Opinión

Ni en la época de Franco

Alex Gutiérrez Navarro

31/05/2021 - 04:45

 

Ni en la época de Franco
Foto: archivo personal de Alex Gutiérrez

 

Uno de los recuerdos más vivos que atesora mi memoria data de hace pocos años, cuando era niño: es el de Francisco, a quien, por familiaridad, le decían ‘Franco’: un señor de apariencia albina, cabello blanquecino, bigote albar y caminar pausado. Tenía en su patio un averío de gallinas criollas y purinas que ponían huevos de tamaño descomunal. Eran los preferidos de mi abuela para acompañar la arepa limpia, el bollo o la yuca en el desayuno. Normalmente, ella colocaba en mis manos alrededor de 1.500 pesos para comprar tres huevos. -Vaya donde Franco, decía. ¡Y que sean huevos criollos!

Sí, es cierto. Las declaraciones del exministro de Hacienda Alberto Carrasquilla sobre el precio de los huevos fueron ya hace unas semanas. Sin embargo, es preciso reflexionar sobre cuán pronto pasan al terreno de lo anecdótico la mayoría de eventualidades en la esfera sociopolítica del país y como el humor y el tono irónico movilizan a las muchedumbres, más que la crítica al contenido real de las propuestas (Reforma tributaria, a la salud, etc.). Ahora, el foco de atención es el decomiso de una avioneta cargada con cocaína, en el archipiélago de Providencia, que pertenecería al esposo de la actriz Alejandra Azcarate.

Ya circuló en redes sociales el video del huevo personificado diciendo a Carrasquilla en plural mayestático: - ¿Tú sabes lo que mi mamá se despretina el hoyo pa’ parirnos a nosotros, los huevos? Ahora, a manera de chacota, circula una lista de cosas que no se deben prestar, entre las cuales está la avioneta. Vivimos en la cultura de los memes, del ´reír para no llorar’ de las tragicomedias, en la que, incluso, los asuntos trascendentales se folclorizan, se convierten fácilmente en un tema de diversión.

Parece que asistimos a un stand-up comedy en el que, los que ostentan esas figuras de poder envilecido, son sus máximos exponentes. ¡Qué poco nos damos cuenta que nos gusta ese show ofrecido por los mismos que intentan manipular a las masas! No resulta extraño en un país en el que se hizo gala, después del asesinato del general Rafael Uribe Uribe, de una risible cuarteta grotesca: “Asesinos Galarza y Carvajal, que matasteis a Uribe Rafael: si vosotros no hubierais hecho tal, aún estaría en el Senado él” (Caballero, 2017).

¿Qué sería de nuestra patria querida sin un ministro que hace desternillar de la risa diciendo que media docena de huevos vale 1.800 pesos; o sin un presidente que desfigura los verbos en pasado, diciendo ‘así te querí’; o sin una vicepresidenta que se cae de una silla en un evento oficial por hacer el mínimo esfuerzo para agarrar unos papeles puestos en otro asiento; o sin la Azcarate afirmando que lo que su esposo recibió fue una llamada sobre la necesidad de prestar el avión para una ayuda humanitaria? ¿Acaso tenemos afinidad con esa distorsión histriónica del discurso por la sencilla razón de que nos hace reír? Tal vez, sin esos hechos de sinvergüenzura, Colombia no estaría en los primeros lugares de los países más felices del mundo.

¿Cómo nombrar el panorama actual de nuestro país? Máxime la pandemia del Covid, los crímenes de Estado, la represión en las marchas, la vandalización de establecimientos comerciales, la falta de garantía para todos los sectores que hoy mantiene a la gente en las calles, etcétera, etcétera. ¿Un sainete? Nada nuevo hay debajo del sol, dijo el sabio en el Eclesiastés. Y Simón Bolívar, en las postrimerías de su vida, había afirmado que “cada colombiano es un país enemigo”, que “todas las ideas que se les ocurren a los colombianos es para dividir”, que “la América es ingobernable, el que sirve una revolución ara en el mar, este país caerá sin remedios en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas” (El general en su laberinto, pp. 240, 257).

Hace algunos días leí un trino de la escritora Carolina Sanín, en el que opinaba que “es decir cualquier cosa pedir una constituyente y una nueva constitución, sin conocer las dimensiones de la constitución del 91, que los políticos que apoyen esa ventolera inconsecuente y gastosa, será porque quieren poner la firma en una constitución, no más”. Es una pena que la movilización social se convierta, en muchas ocasiones, en eso: en hacer porque el otro hace, en una gran novelería. Es difícil saber, entre la multitud, cuántos están convencidos de aquello por lo cual se lucha y si el cambio que quieren proyectar en el contexto social ya empezó a efectuarse en sus propias mentalidades.

Sí, podemos reírnos de los desaciertos de algún ministro de Hacienda, del manejo del tiempo pasado del verbo ‘querer’ por parte del presidente, de la caída de Martha Lucía, de la ayuda humanitaria que prestaría el avión cargado de cocaína. Podemos salir a marchar, reclamar el cumplimiento de nuestros derechos, alzar nuestra voz ante las injusticias (o ante lo que creemos injusto), proponer reformas… Pero es preciso ir más allá: debemos estar convencidos de la razón de ser de nuestra lucha. Es obvio que no estamos condenados a ese destino catastrófico que vaticinó el general Bolívar (aunque sus palabras se han venido cumpliendo a lo largo de los siglos posteriores a la independencia). Y también es obvio que, ni en la época de Franco, media docena de huevos costaba 1.800 pesos.

 

Alex Gutiérrez Navarro

Sobre el autor

Alex Gutiérrez Navarro

Alex Gutiérrez Navarro

Zarpazos de la nostalgia

Nacido en La Paz, Cesar y criado en Macondo, la sede del mundo jamás conocido. Escribe para imprimir fuerza a los relatos ordinarios a través de la extraordinaria conquista de la palabra impresa. Lector asiduo. Estudiante de la vida. Periodista y Comunicador Social en formación. 

@Que_manito

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