Opinión

El libro que genera polémica sobre el Vallenato

Alfonso Hamburger

26/10/2012 - 11:40

 

“En cofre de plata. Música corralera. De la plaza de Majagual a la Modernidad”, no es mi mejor libro, y para mí representa aquellas canciones que un compositor quisiera recoger, pero que ya están en el camino.

Mi próximo libro, “El ángel del acordeón”, será como un porro de 300 páginas. En cambio, éste que comenta Abel Medina parcialmente [y que generó polémica], tomando como verdades frases sueltas dentro del contexto, con las que se pudiera confundir al lector, es como “Vallenatologia”, que ya hizo el daño, y no se puede recoger, pero sí enderezar un poco.

Jamás promocioné este libro y sus dos ediciones, con un tiraje de 4 mil ejemplares han sido caseras, “con mi propia tula” y de amigos que quisieron propagar esa queja. Gran parte de las crónicas allí registradas –que son su gran acierto– hacen parte de aquellas cuartillas que no pasaron el lápiz rojo del editor de EL Heraldo, donde trabajaba entonces, quizás porque a los corresponsales de provincia nos “pordebajeaban”.

Allí, en esa casa editorial, que quise bastante y a la que dediqué más de diez años, existían musicólogos y cronistas muy buenos, quienes tenían la verdad revelada en sus manos y de pronto no admitían que un periodista de provincia les ganara ciertos espacios. La mayoría –como el mismo Telecaribe– siempre hablaron lenguaje vallenato. Incluso, un periodista sabanero, como el gran Rafael Sarmiento Coley, sentenció en un informe después de un foro sobre el PES vallenato que todo lo que se toca en acordeón “es vallenato y punto”.

En esa oportunidad, pidiendo rectificación, le contestó el maestro Adolfo Pacheco y estuvieron dándole vueltas al asunto, querían que suavizara el discurso. Ernesto Macausland, director de ese medio, llamó a Numas Armando Gil para que interviniera, pero el filósofo sentenció que se publicara todo textual.

No admitimos, entonces, maquillar más la verdad: “No todo lo que se toca en acordeón es vallenato”. El problema es la palabreja, usada indistintamente para todo lo que lleva acordeón, un instrumento limitado y al que (para el caso del vallenato) no se le ha adicionado un solo avance desde 1967. Los que lo han hecho han sido por iniciativas propias, caseras, como es el caso del maestro Calixto Ochoa, quien intercambió pitos por bajos y viceversa, especialmente en el tema “La comadre”.

La primera parte del libro es una hipótesis y le corresponde a quienes lo lean, desmembrarlo y analizarlo. Abel Medina ha comenzado, pero siento que con algunos apuntes trata de profundizar o echarle sal y limón a una herida ya un poco sanada con los acercamientos que hemos tenido estas escuelas y estilos, por llamarlas así; en que sólo la unidad nos puede amparar ante las amenazas visibles a nuestra música de acordeón, que es el universo.

En este sentido, el clúster que se propone, debería ser para las músicas del Caribe y no sólo para la vallenata, que no es la única ni la más auténtica. Habría que empezar por amparar la cumbia, que es la madre de todos los ritmos no sólo de Colombia, sino del Caribe y Suramérica. Esa sola verdad invita a una reflexión de patria y no de un sector que, si bien es cierto, con su acento guajiro nos cautiva. Es posible que no logremos la unidad requerida para proponer un proyecto ante la ONU.

Aclaro al estimado investigador Abel Medina que en ninguna parte del libro se asegura que los músicos vallenatos trataban de envenenar a los sabaneros. Lo que sí está claro es que a partir de la bonanza marimbera se formaron alianzas de tendencia mafiosa que fueron imponiendo un estilo sobre otro. Incluso, hubo agresiones físicas a los discos, como en el caso de Jorge Oñate en Radio Libertad, quien con la llave de su carro rayó el tema “Martha” de Felipe Paternina con Jairo Serrano, que se escuchaba mejor que el grabado por el denominado “Jilguero de América”. O al menos iba en punta.

