Opinión
Editorial: Cuando lo digital genera la discordia en Valledupar
La ciudad de Valledupar conoció el pasado mes de septiembre uno de los momentos más esperanzadores de los últimos años.
La Cultura supo reconquistar espacios imprescindibles con el IV Mes del Patrimonio Cultural y una muestra artística única encabezada por los curadores Javier Mejía y Jaider Orsini, demostrando que el arte podía lucirse de manera excelente en un espacio como la sala de exposiciones de la Biblioteca departamental.
Sin embargo, ese viento de entusiasmo desapareció de repente al llegar el mes de octubre y, nosotros, los amantes de la Cultura, pudimos comprobar que las bellas imágenes pueden borrarse con un simple soplido.
Sin esperar el término oficial del 14º Salón de Artistas regionales del Caribe que acontecía en la biblioteca, la exposición fue desplazada súbitamente para dar espacio a una sala de de computadores o “Punto digital” y trasladada de manera permanente a la tercera planta, tomando así por sorpresa a todo un gremio en pleno florecimiento y a los usurarios del establecimiento.
La sorpresa podría haberse digerido de no haber caído en un momento tan sensible –cuando el 14º salón seguía en pie, en teoría hasta el 5 de octubre– o, por encima de esto, previendo la creación de una nueva sala de exposiciones en un lugar exclusivo como todos los artistas lo reclaman.
Pero nada de esto fue. El traslado a la tercera planta ha sido vivido como un confinamiento indeseado, brusco e irreversible, por los artistas plásticos de la ciudad y el gran público.
La falta de avisos y de diálogo ha consolidado los temores de los artistas y la posibilidad de que se queden sin lugar de exposición durante un tiempo indefinido porque, digamos las cosas como son, el atractivo de la sala de exposiciones de la biblioteca era su relativa apertura, su visibilidad desde el exterior, su extensión y su acceso directo, y lamentablemente, la nueva ubicación no responde a ninguna de esas virtudes. La sala dedicada hasta ahora a los computadores –y que se convertirá en la nueva sala de exposiciones– no representa ninguna alternativa, sino más bien una reclusión.
Esta noticia podrá parecer anodina para los que no frecuentan la biblioteca Rafael Carrillo asiduamente y los que desconocen las necesidades de los artistas plásticos, sin embargo está cargada de un simbolismo. Este desplazamiento no sólo afecta a los pintores o artistas gráficos del departamento, sino a todos los jóvenes, familiares, turistas, amantes del arte, estudiantes e investigadores que desean disponer de un espacio ameno y abierto, donde compartir el arte y la cultura.
Con esta triste noticia, comprobamos que están despareciendo los lugares de encuentro, los espacios para la exposición de las obras de los artistas, ya de por sí tan limitados en la capital del departamento. Se relegan a un segundo plano, ante la supuesta prioridad digital (que, extrañamente, ya disponía de un espacio en el mismo edificio).
El argumento de una mayor accesibilidad para explicar el traslado no parece ser suficiente ya que, de la misma forma, seguirá existiendo la necesidad de instalar un ascensor para las plantas superiores.
Con todo esto, las necesidades del gran público vallenato (deseoso de disfrutar del tiempo libre) y los artistas plásticos del Cesar han sido ignoradas. Todos ellos exigen más que nunca un espacio público abierto y atractivo. El descontento se ha duplicado y de este malestar queremos hacer parte en este Editorial.
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