Opinión

Deambulando por las calles del pasado

Baldot

21/04/2021 - 05:55

 

Deambulando por las calles del pasado
Baldot caminando por el centro histórico de Mompox / Foto: @Camila

 

Los que no conocían ese pueblito histórico me decían: "¿qué vas a hacer para ese pueblo? Es como una isla anclada en medio de la nada, no hay nada que ver, sólo casas viejas, un calor insoportable y, de remate, en frente de un río, tremenda mosquitera que salen desesperados en las tardes a devorarte vivo y la sorpresa de la noche; ni las noches refrescan el bestial calor, ni las lluvias de guanos, mierda de los murciélagos. ¿Ese es el pueblo que tú piensas visitar para exponer tus pinturas? El milagro es que tus pinturas las compra el mismísimo diablo..."

Eso dijo un amigo, nos despedimos a finales del mes de marzo, llegando la semana santa, un pueblo santo que se sienta a la orilla de un brazo del río Magdalena, un pueblo en una depresión, que fue pisado por Bolívar, por esclavos y marqueses, por negros y españoles, pueblo que fui a conocer. 

El Lunes Santo preparé mis pinturas que había plasmado en unos pedazos de madera recolectada en las calles de mi pueblo Valledupar; eran cualquier pedazo de tabla que se me cruzaba en el camino, las tomaba y las llevaba a mi taller hasta que apilé una veintena, casi todas de puertas, de gavetas, de cocina y cualquier pedazo de madera plana que pudiera dejarse plasmar. Estaba sensible por los días que se avecinaban, se me dio la idea de pintar el rostro del maestro, darle un valor a aquellos pedazos de tablas por los que nadie daría un peso, porque todo toma vida si se trata de Jesús.

En la semana santa, todos -de una u otra forma-, aunque no creamos en Dios, nos sentimos santos o ángeles; transformé aquellos pedazos de madera en rostros de Jesús que podían parecerse a cualquier mortal. Justo eso era lo que quería que sintiera todo aquel que observara las pinturas, que se viera reflejado en Jesús, las llamé rostros de Cristo de Baldot. Luego, el problema era que tenía las pinturas, pero no la plata pa' viajar a este pueblo que ya les conté cómo me lo habían recomendado, eso no me interesaba quería presentarme allí con mi propuesta pictórica.

Una noche en Valledupar, unos días antes en busca del milagro, tomé una de las tablas pintadas, la metí en mi mochila y me fui a un bar de mi pueblo, casualmente me encuentro con una de las mujeres que tiene la colección de arte más grande y selecta del pueblo: Doña Luque, no la conocía, supe que recién había llegado de Alemania a Valledupar, y precisamente estaba en el mismo bar. La abordé, de inmediato le mostré mi pintura y quedó encantada con la muestra. Me la compró fascinada al precio que le di, recuerdo que le pedí una suma con seis ceros ($.000.000) ya que acababa de llegar del extranjero con euros. El precio no le importó, me dijo te la compro, ésta es la pintura que va a vigilar mi casa, la colgaré de inmediato, así que pintor acompáñeme para que usted mismo la cuelgue porque usted ya que es tan canillón servirá como escalera. Me sentí emocionado, el milagro se había realizado y mi pintura colgada en plena sala de su pared como vigilante de las demás colecciones de los diferentes artistas internacionales que ella poseía.

Cuando llegué al pueblo, éste me recibió con un caluroso abrazo, la temperatura con tal vez 38 a 40 grados, pero no me fastidiaba porque estaba impresionado con aquella arquitectura, las casas de gran tamaño, el ambiente colonial de una época remota, me imaginé de repente que nosotros éramos fantasmas del presente que deambulábamos por las calles del pasado...