Se plantean en mi libro algunas dudas sobre la muerte de ídolos populares como Guillermo Buitrago (32 años), Romancito Román y otros. A Joaquín Bettín, autor de la inmortal cumbia sampuesana (que es más que “meté y sacá”) lo trataron de envenenar en Cartagena, pero allí no se afirma que fueron vallenatos los que lo ahuyentaron y por lo que se alejó del acordeón durante años.

La guerra se vivía no solo en los escenarios sino en las bebidas y parrandas. Alejandro Durán no consumía licor, pero tampoco admitía que se le diera una gaseosa destapada. Desconfiaba de un veneno. En la sabana murió un músico defecando. Parece que le dieron un brebaje. La guerra también era de tipo espiritual. Existen unas historias interesantes que estoy escribiendo y que solo tienen respuesta en hechos paranormales. No en balde, este folclor ha sido tan sacudido por hechos trágicos. El vallenato alguna vez también fue pecado. Como aun sigue siendo pecado tocar cumbias y porros en algunos sitios. Recuerdo que por una mala lectura, en las conclusiones del PES en Fonseca, un espectador se puso de pies y dijo: -“El porro y la cumbia no tienen nada que ver con el vallenato”. Solo el tono, era amenazante. El dolor es fecundo.

Confieso que escribí esos textos con dolor, ese mismo que llevó a Adolfo Pacheco a componer cuatro canciones antológicas y de reclamo por la postura del Festival de la Leyenda Vallenata contra algunos sabaneros, que sin ganar ese evento, hoy son figuras descollantes de la música universal, incluso por fuera de los cuatro aires canonizados en Valledupar. Pueden vivir perfectamente sin puyas ni sones. Caso Lizandro Meza o Aniceto Molina, uno de los primeros acordeonistas en triunfar en Valledupar sin subir a la tarima del festival. Con otros que ganaron ese evento, sencillamente no pasó nada.

Alguna vez tuve que escribir nueve cuartillas aclaratorias sobre la sonoridad rítmica y los aportes de los músicos sabaneros a la música universal, en respuesta a un artículo absurdo del señor John Solano en el periódico El Pilón, cuyo titular era “El eterno complejo de los músicos sabaneros”.

Para Solano, quien no tocara vallenato estaba condenado al fracaso y de espaldas al éxito, desconociendo que Lizandro Meza, sin haber ganado el festival vallenato, ha sido el único acordeonista del Caribe, invitado a todas las ferias de Cali. Desconocía este señor la grandeza de Adolfo Mejía, por ejemplo, único colombiano que ha dirigido la filarmónica de Nueva York. Y las cosas no son de mis labios, al citar frases de Antonio María Peñalosa, en el sentido de que el acordeón retardó la música colombiana. O de Gabriel García Márquez, en el enunciado de que lo realmente interesante de la música vallenata, es cuando surge o se descubre la escuela (estilo) sabanera, “que yo encuentro muy auténtica”, dice Gabo. (Leer “Identidad Caribe”, de Marco Antonio Contreras).

Los sabaneros, que calentaron a Bogotá con el porro desde 1936 y llevaron la música colombiana por el mundo antes que músicos de otras regiones, tuvieron desde 1968 a Valledupar como la Meca y allí fue su acabose parcial. Digo parcial porque el porro y los aires de la sabana – aun perdiendo mercado en la localía –siguen vivos y emparentados con la tradición. Los textos vallenatos, en su mayoría, y salvo contadas excepciones, han sido emotivos y parcializados. Una mentira mil veces dicha, termina pareciéndose una verdad. El mundo va dando vueltas. Las modas van y vienen. Hoy la música sabanera, sin grandes plataformas, anclada en lo rural –en el Cesar la industrialización fue primero y arrasó a los campesinos primero que en la sabana– sigue viva y se mantiene auténtica, incólume.

Alfonso HamburgerEl vallenato se urbanizó de tal manera que perdió su esencia vital y hoy está en riesgo no tanto por defecto, sino por exceso. El mercado muestra niveles de saturación. Cuando asumí la dirección de Unisucre FM Estéreo, primera emisora cultural del viejo Bolívar Grande, hace dos años, hice un sondeo de opinión entre los estudiantes. Allí el vallenato marcaba el 65 por ciento de las querencias de los encuestados. Abrimos, con el liderazgo del rector de Unisucre, doctor Vicente Periñán, dos programas de este género y la gente aun se queja. La radio está saturada de lo mismo. Para defender este espacio vallenato, por gusto personal y estrategia de equidad, le agregamos el ingrediente de las entrevistas y las historias con los compositores. Ya llevamos 100 programas, en los que resaltamos las grandezas del vallenato, especialmente los clásicos.

