Opinión
El surrealismo de los sueños
Érase una vez en una gran ciudad cercana a unas grandes montañas. De ellas salían unas gigantescas águilas de colores rojos oscuros y lomos plateados que brillaban como el sol.
Sus garras acechaban las casas como si fueran juguetes de cartón, volaban por todas partes, y, despavoridos, corríamos a escondernos. Yo temblaba de miedo, su pico se veía como a un kilómetro de altura, la gente caía como guanábanas.
Salí de ese pueblo huyendo por un rio cercano. Cuando me sumergí, grandes peces saltaban como ballenas y sus grandes bocanadas de agua aceleraban más su corriente. Todos sus peces eran de gran tamaño en el rio, de colores azules oscuros y, cuando saltaban, sus caídas elevaban el agua conmigo a gran altura. Tan alto era que divisaba el vecino pueblo donde había huido. Allí se veían las águilas arrancando con sus garras las casas como si fueran de papel. Sus grandes colas jugaban conmigo, como si fueran bolas de ping pong. De repente, seguí en la corriente y vi un cardumen de sardinas que huía, pero era tan extraño que, cuando saltó una de ellas, tropezó con mi cabeza. Cada sardinita andaba independientemente dentro de una botella.
Salí de ese rio y me introduje en una gran selva de espeso follaje, vi grandes máquinas, retroexcavadoras industriales y la tierra era dorada. Acercándome tomé en mis manos un poco de esa tierra que brillaba como el oro y, emocionado, gritaba sin que manara sonido de mi boca: “oro, oro, oro…” y mi tesoro se desvanecía como lodo de fango y rodaba como lava que sale del volcán. La montaña se tornó de color gris y las máquinas se convertían en hombres gigantes. Al salir de esa selva, me aproximé a un pueblo con sus calles cubiertas de bichos y hormigas que parecían una alfombra, que devoraban gigantescos panes. De sus casas salían grandes cucarachas que eran perseguidas por grandes ratas, algunas eras devoradas comidas por esos grandes roedores dejando migajas cerca de mis pies. Las probé y comprobé que tenían sabor a chocolate. Eran crujientes como la piel de un rico chicharrón y me fui al otro lado donde se encontraba un gran cultivo de arroz. En ese cultivo apenas había caminado seis pasos cuando empezaron a crecer las espigas de arroz, tan altas eran su tamaño que nublaban las estrellas de la noche.
Al llegar al otro extremo, pude ver una carretera y recordé que era la que me llevaría a mi pueblo, vi una luz y era un carro mitad camión y mitad bus como las chivas que bajaban de la sierra, saqué la mano y le pedí un aventón. Cuando íbamos bajando, el carro parecía deslizarse por una montaña rusa en bajada con toda velocidad. Salieron despedidos cerdos, gallinas chivos, gente; y yo salté y llegué a la orilla de la carretera donde se hallaba un gran hato de ganado. Sus vacas y toros median como cuatro metros, pero esas vacas eran extrañas: masticaban chicles y salían bombas gigantes de chicle, sentadas sobre grandes sillas y jugando barajas o dominós.
Carcajeándome de la risa al ver esos animales, uno se me acercó como si buscara cornearme. Me subí rápidamente a la baranda más alta y todo el lote me persiguió. Busqué el impulso para volar, así como lo haría Superman, y volé muy alto. Más tarde, ya en el cielo, me di cuenta que no tenía alas, y al descender de nuevo, alcancé la puerta de mi pueblo.
Con letreros de bienvenida, papayeras, me recibían como héroe. Los gigantes cortaban con sus grandes sables unas gigantescas patillas salpicando de rojo al pueblo. Todos comían de esa gran patilla, y el rostro del pueblo -mujeres y hombres-, todos éramos un solo rostro como el mío. Al despertar me alegré por el surrealismo de los sueños.
Baldot
Sobre el autor
Baldot
Fintas literarias
Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.
1 Comentarios
Desde un lugar a 2650 mts de altura, mas cerca de donde vuelan las aguilas de su imaginacion, con el arte en el alma y la pretension de una mirada objetiva, tengo desde que vi la primera obra de Baldot, la conviccion de estar frente a un artista nato, autentico y sobre todo honesto, de una gran sensibilidad que lo ha llevado a trasegar por mundos tan aparentemente opuestos, pero que al final se han encontrado en la expresion del arte, en este caso la expresion abstracta de esas riquisimas realidades macondianas de su tierra natal. Estoy seguro que su reconocimiento por parte de los conocedores, le seguira abriendo el camino que se merece.
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