Opinión
Delfines, sanguijuelas y ratas en campaña electoral
“Difícil es entender el comportamiento de familias enteras, pugnando en esa prosaica carrera por disfrutar el poder”.
Desde la determinación independentista como República y configuración de sus mínimos cuadros políticos para salvaguardar el régimen, administrar a los ciudadanos y obtener el reconocimiento internacional como Estado, afloraron en los estamentos básicos del gobierno colombiano, familias con rimbombantes apellidos y hasta distinguidas personalidades que se apropiaron del poder y lo han atesorado por siglos para su beneficio dentro de la “contribución al desarrollo institucional”.
La democracia ha sido la fuente de enriquecimiento, no solo en autoridad, influencia y prestigio, sino manantial del poder económico, encumbramiento social y hasta de reproche delictivo en conjunto para familias como los Santos, la de Lleras, López, Pastrana, Ospina, los Valencia, Moreno Rojas, Escobar, Uribe y destacadamente en los últimos años, la de Galán, la del caudillo que después de muerto empezó a dar los dividendos monetarios que su familia anhelaba otrora y hasta sirvió de apuntalamiento para los Gaviria.
Los denominados delfines son la esperanza del continuismo e influencia sobre decisiones institucionales que favorecen a sus familias, que, como sanguijuelas, se han adherido a la sangrante herida de los presupuestos gubernamentales, porque han heredado o recaudado el caudal político, social o electoral de sus padres y familiares y aún de otros patriarcas que propenden por competir y participar de los dividendos en la repartija de la torta burocrática.
De este contexto se desprende la llamada endogamia del sistema político que es la ilustración de la reproducción de familias o clanes enteros participando como exclusivos o casi que únicos candidatos repetidamente a las elecciones concebidas en la complejidad de una maquinaria electoral. De manera que, finalmente, se aseguran los cargos, contratos, nombramientos y la apropiación de todo recurso público disponible y que les sirve para mantener cautivo tanto los votos como el poder y perpetuar su ralea en él.
La consecuencia de éste procedimiento es, lógicamente, el empoderamiento de antivalores como la corrupción, la violencia y el mismo narcotráfico, aparte que, deslealmente, hace menos competitivo el acceso a postulaciones y participación pluralista de los ciudadanos ajenos a componendas, pero en ejercicio de los plenos derechos consagrados constitucionalmente.
Ahora se entiende por qué; el hijo de Gaviria logró tomarse a planeación nacional en un ejercicio ético muy cuestionable de parte de su padre, el retoño de Samper estuvo por mucho tiempo agazapado en el vice-ministerio de justicia donde interesa y es útil a su papá, los cuñados de Petro ejercieron como dueños en cierta época de los principales contratos del Distrito capital, hasta las descaradas designaciones en el actual gobierno: Walfa Téllez, esposa del fiscal Francisco Barbosa y delegada del contralor general Felipe Córdoba. Y la esposa de Córdoba, Marcela Yepes, nombrada directora ejecutiva en la Fiscalía. Duque nombró a María Ximena Lombana, ministra de Comercio, Industria y Turismo, por ser la hermana del abogado del ex presidente Álvaro Uribe, Jaime Lombana y muchos, pero muchos, otros casos que surgen como escándalos transitorios mientras aflora uno nuevo que revalidan que para hacer parte del gobierno solo hay que ostentar del apellido rimbombante, la influencia de su clan y, de pronto, complementar con una credencial del partido regente, ya que la hoja de vida pasó a ser un simple requisito de poca monta.
En todo este ejercicio democrático, los ciudadanos miran qué situaciones deseadas no se dan, como el buen servicio que proveerían ciertos herederos genéticos de ilustres personajes pasados a la historia de Colombia y cuyo aporte facilitaría cambios a la misma sociedad y relevancia al sistema, contrario de lo que plausiblemente sí se da, como las actuaciones perversas de hijos de reconocidos generadores de violencia y terrorismo, hoy posicionados en el Congreso o en la rutina social.
Esperemos que nuestros hijos y descendientes, no tengan que vivir una próxima época en que la prole de Cepeda, Piedad, Márquez, Timochenko y otros señalados narcoterroristas, disputen abiertamente campañas electoreras por presidencia y cargos públicos o reciban los más altos nombramientos como funcionarios del Estado, con los descendientes de Serpa, Lara Bonilla, Pablo Escobar, nietos de Popeye, Don Berna y de muchos delincuentes condenados por sus execrables crímenes.
Solo los hijos de una Colombia pluralista, surgidos en el ambiente político como ejercicio propio de la participación libre y democrática darán esa ilusión de paz y prosperidad a ésta sociedad.
Alfonso Suárez Arias
@SuarezAlfonso
Sobre el autor
Alfonso Suárez Arias
Aguijón social
Alfonso Suárez Arias (Charalá, 1956). Abogado en formación (Fundación Universitaria del Área Andina en Valledupar). Suscrito a la investigación y análisis de problemas sociológicos y jurídicos. Sus escritos pretenden generar crítica y análisis en el lector sobre temas muy habituales relacionados con la dinámica social, el entendimiento del Derecho y la participación del individuo en la Política como condicionamiento para el desarrollo integral.
1 Comentarios
Faltó el clan santos Calderón. Para completar el país de la herencia de bandidos, donde ser delincuente paga.
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