Y no quedan pocos. Creo que los más grandes del vallenato han pasado por “Valores de la Provincia” (nombre del espacio) y con ellos hemos logrado una relación muy cálida que el pasado o una mirada parcial de un libro quejoso no puede derrumbar.

Sin embargo, sospechamos que la gente de aquel lado del río, no han pensado en un programa radial dedicado a la gaita o al porro. No han sido condescendientes con el amor que acá les profesamos. Uno de los mejores mercados de los vallenatos es la sabana. Los Gaiteros de San Jacinto, embajadores de la cumbia en el mundo, mucho antes que cualquier música de Colombia, ganaron el Grammy Latino en 2007. En más de 60 años de éxitos innegables, solo han sido invitados una sola vez a Riohacha, perdiéndose aquel público quizás de su exquisitez ancestral.

Lo que pasa es que muchas personas creen que la música se hizo a partir del festival vallenato, desconociendo lo que pasó antes. ( leer, por ejemplo, “Toño Fernández, el hombre que era más que todo el mundo”, de Jorge García Usta, en el libro “Diez juglares en su patio).

“En cofre de plata”, es cierto, es mi sentimiento. La gran obra sobre la bonanza marimbera, y sus efectos en la sociedad colombiana, no se ha escrito. Eso atravesó nuestra sociedad. Ojala Alberto Salcedo Ramos se atreva a escribirla, pero no para atacar el vallenato, sino para conocernos mejor. Y para reconocernos en las diferencias.

El vallenato no es superior al sabanero. El sabanero no es superior al vallenato. Simplemente somos parecidos, pero no iguales. Creo que delimitarse es limitarse y lo que antes les pareció un acierto, hoy se les convirtió en un problema. Los vallenatos, cuya crisis y las amenazas fueron aceptadas en las mesas de trabajo del foro sobre PES (revisar el discurso de Evelio Daza), cayeron en su propia trampa. La crisis no solo es musical, sino de comportamiento humano y administrativo. El mercantilismo, que se inició en Barranquilla con las emisoras FM, la rajadura de discos (caso Jorge Oñate al tema “Martha” de Felipe Paternina y Jairo Serrano) en Radio Libertad y la “payola” ( pagar por poner), más otras cosas, fueron enrareciendo el mercado, hasta tal punto que la crisis parece tocar fondo.

Hoy por hoy, mucho de lo que se está difundiendo nacionalmente como vallenato es música sabanera mal interpretada. Existen por lo menos 50 conjuntos vallenatos en el mercado con el mismo formato y ademanes en la coreografía. Bajan unos y suben otros con las mismas posturas. En Cartagena, por ejemplo, el 18 de agosto pasado, el joven Andrés Ariza Villazón –una mezcla caribe-vallenata– sube a tarima con dos modelos tipo “Checo” Acosta y 19 músicos con bombardino, bajos electrónicos, saxofones y otros. El primer tema fue soportable, pero después del tercero la gente –al menos yo- empezamos a salirnos del escenario.

Una voz como la de Iván Villazon, pero con los ademanes de Silvestre Dangond se repite en muchos escenarios. Los bombardinos no dialogan con el acordeón sino que van sobre los otros instrumentos. Se oye un ritmo confuso, un enredapita, no se distingue el ritmo ni el mensaje. El formato corralero es difícil de interpretar. Los Corraleros de Majagual lo perfeccionaron con grandes talentos de la música de viento y lo llevaron por el mundo. Estos jóvenes creen que son una orquesta porque llevan 19 músicos. Ya no hablan de conjunto sino de banda. Allí se pierde la esencia tanto vallenata como sabanera. Estoy seguro de que si en medio del ejercicio, se sustrajeran uno a uno esos instrumentos que parecen de sobra y se dejara solo caja, guacharaca y acordeón, la gente no se iría del lugar. Esa es parte de la crisis. No todo lo que se toca mezclando acordeón con música de bandas es música corralera.

