Opinión

En la hacienda San Carlos (Tercera parte)

Baldot

18/05/2021 - 04:40

 

En la hacienda San Carlos (Tercera parte)
Obra del artista Uvaldo Torres (Baldot)

 

Con mi prima Estela, de piel Canela, cabellos largos, rostro de niña inocente, corríamos por los campos. También estaban mis primos Iván, Marlioni y Francisco, que eran sus hermanos. Cuando llegaba el viernes y le decía a mi madre, que me iba caminando a la finca San Carlos, ella nunca me decía que no. Contaba con apenas 13 años y ella sabía que yo me podía cuidar solo.

Me iba con un calambuco para traerle leche y, con una onda de caucho y unas piedras en mi mochila, llegaba a la hacienda donde vivía Estelita y mis primos. Muy bien dijo un poeta español que donde hay un niño, hay un mundo... o un universo, digo yo. Lo cierto es que me fascinaba estar con Estelita porque la pasábamos alegres jugando y riéndonos con los usuales juegos de aquella época como lo era el Escondido, la Lleva, el Pote, la Peregrina, el Chuseleco, esconde la piedra que no te la vean, el congelao, etc..

Estudiaba en un pueblo de nombre los Corazones, en el colegio rural del pueblo, se iba montada en un burro, con su bello uniforme, con su blusa blanca como el color de las nubes, que la acompañaban al regresar al medio día del colegio y yo la esperaba para que me contara cualquier cuento: qué animal había visto en el bosque y cuántos pájaros volaron alrededor de ella a su regreso a casa, cuántas flores de colores había encontrado y qué palomas la escoltaban desde lejos. La chicharra sonaba como avisándome que venía montada en su burro a lo lejos. Imaginábamos historias como la de Yiyí la Mariposa y Tutsi el cucarrón: se trataba de una linda mariposa que volaba y volaba por toda una gran ciudad, era muy feliz y se llamaba Yiyí, tenía un amigo cucarrón que se llamaba Tutsi, que vivía en un florecido jardín.

––¡Qué mañana tan radiante llena de felicidad! ––dice Tutsi.

––Tutsi eres un cucarrón con tu coraza de acero, la que el sol hace brillar. 

La mariposa le cantaba una linda canción: Tutsi, Tutsi, Tutsi, Tutsi. Hola, dime, ¿cómo estás? Con vestidos de violeta y tu risa de amistad.

La mariposa Yiyí se elevaba tan alto que sus alas cubrían la luz del sol, su felicidad era tanta que todos los insectos de esa gran ciudad cantaban al verla. 

––Nuestra amiga mariposa ha venido a saludarnos, siempre te esperamos llenos de felicidad... 

Ella seguía su vuelo rumbo al norte de esa gran ciudad, donde, a las afueras, había un árbol grande y frondoso, y en sus ramas vivía uno de sus amigos más queridos, un gran Pacopaco de colores tierra, que se confundía con las ramas secas de aquel gran árbol.

––¿Cómo amaneció, señor Pacopaco? Con sus patas largas triangulares que llegan al sol... 

––Señor Pacopaco, dígame usted, si por la mañana el café tomó...

 Y aquel Pacopaco de alegría saltaba y su salto era tan alto como el árbol donde vivía...

Yiyí es la misma mariposa que veía mi prima Estela cuando montada en su burro venía de regreso del colegio, Yiyí talvez la hubiese hecho más feliz y le hubiese advertido para que se escapara y no se montara en aquel dragón azul que la hizo infeliz.

Talvez vi a Yiyí, cuando nadábamos en el río junto a aquella serpiente Boa que nos hizo espantar de ese lugar. Yiyí es la mariposa que todo niño debería inspirar a hacerlo feliz.

Como en los cuentos y en la vida todo no es tan bueno  aquí es donde aparece un hombre con aspecto de viejo, con barbas grises y un pecho lleno de pelos que se asomaban por su camisa desgastada y mal abotonada, manejaba un tractor que preparaba la tierra para los cultivos de arroz, que Don Pacho el propietario de la hacienda San Carlos sembraba. Yo lo veía asustado cuando a Estela se le acercaba, porque, muchas veces, lo vi invitándola a subir a su tractor, que parecía un dragón azul.

El día que mi prima celebraba su primera comunión, qué hermosa se veía con su vestido blanco. Parecía más bien cual aparición de una virgen. De repente en la pequeña fiesta, ese hombre llegó, habló con mi tía la madre de mi prima Estela; empecé a llorar y supe de inmediato que mi prima con ese hombre se iba a marchar; tomó una maletita que llenó con su ropa y subiéndose al dragón azul se marchó con ella y Estela sabía que yo lloraría y antes de subirse al dragón, me dijo que la perdonara, que ella no tenía la culpa que mi tía la entregara. Cuando se alejaba, mis lágrimas caían por montón. Ellos desaparecieron de repente a lo lejos y supe que se la había llevado al campamento, una casa que quedaba cerca de aquellos cultivos de arroz y con mis primos quisimos ir a rescatarla, pero de nada me hubiese servido, porque mi tía en su ignorancia en aquel tiempo la había entregado. 

Que será de la vida de mi prima Estelita, aquella que no pudo jugar más con sus muñecas y su primo que soy yo (este escritor que llena de letras hojas blancas de la niñez) porque aquella madre a tan corta edad la había entregado...

 

Baldot

Sobre el autor

Baldot

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

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