa y sin decir nada, ni pedir permiso, comenzó a hacer el aseo en el patio, lavar la loza y preparar un exquisito tinto ganándose con esto su comida. Después de disgustarse con mi esposa, partió a la casa de Josefina Pava y, cuando por cualquier circunstancia se resintió con ésta, volvió donde Náyade y así sucesivamente durante todo el año.
Los fines de semana, como se dice en el argot tamalamequero, “suelta la perra” y se pega unas descomunales borracheras de padre y señor mío, en esos días de asueto y parranda, la casa de Náyade, la de Josefina y la mía permanecen cerradas para que Lucho Máscara no llega.
Este personaje que bien podría ser un habitante de Macondo, tiene la rara costumbre de inventar palabras, las que los niños y jóvenes tamalamequeros involucran a su vocabulario haciéndolas de uso cotidiano. Menciono algunas de las que me cayeron en gracia: “chirriquititica” para referirse a una niña o cosa pequeña. No es raro que, al pasar una muchacha, trate con cariño y a su estilo piropeándola con un: Adiós “muñerri”, ¡qué preciosa estás! O al referirse a la parentela se refiera a su “hermandingui, hermandongo o hermandonga”. Creo sinceramente que este personaje y su afán creativo de inventar palabras pondría a prueba cualquier tratado de lingüística y revaluaría las teorías de Ferdinand Saussure o las de Zellin Harris y tal vez echaría por tierra todo el basamento científico de la Gramática Universal de Noam Chomsky.
Lucho Máscara escogió para nacer un día muy especial, se le ocurrió a Guillerma Caamaño parirlo, ni más ni menos que “el día de la raza” y es que no podía ser un día diferente, pues hace 62 años habría de nacer en Tamalameque este singular personaje de raigambre negra como una protesta por los vejámenes que los chaperones hicieron contra los indoamericanos y los negros traídos del África lejana.
Por ello ese 12 de octubre (hace nueve años), desde tempranas horas el pueblo se despertó con el tronar de los voladores (cohetes de pólvora) que explotaban en el aire, indicando que ese día había jolgorio popular en San Miguel de las Palmas de Tamalameque, y a las 10 am se oyó el dum dum de las tamboras y las agudas notas de un clarinete dulce y otros instrumentos musicales de la Banda musical del pueblo que recorrían las calles céntricas en una nutrida caravana dónde paisanos de a pie, en bicicletas, motos y carros, acompañaban a Lucho Máscara en una muestra colectiva de cariño para festejarle su cumpleaños.
No se me olvidará jamás, la cara de alegría sincera de Lucho y las muestras de afecto de este pueblo que le acompañaba, mientras que otros asomados a las ventanas y a las puertas de sus casas salían a manifestar su cariño con gestos y sonrisas.
El desfile terminó en el centro del poblado y en un sitio llamado CAHU, se congregaron para departir unos tragos y palmearle la espalda cariñosamente a nuestro singular personaje. Confieso llegué de último, pero me gocé la fiesta y recogí los más disimiles cometarios tales como que este era un pueblo de ociosos, o que éramos folclor puro, que no desaprovechábamos la ocasión para crear motivos para parrandear, más otros comentarios de resentidos que prefiero no mencionar.
Lo que me quedó claro de toda esta fiesta sui generis fue que a los tamalamequeros nos importa un bledo Uribe y su reforma a la justicia, que a nuestro pueblo le resbala la crisis de la economía mundial, le importa un pito el desplome del Dow Jones o el reviente estruendoso de Wall Street, pero nos manifestamos efusivamente con nuestros coterráneos al brindarle por lo menos un día de felicidad a ese personaje especial que es Lucho Máscara.
Este es el verdadero San Miguel de las Palmas de Tamalameque. Que Dios lo bendiga por siempre.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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