Escrito en forma sencilla, con amagos de poesía a veces, “En cofre de plata, prologado por Alberto Salcedo Ramos y editado a propio costo, en dos ediciones con un tiraje de 4 mil ejemplares, está agotado. Su último editor, Víctor Uribe, posee algunos ejemplares.
Yo me metí en el cuento de la música parcialmente y dejé de escribir sobre eso cuando me di cuenta de que nada hacía devanándome los sesos para explicar a un locutor de Morroa (Sucre), cuyos ojos estaban clavados en el piso, que no todo era vallenato.

Dictó la palabra –en donde ha radicado el exceso– por lo menos 400 veces en una tarde. Para algunos, el termino vallenato, ha sido una especie de contaminador del ambiente y ya es poco probable limpiar ese aire. Hasta a Carlos Vives, por el hecho de cantar algunas canciones de Escalona, lo tildaron de vallenato. O sea, cuando conviene, por asuntos de promoción, es vallenato, pero a la hora de señalar linderos, o descalificar en el festival, no. Y el favorecido fue tanto el vallenato como Vives. El vallenato (otra vez la palabra) por ganar espacios donde sólo había llegado la cumbia. Y Vives, quien era un rockero frustrado, un nombre.

Para dilucidar cuáles son las diferencias que nos unen y poner a cada quien en su sitio, no podemos acudir a los músicos de hoy (como plantea Abel Medina), que han perdido los estilos. Para ello, en cuanto a la composición, tendríamos que analizar los clásicos, por ejemplo Rafael Escalona (neófito para la música, pero buen compilador de canciones), Adolfo Pacheco (investigador, músico, poeta, que acompaña su obra y la lleva a las universidades, la explica y la canta), Lucho Bermúdez (… cuando el toro salta a la arena / hasta el más cobarde se enguapetona…), etc.

En materia de acordeonistas, los vallenatos ponen a Luis Enrique Martínez, el más grande de todos, en su estilo, el arquitecto del vallenato picado y nosotros, sabaneros, ponemos a Andrés Landero, Lucho Campillo, William Molina, etc. Cogemos ritmo por ritmo, instrumentos, genios en el exterior. Adolfo Mejía, Justo Almario, Ramón Darío Benítez, Aniceto Molina, Lizandro Meza, Felipe Paternina, Alfredo Gutiérrez, Los Corraleros de Majagual, Epifanio Montes (músico culto).

Ustedes, por ejemplo, ponen un arsenal de vallenatos, más de 50 conjuntos y más de un millón de paseos hermosos, quizás narrativos, que cuentan cosas y vivencias. Cuatro ritmos.

Los sabaneros ponen una tarima y suben a Alfredo Gutiérrez con caja, guacharaca y acordeón, sin amplificador. Después vienen Los Gaiteros de San Jacinto, Petrona Martínez, La Chica de Bantú, Toto La Momposina, Aglae Caraballo, Juancho Nieves, Los Corraleros de Majagual, La Banda Juvenil de Chochó, La Super Banda de Colomboy, Juacho Torres, Son de Palenque, Taruya Mix con su tambora mojanera, etc. Diecinueve ritmos. Variedad, fusiones.

En materia de vallenatos, sin duda, el más grande ha sido Luis Enrique Martínez, quien creó el estilo. Pero en materia de “modernización” del acordeón, hay tres, que son fundamentales: José María Peñaranda (Plato, Magdalena, 1906), Aníbal Velázquez (Barranquilla, 1930) y Alfredo Gutiérrez (Palo Quemado, Sucre, 1943).

La otra crisis es existencial. Los comportamientos de algunos ídolos vallenatos que han caído en desgracia, es lamentable. No voy a señalar a ninguno, ustedes los conocen. Es doloroso, pues nacimos y nos levantamos en medio de esta nueva ola que nos hizo sentir vallenatos. Son nuestros ídolos, son ídolos del país. Con ellos terminamos de crecer. Tenemos la dicha de tocar algunos vallenatos, pero somos sabaneros.

