Opinión
En la hacienda San Carlos (Tercera parte)
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Con mi prima Estela, de piel Canela, cabellos largos, rostro de niña inocente, corrÃamos por los campos. También estaban mis primos Iván, Marlioni y Francisco, que eran sus hermanos. Cuando llegaba el viernes y le decÃa a mi madre, que me iba caminando a la finca San Carlos, ella nunca me decÃa que no. Contaba con apenas 13 años y ella sabÃa que yo me podÃa cuidar solo.
Me iba con un calambuco para traerle leche y, con una onda de caucho y unas piedras en mi mochila, llegaba a la hacienda donde vivÃa Estelita y mis primos. Muy bien dijo un poeta español que donde hay un niño, hay un mundo... o un universo, digo yo. Lo cierto es que me fascinaba estar con Estelita porque la pasábamos alegres jugando y riéndonos con los usuales juegos de aquella época como lo era el Escondido, la Lleva, el Pote, la Peregrina, el Chuseleco, esconde la piedra que no te la vean, el congelao, etc..
Estudiaba en un pueblo de nombre los Corazones, en el colegio rural del pueblo, se iba montada en un burro, con su bello uniforme, con su blusa blanca como el color de las nubes, que la acompañaban al regresar al medio dÃa del colegio y yo la esperaba para que me contara cualquier cuento: qué animal habÃa visto en el bosque y cuántos pájaros volaron alrededor de ella a su regreso a casa, cuántas flores de colores habÃa encontrado y qué palomas la escoltaban desde lejos. La chicharra sonaba como avisándome que venÃa montada en su burro a lo lejos. Imaginábamos historias como la de Yiyà la Mariposa y Tutsi el cucarrón: se trataba de una linda mariposa que volaba y volaba por toda una gran ciudad, era muy feliz y se llamaba YiyÃ, tenÃa un amigo cucarrón que se llamaba Tutsi, que vivÃa en un florecido jardÃn.
––¡Qué mañana tan radiante llena de felicidad! ––dice Tutsi.
––Tutsi eres un cucarrón con tu coraza de acero, la que el sol hace brillar.Â
La mariposa le cantaba una linda canción: Tutsi, Tutsi, Tutsi, Tutsi. Hola, dime, ¿cómo estás? Con vestidos de violeta y tu risa de amistad.
La mariposa Yiyà se elevaba tan alto que sus alas cubrÃan la luz del sol, su felicidad era tanta que todos los insectos de esa gran ciudad cantaban al verla.Â
––Nuestra amiga mariposa ha venido a saludarnos, siempre te esperamos llenos de felicidad...Â
Ella seguÃa su vuelo rumbo al norte de esa gran ciudad, donde, a las afueras, habÃa un árbol grande y frondoso, y en sus ramas vivÃa uno de sus amigos más queridos, un gran Pacopaco de colores tierra, que se confundÃa con las ramas secas de aquel gran árbol.
––¿Cómo amaneció, señor Pacopaco? Con sus patas largas triangulares que llegan al sol...Â
––Señor Pacopaco, dÃgame usted, si por la mañana el café tomó...
 Y aquel Pacopaco de alegrÃa saltaba y su salto era tan alto como el árbol donde vivÃa...
Yiyà es la misma mariposa que veÃa mi prima Estela cuando montada en su burro venÃa de regreso del colegio, Yiyà talvez la hubiese hecho más feliz y le hubiese advertido para que se escapara y no se montara en aquel dragón azul que la hizo infeliz.
Talvez vi a YiyÃ, cuando nadábamos en el rÃo junto a aquella serpiente Boa que nos hizo espantar de ese lugar. Yiyà es la mariposa que todo niño deberÃa inspirar a hacerlo feliz.
Como en los cuentos y en la vida todo no es tan bueno aquà es donde aparece un hombre con aspecto de viejo, con barbas grises y un pecho lleno de pelos que se asomaban por su camisa desgastada y mal abotonada, manejaba un tractor que preparaba la tierra para los cultivos de arroz, que Don Pacho el propietario de la hacienda San Carlos sembraba. Yo lo veÃa asustado cuando a Estela se le acercaba, porque, muchas veces, lo vi invitándola a subir a su tractor, que parecÃa un dragón azul.
El dÃa que mi prima celebraba su primera comunión, qué hermosa se veÃa con su vestido blanco. ParecÃa más bien cual aparición de una virgen. De repente en la pequeña fiesta, ese hombre llegó, habló con mi tÃa la madre de mi prima Estela; empecé a llorar y supe de inmediato que mi prima con ese hombre se iba a marchar; tomó una maletita que llenó con su ropa y subiéndose al dragón azul se marchó con ella y Estela sabÃa que yo llorarÃa y antes de subirse al dragón, me dijo que la perdonara, que ella no tenÃa la culpa que mi tÃa la entregara. Cuando se alejaba, mis lágrimas caÃan por montón. Ellos desaparecieron de repente a lo lejos y supe que se la habÃa llevado al campamento, una casa que quedaba cerca de aquellos cultivos de arroz y con mis primos quisimos ir a rescatarla, pero de nada me hubiese servido, porque mi tÃa en su ignorancia en aquel tiempo la habÃa entregado.Â
Que será de la vida de mi prima Estelita, aquella que no pudo jugar más con sus muñecas y su primo que soy yo (este escritor que llena de letras hojas blancas de la niñez) porque aquella madre a tan corta edad la habÃa entregado...
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Baldot
Sobre el autor
Baldot
Fintas literarias
Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.
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