Opinión
Entre la vida y la muerte
"No hay que temer nada en la vida, solo hay que entenderla. Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos". Marie Curie.
Para un librepensador, la muerte puede ser definida escuetamente como el epílogo del proceso homeostático en un cuerpo vivo. Ahora que, tratándose de descubrir una definición más acorde con el lenguaje científico y especulando filosóficamente sobre el tema, se podría revelar que tal alteración tiene que ver con la ruptura del equilibrio dinámico del organismo viviente en su propio escenario, gracias a un sistema de interacción que realimenta y activa el mecanismo de supervivencia.
Hablando sobre lo mismo en términos menos serios y más aterrizados, valdría afirmar en lenguaje popular, que la muerte es simplemente la separación del cuerpo y el alma. Por eso se revela que el cuerpo se degrada hasta reducirse a la nada y el alma se percibe como si fuese un ligero soplo vital en forma abstracta, tal cual creían los primitivos, desde los babilonios, egipcios, aztecas y otras culturas ancestrales, que tras la muerte, el alma se desliga de la materia y emprende en una larga y enmarañada travesía —la última— abordando bien sea, la barca de Re o Ra, en compañía del dios Sol y, luego, atracando en el puerto de la Sala de la Doble Verdad, para afrontar el juicio final, hasta las impalpables respuestas de la filosofía y de la teología contemporánea, que sólo pretenden garantizar la inmortalidad del personaje, apuntalada en un razonamiento dogmático inflexible e intransigente que imprimen como “vida eterna”, aunque a los antropólogos les parezca obvio que tal separación no se da, como concluyó David Hume en el siglo XVIII: “cuando muere el cuerpo, muere también el alma”.
Explicar el nacimiento del ser humano es quizá más complejo de lo que parece, porque va desde la simpleza de puntualizar sobre la fusión de un espermatozoo masculino, con un gameto crecido y madurado en los ovarios dentro de un receptáculo femenino llamado útero, para que germine la semilla humana a los tantos días contados como gestación. En otros términos, en la especie humana y en las especies vivientes conocidas, la vida se trasmite mediante un mecanismo de reproducción sexual, que tiene un comienzo y un final en el tiempo, pero en la humana no sabemos en qué momento el alma se integra en esa extraordinaria formación, ni de donde proviene. Todo lo opuesto es la muerte, que en vez de unión de espíritu y materia produce la separación. En todo caso, nadie puede elegir nacer y el momento de morir sería incierto si el albedrio no proporcionara el lujo de escoger y determinar el mecanismo que lo ejecuta.
Curiosamente, no se ha encontrado una explicación motivada de la vida, ni la necesitamos, aunque se cuente con la biología, como disciplina científica para estudiarla, no existe una reseña consensuada entre los biólogos. Por ejemplo, si les pregunta a estos estudiosos, si los virus son seres vivos, la mitad dirá que sí y los otros dirán que no. El argumento enciclopédico para no considerarlos vivos, es que solo se activan si se hospedan en ciertas células que permitan su replicación, entonces; si están inertes o no, depende de considerar bien sea la teoría de la evolución darwiniana o el proceso de metabolismo bioquímico, así están vivos según lo primero pero no por lo segundo, esta dualidad complica la tarea de definir la vida, porque si nos topáramos con seres alienígenas, diferentes de los organismos terrestres, se invalidaría toda definición. De ahí, que surjan preguntas a las que no se les ha podido dar una respuesta precisa:
—¿Son los virus seres vivos?
—¿De dónde o de cuál organismo rebotó el coronavirus?
—¿Existe vida extraterrestre con otra biología diferente?
Y más complicado que dilucidar sobre cualquier tema anterior, es entender cómo se suscitan las relaciones de convivencia en el único mundo humano que conocemos y más entre parejas de humanos recambiando el universo habitable por un campo de batalla de relaciones interpersonales. Se dice que la vida en pareja formada en la evolución social, transfiguró la tierra, y no precisamente de ahora, sino desde el mismo comienzo de los tiempos conocidos y de ahí florecieron las sociedades patentizadas en la aglomeración de personas conformando pueblos, en el único espacio terráqueo subyugado por los mismos humanos, y ahora escenario de obligado confinamiento e interrupción indeterminada de las interacciones sociales, acosados por un virus y sus mutaciones que amenaza a la única especie homínida sapiens en vía de extinción, como si no sobreviniera otro mañana.
Alfonso Suárez Arias
Sobre el autor
Alfonso Suárez Arias
Aguijón social
Alfonso Suárez Arias (Charalá, 1956). Abogado en formación (Fundación Universitaria del Área Andina en Valledupar). Suscrito a la investigación y análisis de problemas sociológicos y jurídicos. Sus escritos pretenden generar crítica y análisis en el lector sobre temas muy habituales relacionados con la dinámica social, el entendimiento del Derecho y la participación del individuo en la Política como condicionamiento para el desarrollo integral.
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