Opinión
Alicias adoradas y olvidadas

Conocí a Juancho Polo Valencia cuando, procedente de su natal Cerro de San Antonio (Magdalena), llegó a Calamar dispuesto a alquilarle a mi abuelo Joselito Sagbini su teatro ‘Don Pepe’ y organizar una parranda vallenata , pero no hubo arreglo, pues le exigía pago anticipado argumentando que ‘Al perro no lo capan dos veces’. “Parece tísico”, certificó cuando perdió de vista al acordeonero. “Es tan flaco que las radiografías se las toman con un foco de mano”.
Años más tarde, las composiciones de aquel enjuto trovador se regaron como verdolaga ocupando todos los centímetros intemporales del alma de los pobladores de la Costa Caribe, quienes, según Alejandro Durán, no hablaban de cosa distinta al ‘Bollo de mazorca’ y de ‘Alicia adorada’.
Desde entonces se tejieron innumerables leyendas alrededor del prematuro fallecimiento de Calixta Alicia Castillo Mendoza, hasta cuando el doctor Stevenson Marulanda, guajiro de pura cepa, cirujano-profesor emérito de la Universidad Nacional de Bogotá, husmeó, como experto sabueso, todas las versiones dejando al descubierto la enfermedad que precipitó la muerte de aquella joven y bella mujer, sublime inspiración de Juancho Polo: “Allá en Flores de María, donde to’ el mundo me quiere, yo reparo a las mujeres, ay hombee, y no veo a Alicia la mía”.
Alicia –dictaminó el doctor Marulanda– murió de eclampsia: 19 años, embarazada primeriza, piernas hinchadas, moretones incontables, cefalea pulsátil, encías sangrantes, riñones bloqueados, convulsiones, coagulación enloquecida, la condujeron a la tumba el domingo 7 de abril de 1940, junto al hijo de Juancho Polo, quien andaba, como cosa rara, emparrandado en Pivijay (Magdalena) y, al llegar a Flores de María solo encontró la cruz de palo y el odio eterno de los familiares de Alicia.
Coincidencia o no, mientras saboreaba el relato alucinante de mi colega, nombraron al doctor Tomás Rodríguez Manotas como gerente de la moribunda Clínica de Maternidad Rafael Calvo, inaugurada el 1 de julio de 1950, monumento a las embarazadas humildes de Cartagena y del Caribe colombiano.
El doctor Rodríguez Manotas, profesional idóneo, irreprochable ser humano, aceptó el difícil compromiso de amordazar al holocausto de ‘Alicias adoradas y olvidadas’ que, no obstante vivir en el siglo XXI, protegidas por derechos constitucionales, incrementan en Cartagena los vergonzosos indicadores de mortalidad materna, comparable a los de hace ochenta años, allá en Flores de María.
Henry Vergara Sagbini
Sobre el autor

Henry Vergara Sagbini
Rocinante de papel
Profesor y médico. La columna “Rocinante de papel” es una mirada entrañable a la historia y geografía del Caribe, y en especial de Cartagena (ciudad donde reside el autor).
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