Opinión
Valledupar antes de Cien años de soledad
En muchas oportunidades, el célebre premio nobel de literatura en 1982, Gabriel García Márquez, indicó que Cien Años De Soledad es un vallenato de aproximadamente 450 páginas. Pienso que muchas razones de peso debió tener para expresar una argumentación tan contundente, especifica y certera.
Considero que sus obras más importantes, bajo la perspectiva de sus orígenes y fundamentos ancestrales fueron La Hojarasca y Cien Años De Soledad; el anterior concepto difiere de lo que el literato expresó referente al tema: “Mi mejor novela fue El Coronel No Tiene Quien Le Escriba”, escrita en Paris, a finales de la década de 1950, en un pensionado localizado en el Barrio Latino, en una época famélica y hambruna pertinaz, propiciada por un dictador de nuestro país, cuando ordenó clausurar el diario El Espectador, rotativo para el cual laboraba nuestro personaje, desde hacía algún tiempo.
Hay razones fundadas para creer que, desde la edad de nueve años, cuando abandonó el hogar de sus abuelos en Aracataca, García Márquez empezó a concebir su gran obra literaria, aquella que según él le quitó la tranquilidad, la paz de su espíritu, por siempre. “Desde su primera edición, nunca volví a ser el mismo, encontrándome con la realidad de una fama inusitada, no esperada para mi temperamento manso y apacible”, señaló infinidad de veces; el proyecto de consolidar unos argumentos fuertes, convincentes, le llevó a emplear mucho tiempo, ayudado por sus condiscípulos y contertulios frecuentes, especialmente en la Librería Mundo, en la ardiente Calle San Blas, y en alguna otra ocasión en El Café Roma, por el sector del Paseo Bolivar de Barranquilla. Aquellos enfermizos de la literatura, los discutidores de siempre, Álvaro Cepeda Zamudio, German Vargas Cantillo, Alfonso Fuenmayor, y algunas ocasiones, Ramón Vinyes, el sabio Catalán, el mayor de todos, le daban recurrentemente, pócimas del aliciente anímico y literario, para lograr un cometido de locura, de exorcismo hacia una época de realidades y confluencias, alrededor de la fiebre del banano en la población del nombre de resonancia gutural, grave e inverosímil, Macondo.
En un estado de constante exaltación, de emociones desconocidas y largas conversaciones sobre los contenidos de las novelas en ciernes, fue precisamente Don Ramón Vinyes quien le dio un gran consejo de padre afectivo y putativo: “Le agradezco inmensamente su deferencia al hacerme participe de sus proyectos literarios, y voy a corresponderle debidamente con una recomendación que más tarde, bajo el efluvio de su experiencia y cotidianidad, se lo va a explicar a usted mismo: No muestre nunca a nadie, el borrador de algo que esté escribiendo”.
Contrariando el predicamento del Sabio Catalán, en el mes de marzo de 1952, en su columna diaria del Heraldo, La Jirafa, Gabo le envió a su apreciado amigo Gonzalo Gonzales, un artículo denominado “Autocríticas”, condensado en una misiva expresiva, mencionando aspectos relevantes y significativos de sus proyectos La Hojarasca y Cien Años De Soledad de la siguiente manera:
“Acabo de regresar de Aracataca. Sigue siendo una aldea polvorienta, llena de silencios y de muertos. Desapacible; quizá en demasía, con sus viejos coroneles, muriéndose en el traspatio, bajo la última mata de banano, y una impresionante cantidad de vírgenes de sesenta años, oxidadas, sudando los últimos vestigios del sexo, bajo el sopor de las dos de la tarde. En esta ocasión me aventuré a ir, pero creo que no vuelvo solo, y mucho menos después de que haya salido La Hojarasca, y a los viejos coroneles se les dé por desenfundar sus chopos, para hacerme una guerra civil, personal y exclusiva”.
“También estuve en la provincia de Valledupar. Allí la cosa cambia. Sigo perfectamente convencido de que esa gente se quedó anclada en la edad de los Romances Antiguos. Hay unas controversias tremendas, resaltadas en los magistrales paseos. Merengues, puyas y sones que todo el mundo canta con originalidad, sapiencia, melodía folclórica y sentimiento verdadero. Definitivamente, Dios debe de estar metido en alguna de las tinajas de La Paz, La Tomita, y Manaure. Había pensado escribir la crónica de este viaje, pero por ahora dispuse reservar el material para La Casa (nombre inicial para Cien Años De Soledad), la gran novela de setecientas páginas que pienso terminar antes de dos años ¨.
El proyecto final y consolidado fue el siguiente: no La Casa, sino Cien Años De Soledad; cuatrocientas cincuenta páginas, no setecientas; y el argumento arraigado de que la gran obra es un verdadero vallenato, de esencia folclórica. Estaría muy tranquilo y feliz si el vallenato actual, el comercializado, el confluyente con el periodo pandémico, inspirase no una novela de Cien Años De Soledad, sino de una longeva soledad. ¿Sería Posible?
Álvaro Yaguna Nuñez
Fuentes:
Vivir para contarlas. Garcías Márquez
Textos costeños. Obra periodística (1948-1952). García Márquez
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