La Semana santa comenzó justamente con la exposición de mis cuadros en la Casa de la cultura. Con mi obra al hombro llegué a la casa de la cultura, encontré sus salones polvorientos, como sí nunca un pintor hubiese expuesto en sus salones de paredes resquebrajadas por la humedad de los tiempos; descolgando aquellos cuadros antiguos con sus pinturas cuarteadas, con marcos tan pesados que ni yo con mi fuerza podía moverlos como queriéndome decir que no fuesen reemplazados por mis simples pinturas, pero cuando se dieron cuenta que los cambiarían por cuadros que tenían rostros del mismísimo Jesús se volvieron livianos, fáciles de mover.

Sólo algunos mosquitos y murciélagos entraron el día de la inauguración, creo que la mismísima directora no pudo asistir porque se encontraba ocupada y eso que fui a la emisora y dejé unos de mis carteles para que anunciara la llegada del rostro de Jesús. Así como encontré la casa de la cultura sola con habitantes microscópico mis cuadros y yo éramos los únicos en la muestra.

Aquella tarde salí desesperado a que entrasen a ver mi exposición, llegué donde estaba un grupo de policías que vigilaba no sé qué, en un pueblo en el que no hay ladrones, y si lo hubiera se resbalarían al huir por los mini-cráteres, charcos que tiene la calle, imaginando que esos policías lucían mejor como visitantes de mi exposición que como vigilantes en un pueblo sin ladrón. Unos turistas cartageneros que estaban bajados en mi hotel, también los llevé casi que de la mano con tan buena suerte que me compraron unas de las muestras porque le recordaba al poeta Gómez Jattin, abordé también esa misma tarde a un turista de Liverpool de origen indio sin saber una palabra en inglés y con señas, y entendió que lo estaba invitando a una exposición de arte y no que lo estaría llevando para hacerle mal, quedó emocionado y desde ese entonces nos hicimos amigos. 

Un rostro de Cristo de Baldot

Al día siguiente saqué mi exposición a la calle para mostrarlo a los espectadores de a pie, convencido de que mi arte a partir de ese momento se volvía urbano. Cada año que puedo desde donde me encuentro vengo deambular con mis pinturas en esas calles fantasmales del pasado colonial y creo que no me cansaré de caminar por la calle del medio, la plaza San Francisco, la Plaza San Agustín y qué decir de la calle de la embarrada donde en las fiestas del Jazz y la Semana santa se transforma de nuevo en esa vida de la época. Y yo siento la presencia esclavista con las familias de apellidos de descendencia extranjera, las mujeres con sus vestidos blancos de grandes diseñadores, abanicos de mano importados, caminan abanicándose por el calor y sus caras tiesas, se adueñan de las calles con su caminar y, en esa misma calle Albarrada dónde en el árbol de Pereguetano que está en la orilla del río donde viven las iguanas que, desde que te acercas a las murallas, te saludan, mueven sus cabezas para que les arrojen comida, sí porque ellas dejaron de comer hojas para comer la misma mierda que comemos los humanos y, en ese mismo árbol, donde por las tardes llegan a dormir los Monocotu cansados de caminar por los cables eléctricos como soldados negros esclavos de esa época colonial vigilantes del pueblo, ver bañar en el río al marica afrodescendiente que le llaman Mireya y lavar su ropa que, luego, sale con su bulto de ropa en su cabeza a pedirle una moneda al turista pa' comprarse cualquier maricada, o el loco Julio Valenzuela, sentado en la terraza de la casa de la familia con sus ropas sucias y sus cabellos enredados por el tiempo que lleva sin bañarse.

Durante el día, pasaba recorriendo las albarradas y me llenaba de imágenes tan reales y mágicas a la vez, casas enormes, ventanas altas puertas grandes como si hubiesen vivido gigantes. Es tal vez el retrato de un mundo colonial exorbitante que extraía nuestras riquezas. Hoy se ven por las calles coloniales las joyerías, talleres de la filigrana que es el tejido autóctono de la región. Por la Albarrada frente al río te encuentras con la familia Piñeres, te tomas un café con los Cabrales, con los Nietos. Te tomas un café con ellos, en sus mecedoras, vestidos con sus ropas elegantes para ir a la iglesia porque son 7 iglesias con la del cementerio, está última es donde te llevan a enterrar... En la mañana me levantaba el repicar de las campanas que anuncia que ha llegado la hora de rezar.