La crisis que agobia a los músicos sabaneros, quienes perdieron el mercado local (incluso, los festivales sabaneros adoptaron ritmos vallenatos), es otra cosa, en la que quienes debían preservar sus raíces, se rindieron ante la arremetida de otros aires. Escuchar el tema “Sangre azul” de Juan Carlos Lora, donde dice que “cuando hay subestimación de una a otra región, al folclor herimos”, es una forma de suplir la falta de medios masivos de comunicación, que siempre operaron en un solo canal. También operaron las casas disqueras que hasta al propio Adolfo Pacheco obligaron a llevar el remoquete de vallenato.

Lo lógico sería llevar, desde su primer LP con Ramón Vargas, el sello de “Adolfo Pacheco, el poeta sabanero”. Grababa o grababa. Fue una imposición. Lo pusieron vallenato desde el principio, siendo nieto de un gaitero. Jamás se sintió vallenato porque es un sentido de su montaña.
Los festivales sabaneros (yo lo viví en carne propia, pues fui presidente del Festival Sabanero de Sincelejo, el único cerrado por resolución de un alcalde, hoy en el exilio), fueron penetrados por los vallenatos, quienes arrasaban con todo. O ganaban todo, para suavizar el término. En un solo bus, que por lo regular provenía de Barranquilla, venían jurados e intérpretes. Barrían con los premios. A algunos les conseguían mujeres. Algunos prometían presentarse, pero si les garantizaban los primeros puestos.

Se implementó la parranda vallenata, en la que los artistas sabaneros eran llevados para calentar los equipos. Todo con la anuencia de nuestros directivos. Los vallenatos se comían las mejores viandas con el alcalde y los directivos del festival. Los sabaneros desde afuera miraban con el ojo largo. Para los vallenatos había pasajes, hospedaje y comida. Quienes iban de Sincelejo, a Chinú o Sahagún, tenían que regresar a dormir a sus lugares de origen. Los compositores sabaneros, ante este ambiente, se retiraron de los concursos y de las parrandas, se volvieron tímidos y flojos. Se salvó Adolfo Pacheco, un poco los Carrasco y Juan Carlos Lora, entre algunos. Muchas canciones aun están guardadas, sin mercado.

La historia Adolfo Pacheco y Otavio Daza, quien venía ganando todos los festivales del país, está por ser contada. Pacheco fue el único compositor sabanero que le ganó un festival a Daza, quien declaró en la radio que la canción con la que había sido vencido en Sincelejo, era un plagio. Estuvieron serios, sin hablarse, unos meses. Al final hicieron las paces y Daza le regaló una melodía con la que Pacheco hizo la canción a Mercedes Peña. Lamentablemente, la promesa de Daza de regalarle una guitarra a Pacheco, no se cumplió, por la infausta muerte del gran poeta de Patillal.

Esto quiere decir que nuestro bello folclor no está exento de estas piquerías que a veces son más ardorosas en los libros que en las propias parrandas.
A veces se daba el caso de que un compositor vallenato tenía una canción hecha y lo solicitaban de Chinú para el festival. Sin pasar la letra en limpio, donde decía gallina ponían Pozo de Molina para que rimara en honor a un lugar emblemático de esa población. La esposa del presidente del festival se encargaba de repartir entre el público el texto de la canción, con tachón incluido. La canción había despertado interés en el público porque hacía alusión a un lugar del pueblo. A los pocos meses la canción aparecía en el mercado grabada, pero el Pozo de Molina no figuraba. Lamentablemente, esa práctica irregular hizo carrera en muchos festivales.

Ese desestímulo acabó con los compositores sabaneros. En algunos festivales, como en Chinú, Arjona o San Juan Nepomuceno, para acomodar a aquellos acordeonistas poco diestros para el porro o la cumbia, optaron por quitar uno de estos ritmos. En otros se impuso el son o la puya en su remplazo. En Coveñas hicieron un festival vallenato dos veces, pero jamás pensaron en el Salto del Macaby, una leyenda formidable del pez que pescado en el anzuelo, hace una parábola en el aire y se libera. Era más rentable para los políticos de turno hacer una piquería vallenata y después escuchar los saludos en los discos como recompensa. Los saludos, que en determinado momento eran tan importantes y espontáneos como la misma canción, se volvieron tan apetecidos, que un alcalde de Sincelejo pagó a un cantante vallenato 20 millones para que saludara a su hijo, pero lamentablemente esa vez esa publicidad fue omitida por la casa disquera y se formo une escándalo.

