Opinión
El legado de Meagacho
Su vida la vivió de manera contraria a como lo llamaban todos, ¡Jamás se agachó! Al mejor estilo de la Cacica, Consuelo Araujonoguera, vivió de pie, sin arredrarse ante el no buracrático y ello le permitió avanzar sin rehuir responsabilidades ni compromisos en procura del bien común, de manera principal refiriéndose a los taxistas y/o conductores. Fue taxista durante gran parte de su ejercicio existencial, con la panadería Santa Clara como escudo laboral pro familia.
Padre enérgico, pero complaciente, promotor y gestor de causas nobles en bien de terceros, amparo de movimientos encaminados a mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos, trabajador de la política basándose en el servicio, luchador de la vida y echador de lengua todo el tiempo. Se desplazaba, raudo y feliz, por el viejo Valle, conocía a todo el mundo y ‘todo el mundo’ lo conocía a él, desde los más encopetados hasta la miserableza, la penuria y la carencia, hecha gente.
Se la jugó toda, a fondo, por la casa cárcel de conductores, para lo cual movió “cielo y tierra”. Valiéndose de su rostro, adusto aún riéndose, de la perseverancia que le servía de combustible e impulso y de amistades cercanas “al poder”, como su crispinismo irreverente y la cercanía a logros colectivos, de la mayor importancia, como la creación e inauguración del Departamento del Cesar y el arranque creciente del festival vallenato, como epicentro de la nueva dinámica productiva, de generación de empleo y materialización de soluciones frente a necesidades básicas, y otras profundas, de la población.
Gracias a su empuje en Valledupar, nació una de las dos primeras casa cárcel de conductores, la otra en Bogotá y, durante muchos años, fue pilar indiscutible de fortaleza gremial y prestación de servicios de alcance colectivo.
Sumó su voluntad, actitudes y esfuerzos, para la creación y el funcionamiento de la primera cooperativa de transportadores del Cesar, Cootracesar, con resultados óptimos en sus primeros años de funcionamiento, pero, cuando algunos de sus directivos terminaron en la carcel por manejos indecorosos, Meagacho ya había levantado la voz para denunciar, retirándose en medio de enojos y frustración.
Lo vimos reclamarle a árbitros, cuando una que otra vez soltaba el volante para irse al entonces “chemesquema” o frente a la Santa Clara, en el Kennedy, con vehemencia y ultrajes verbales si le parecía que la decisión era sesgada, parcializada o “una hijueputada” como denominaba los casos más censurables. Enfrascándose, además, en la búsqueda de sobresalir defendiéndose y haciéndolo por los demás, si a su juicio valía la pena.
Efrain Peña, “Meagacho”, inolvidable en su trabajo comunitario, levantaba la voz por quienes no se atrevían y sirviéndole siempre al viejo pueblo. Sin estudios, pero con indeclinable vocación de servicio, férrea voluntad e inalterable capacidad para usar las palabras adecuadas cuando se trataba de servir. En ocasiones, colándose o escondiéndose, como ante el ministro de justicia con quien se encontró cara a cara en el despacho ministerial, sin saberse como había entrado, el día que consiguió la firma que faltaba.
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Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
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