En la noche de fiestas la gala se desborda por doquier, en el día sus mujeres burgueses, cachacas con sus sombreros alones con estilo al caminar se pasean nuevamente con sus abanicos españoles y algunos baratos importados de China y sus vestidos de lino con sus caras de nuevo rígidas y orgullosas como queriendo decir con su paso que todavía son los dueños del pueblo anclado de Dios, aquella noche me colé entre ellos, las butacas que son sólo para la monarquía y el pueblo sumido de pies en las barreras con sus lenguas que no se quedan quietas, talvez se burlan de la vestimenta y del calor sofocante y ridiculizando a esa burguesía de dicha sociedad y yo que soy como el negro que tiene los documentos de la libertad por ser pintor, sólo me pasan a media, me tragan sin masticarme.

La noche se hace corta con los sonidos de saxo, interpretan jazz, blues, y todos esos géneros que tiene el festival del Jazz, la noche se azul del Jazz como la serie de mi propuesta pictórica, de repente los tragos causan efecto, van y vienen a chorro por todos lados y me doy cuenta que, a la final, somos los mismos con el éxtasis que creó el dios Baco, algunos hablan de mi obra como lo máximo, " le nouveau peintre", ellos que cambiaron los carruajes por finos autos y aviones estacionarios que los esperan hasta terminar el festival.  

Al día siguiente me levanto y soy yo de nuevo sin nada, nomás que mis lienzos, unos pesos de las ventas de unas cuantas pinturas, mis maletas y una que otra sarda de pescado y frutos de corozo que he comprado para llegar con algo de vuelta a mi casa, tomo un mototaxi a toda prisa de las que abundan en ese pueblo, porque creo no llegar a tomar el último tren que me llevará de vuelta a mi casa, de nuevo me tropiezo con esa misma burguesía en mi moto con mis cachivaches y ellos talvez se preguntan, ¿no es ese el gran artista que anoche disfrutaba con camisa de lino blanco? Dejando atrás el pueblo sofocante del poeta Candelario Obeso que vigila y hace mover el cauce del río con su negro en la canoa, sentado se pasea frente a su pueblo y le dice a su compañero:

-Que trite que etá la noche,

La noche que trite etá

No hai en er Cielo una etrella….

Remá, remá,remá" 

Dejo atrás ese pueblo imaginario del gran Gabo, esperanzado que no se contagie de la enfermedad del olvido… Y mis agradecimientos a la familia de la profesora Sabina Floriàn Pianeta de Garrido por acogerme en sus vidas y prestarme sus casas momposinas para mis exposiciones urbanas y en la otra cera, allá muy cerca a la orilla del río un hombrecillo que conocí en el último viaje y que sabe la vida de los que fueron la otra cara del pueblo de Dios, camina y habla sin parar, y yo anoto cada letra de lo que dice por qué tiene en su memoria un mundo increíble que el pueblo no sabe.


 

Baldot

Sobre el autor

Baldot

Baldot

Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

4 Comentarios


OSIRIS DÍAZ RODRÍGUEZ 21-04-2021 10:59 AM

Exelente, es mi hermano ,lo admiro por que todo lo qué se propuso en la vida lo ha logrado, por sus propios merito,exelente hermano, padre, y amigo éxito hermano de mi corazon

JOSE BAQUERO 21-04-2021 06:44 PM

Que gran escrito, sin duda el mejor de todos BALDOT

FRANK DOMINGO MARTINEZ FUENTES 21-04-2021 10:12 PM

EXCELENTE CRONICA, LE FELICITO

Karen Paola 29-04-2021 08:41 AM

Satisfacción al leer está crónica, encaminado realismo mágico. Felicitaciones

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