Opinión

Yo, el niño

Baldot

24/05/2021 - 04:35

 

Yo, el niño

 

Recuerdo al hombre negro que vendía vajillas inquebrantables, tan fuerte como piedras que no se rompen. Cuando las tiraba contra el piso, los clientes -al ver tal osadía- compraban sus platos y algunos pocillos...

Aquel hombre negro de origen valluno cargaba una caja que amarraba con pitas terciadas en su hombro, caminaba en las calles con sombrero de guama que lucía una pluma de un pájaro gris. El hombre gritaba “vendo pocillos. ¡Pocillo, carajo!!Tan fuerte que lo puedo estrellar”.

Y el niño sorprendido expresa a su madre: “¡Mamá, ahí viene ese hombre que estrella el pocillo que nunca se quiebra y grita "vendo pocillo, pocillo carajo! ¿quién quiere comprar?”

Sigo escuchando a lo lejos una campanilla “¡Clin-clin-clin!”, “¡Chatarra, chatarra, compro hierro, huesos, aluminio, chatarra!”, gritaba el señor de ropas rotas y sucias que pasaba todo los días remolcando su carreta de ruedas de hierro.

“¡Clin-clin-clin!”, sonando con una varilla su campana y yo que tenía en mi patio guardado en un saco, unos huesos que recogí en la calle del barrio donde nací -porque mi madre decía que con los huesos se hacían botones, botones que mi ropa tenían y que usaríamos después-, yo me decía para mis adentros: ¿Cuál será ese hueso que en mi botón está? Ése que vendí a aquel chatarrero que muy alegre con su carreta y su campanilla “¡Clin clin clin!” gritaba en el barrio. "¡Compro hueso, aluminio, chatarra!”.

Merengue, chiricana y dulce

En mis recuerdos, veo pasar al pequeño que llevaba en su hombro una bandeja con ponques, merengues, chiricana y dulce. Como no son de él, no los puede comer.

El niño lleva puesto unas chanclas, sus pies zungos del polvo, la cara larga, la barriga vacía, camina a la luz del sol y le corre a chorros por la frente el sudor. Las nubes que lo acompañan son tan blancas como el merengón, que lleva en su bandeja, de la que no puede echar mano a ningún dulce porque cuentas claras debe llevar, pero el niño no aguanta sus ganas y pellizca en cada esquina la chiricana y el dulce también. Pide agua porque tiene sed, en casa de un par de ancianos le dan de beber, afortunado porque le han de comprar también.

Finalizando el día lleva a su casa unas monedas de lo que ganó gritando en las calles: "¡Compren chiricana, merengue y dulce que, si no llevo monedas a casa, me pueden pegar!

De niño me recuerdo llegando dónde el señor de los cholados:

––Buen día, señor choladero. ¿Cómo le va? ¿Me puede regalar usted un poquito del hielo de ese que sobra del pequeño metal que usted con su mano raspa y raspa el lomo del trozo gigante de hielo?  Es que no traigo monedas, ni una monedita porque de la pollera de mi pobre madre ni una moneda sobró. Si quiere, le pago recogiendo los palos que al terminar el frío rico y sabroso dulce colorido cholao' que arroja cual niño al suelo, señor... Extendiendo mis manos, siento el frío del hielo que me hace feliz.

––Toma un poco, mi niño, no molestes más... Entra a la escuela, vete a estudiar.

Recogía los palillos. El tiempo pasó... Los he limpiado en casa, señor Choladero. Tal vez los pueda utilizar. Aquella mañana me dio un montón de monedas por el costalón de palillos y le respondí: “Cual árbol de guásimo dónde fabrican tales palos para el cholao', voy a ser feliz, porque ya sus ramas no van a ser cortadas y porque al reciclarlas yo tengo monedas y el árbol sus hojas y ramas también”.

Corrí muy alegre a mi casa a llevar mis monedas. Le conté a mi madre y ella sonriente y contenta un beso me dio. Pensé que aquel árbol de guásimo que vivía en el monte sería más feliz...

 

Baldot

Sobre el autor

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

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