A mí, personalmente, me ha gustado el abrazo de las parrandas vallenatas, las he degustado. Igual, me ha gustado tener de tú a tú, a figuras como Santander Durán Escalona (un vallenato atípico), Rosendo Romero, Félix Carrillo, Rafael Manjarrés, pero en el fondo soy muy san jacintero, sabanero, montañero. Mi más grande sorpresa ha sido descubrir la sabiduría innata de “Tijito” Carrillo. Son gente que se dejan querer.

Defender la sabaneridad ha sido doloroso y riesgoso, porque lo hemos hecho de espaldas a la dirigencia sabanera, que va por un lado y los pocos que creímos en esto hemos tenido que gastar tiempo y dinero de la propia tula. Hemos seguido al gran jefe de la tribu sabanera, el maestro Adolfo Pacheco. Y una de las metas es que a quince o veinte años, la gente sepa por lo menos diferenciar un aire sabanero de uno vallenato.
Hoy, con justa razón, reconozco que tenemos mejores amigos vallenatos que sabaneros. Hay vallenatos que son una madre, como Jaime Maestre Aponte u otros que sería largo enumerar. La defensa del folclor ha sido su bandera y han logrado vender la buena imagen de toda una región. Desde el árbol de cañaguate hasta el pajuate.

En el festival de Valledupar, cuando se presenta un artista extranjero a un costo de mil millones de pesos y se le niega una bolsa de agua al acordeonista que proviene de un pueblo lejano se está atentando con el trabajador primario del folclor. Se está desestimulando.
En los festivales del porro en San Pelayo y de gaitas en Ovejas, se ha ido implementado este sistema. Presentan un artista vallenato por 50 millones de pesos y al final no tienen cómo pagarle al gaitero que hizo la décima ni dinero para cancelarle al tipo que trabaja en el semillero de la gaita. Se repite en varios festivales y fiestas patronales (ver nota de David Lara Ramos que anexo).

En esto no tienen culpa los vallenatos, cuya música es excelente y nos ha ido colonizando. Uno se enamora de lo que oye y desconoce lo que se le esconde. La música sabanera no hay que rescatarla, porque no se ha muerto, simplemente hay que darle su espacio.
Un día a nosotros se nos dijo que éramos “vallenatos sabaneros” y desde entonces caminamos con ese estigma. O sea, somos unos vallenatos desmejorados. Y lo máximo es ser vallenato de verdad.

 

El Festival Vallenato

Con respecto al Festival Vallenato: yo no creo que hubo un diseño orquestal en el festival vallenato premeditado para subir al músico vallenato y bajar al sabanero, como lo ha planteado Adolfo Pacheco. Lo que sí es cierto, es que cuando Andrés Landero se presenta en aquel festival para nosotros no había una figura más grande en Colombia que éste.

Según Adolfo Pacheco, cuando Gabriel García Márquez se ideó a Francisco el Hombre, estaba pensando en Landero. Era una figura gallarda y elegante bajo su sombrero de vueltas. Tocaba, cantaba e improvisaba. Quizás en la sabana no se sabía nada de Nicolás “Colacho” Mendoza ni de los hermanos López. Nuestro mundo era la gaita, que ya había recorrido las “Europas”. El mismo tránsito de Alejo Durán de Planeta Rica hacia Valledupar, cuando iba a presentarse al primer festival vallenato, era un misterio. Se iba a derrotar a sí mismo. No sabían de reglas ni de tarimas. Este fenómeno, el de la tarima, ha sido poco estudiado. El valle, para los de las tierras bajas, era un misterio, algo lejano, tierra de otros indios.

Andrés Landero venía de una gira exitosa por Méjico, donde dejó una nutrida clientela esperándolo, porque se vino a la última noche del velorio de un amigo y no regresó más. Dejó muchos contratos pactados. Se pensó que eso de ir a Valledupar y ganar era como pelea de toche con guayaba madura, pero le salió el tigre. Y después lo pusieron a perder con el primer “rey mudo”. Nació la figura del cantante por aparte. Los vallenatos estaban resguardando un estilo, el creado por Luis Enrique Martínez, a quien le dieron con su propio invento, pues antes de ser rey, lo habían desconocido. Lo demás es historia patria.

Consuelo Araujo (QEPD) proclamó, en una carta a Marta Traba, que el vallenato se iba a tomar el mundo. Para ello, no importaban los métodos tras ese fin. El festival se fue quedando como pieza de museo, se volvió repetitivo. Por fuera de éste, el conjunto vallenato se fue apropiando de elementos típicos de la música sabanera, o al menos con los que ya esta habían tenido éxito local e internacional, caso Los Corraleros de Majagual.

Al crear El Binomio de Oro, Rafael Orozco e Israel Romero, fueron visionarios. Se vinieron a la sabana y se llevaron músicos fundamentales para su empresa, pues también les interesaba la cumbia. Esa unión valle-sabana, que siempre ha operado y ha enriquecido nuestro folclor, fue vital en el éxito de este conjunto, que, para mí, es el más ligado a mis afectos personales. El gran rio Magdalena, que nos divide geográficamente como tajadas de patilla, fue un puente de encuentro de dos culturas.

Nacho Paredes, con su “Cumbiamberita”, había recorrido el mundo. Y William Molina, quizás el que iba a ser más grande que Alfredo Gutiérrez, descollaba en el Primer Festival Sabanero, que nació como respuesta al festival vallenato, en 1974. Como premio al primer lugar en aficionados, grabó en 1975 el LP Caballito de Palo, donde está contenido parte del estilo que, con algunas variantes, implementó El Binomio de Oro después. Pueden escuchar el LP y escudriñarlo.

Se recuerda que una noche en Sabanalarga, Nacho Paredes tocaba con William Molina, y Rafael e Israel, que no habían grabado su primer LP, se la pasaron viéndolos tocar, frente a la tarima. Rafael Orozco, en un gesto humorístico, le encimó el paral del micrófono a Paredes, pero con tanto desatino que le rompió la boca. Fue un accidente.

William, quien sin duda ha sido el mejor acordeonista de la sabana, creó incluso la maqueta de Carlos Vives, e ingenuamente la envió a Codiscos, donde el samario era director artístico y se cree que de allí tomó elementos para lo que hizo después. Las grabaciones existen. Fue el primero en mezclar el acordeón con las gaitas.

Pero Molina sufre de epilepsia y en busca de sanación se estableció en USA durante 20 años, donde no le hallaron nada, entonces le aconsejaron que buscara a Dios. Hoy tiene un nuevo ritmo que se llama “crismol”, que traduce Cristo-Molina, tan avanzado, que no ha encontrado músicos en Sincelejo para desarrollarlo.

De todos modos, mi estimado Abel, tal como se advirtió en el foro del PES (Plan Especial de Salvaguardia del Vallenato), si es verdad que el vallenato está enfermo, lo primero es el diagnostico, reconocer los errores, buscar la unión y empezar a corregir.

Igual, es necesario, que quienes han saturado el mercado de hipótesis, algunas poco probables, más bien conjeturas, se confiesen y se le dé a la academia el rigor de las investigaciones. Algunos conceptos y divisiones han sido marcados por el regionalismo y las pasiones.

En el caso de “En cofre de plata”, quizás el primer libro testimonial de la sonoridad sabanera, el aporte es más de memoria y de periodismo que de investigación profunda y es necesario que sobre éste se empiece a escudriñar sobre los aportes de esta región a la música colombiana en general. Allí están las bases.

Igual se ha difundido sobre colombianos que han ganado campeonatos mundiales de acordeón. Esa es otra mentira. En la CIA (Confederación Internacional de Acordeonistas), no figura ningún suramericano siquiera. Solo hay tres norteamericanos. Dos requisitos son básicos para aspirar a esta condición, leer música y tener menos de 30 años. Igual, el mercado colombiano para el acordeón es mínimo y más allá de la Hohner, que tanto han sabido exprimir nuestros juglares, se conocen más de 400 marcas.

Tal como lo expresó nuestro vocero, el señor Víctor Uribe Porto, los sabaneros somos solidarios con la música vallenata y la impulsamos, pero con la advertencia de que tenemos nuestros propios signos y fortalezas que deben ser reconocidos.
Sabaneramente.

 

Alfonso Hamburguer

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