Opinión

A la próxima me invitan a...

Baldot

23/03/2022 - 04:40

 

A la próxima me invitan a...

 

Una noche me fui a conocer un salón de arte en la capital, hacía frio como todos los días o tal vez un poco más porque las nubes estaban cargadas, parecían no moverse. El cielo estaba gris oscuro.  El taxi que me llevaba iba dirigido por un servidor de direcciones de esos que abundan sin impuestos. De repente, escucho la voz del tal Waze: “A 50 metros está su destino, no olvide dejar sus pertenencias”. ¿Cómo diablos saben esos operadores que uno puede dejar sus pertenencias olvidadas y de repente, hemos llegado a su destino? Son los que moverán nuestro futuro.

Aquel era un gran centro comercial ubicado en la calle séptima de la capital. Al llegar al salón de arte un joven delgado de lentes me reconoció enseguida: ‘‘Hola, señor pintor, bienvenido, esta es mi galería’’. Conocía mi nombre. ‘Así seré ya tan famoso’’, decía dentro de mí. Aquella galería era pequeña, como una caja de fósforos, repleta de pequeños cuadros, colgados por todo el lugar, por allí esculturas de alambre, xerografías, a pesar de lo pequeño, era agradable, son de las galerías del futuro.

De inmediato me dije: ‘‘Solo falta un Baldot’’. De repente, mientras conversaba con el joven, entraron dos mujeres, una más alta que la otra y la otra más gorda que la otra. ‘‘¿Qué más?’’ le comentaron al joven de lentes, ‘‘¿Cómo ha estado todo?’’. Parecían ser socias de aquella galería. Me entretuve de inmediato con otro pequeño local que estaba en frente y un hombre afro tejía un cesto de pajas, parecía una lámpara o un canasto boca abajo. Me entretuve con ese tejedor, mulato, como yo, por eso no me percaté de lo que conversaban las dos mujeres con el joven de lentes de la galería.

Entré en una conversación con el hombre que tejía sentado en su local lleno de lámparas o canastos boca abajo. Tenía una pintura en una esquina con una imagen de colores afro, imágenes de la cultura nuestra, me cautivó y me fui directamente a preguntarle quién era el artista. ‘‘Me llamo Manuel’’, me respondió; tenía una voz aguda, dije entre mi ‘‘mmm, este es de los que se le mueve la canoa’’. Le dije “Soy un pintor” y de inmediato empezamos a hablar, a conocernos, a hablar del artista de esa pintura que me hizo entrar con sus lámparas o canastos, como los llamaba, me hablaba de los materiales que traía del Pacifico colombiano, que trabajaba con todos los cultivadores de esa palma que al final se convertían en canasto, con campesinos y blablablá…

Me cayó bien, cuando regresé nuevamente al stand de las pinturas del joven de lentes, me presentó a las chicas que antes habían llegado. Una de ellas me dijo “Yo te conozco, no propiamente a ti, sino a tus pinturas, entonces tú eres el artista nuevo”. ‘‘Sí, de dónde conoces mi trabajo’’ le respondí. “De Mompox”, respondió. Y sí, efectivamente, he ido mucho a exponer allí en las fiestas del Jazz que se celebran en ese cautivador pueblo. “Yo vi tus obras en una de las colecciones privadas de un coleccionista de arte de allá”. “Ah, qué bien”, le respondí. ‘‘¿Qué haces por aquí?’’, me preguntó. “Ah, vine por aquí porque alguien me escribió que uno de los dueños de esta galería está interesado en mi trabajo, vine para que conocieran mi pintura y aquí me tienen”; me contestaron enseguida ambas mujeres, casi que en coro, “sí, pintor, pero en el momento no estamos interesados, sé que eres un buen artista pero habría que analizar bien lo que haces y hablamos, tenemos un curador que tiene la última palabra y uno de nuestros socios y a la vez es el novio de mi amiga”, dijo refiriéndose a la más alta. ‘‘Ah, carajo’’, de inmediato respondí. “Para qué carajo me escribieron diciéndome que me presentará aquí”, pensé. “Bueno igual no hay problema, ya que me dices que te gusto y viste mi obra en Mompox, vamos a tomarnos un ron o una cerveza y olvidémonos del arte por un momento’’, refiriéndome a la mujer de más baja estatura.

Salimos, nos sentamos en ese gran hall que tenía el centro comercial, con una pantalla inmensa, personas sentadas allí bebiendo cervezas, no sé qué más, un techo despejado, seguían las nubes allí cargadas de agua, como con ganas de llover, como suele pasar en las noches bogotanas, sentados parecía un cine al descubierto por la gran pantalla, sonaba una buena música loca de esas ruidosas y que no dicen nada pero el ambiente estaba prendido, las mujeres que me acompañaban, esas mismas que me habían rechazado, estaban sentadas bebiendo sabroso, tomándose selfies conmigo para que su amigo de Mompox viera que estaban disfrutando con ese nuevo artista de ese arte moderno de Colombia. De repente me dijo: “‘Ven, pintor, más selfies, wao me encantas”, ambas se sentían felices con el pintor de la noche, pedíamos más cervezas, nos sentamos, pedimos otras rondas más, yo feliz, ellas lo mismo. De pronto, pasó José, el mismo hombre afro que tejía, le dije: “Ey, compadre ¿cómo están las cosas? No se va a tomar algo o que, péguese al parche”. Me respondió “sí, con gusto”. Estuvo con nosotros y ya no pedíamos tres sino cuatro cervezas y más rondas, de pronto las nubes descargaron su furia, palo de aguacero empezó a caer que nos hizo mover de la plazoleta a un lugar más cálido del mismo centro comercial. Por supuesto las cervezas subieron de nivel y en la disco, había una mujer Dj flaca, más parecida a un esqueleto, que se divertía con su música (más de los que allí estábamos). Los de mi mesa le hacíamos señas de que la música estaba genial y ella movía más sus caderas huesudas. Pedíamos más cerveza, muchas más cervezas, no éramos los mismos, la emoción no era la misma; bailamos, carcajeábamos, la confianza era total, yo empecé a hablar de las prostitutas de los bares y ellas reían impresionadas por su pintor loco que las hacía reír y divertirse con sus cuentos, les decía que un día de estos me las llevaría para un bar famoso que quedaba en plena zona rosa de Bogotá y, por supuesto, que querían ir y vivir por un instante esa aventura junto con esa chicas de esos bares de la noche. En un momento, una de ellas se acercó más a mi lado, ambas intercambiaron de puesto y junto a mi quedó la chica más alta, se sentía atraída por mi porque le referí que se parecía a una de mis protagonistas de una de mis crónicas, de mis cuentos donde hablaba de una chica que tenía las tetas tan planos como mi pecho, bailé con ella parte de la noche, era una chica con un cuerpo extremadamente sensual, le hablaba al pido y sentía su respiración cerca de mi oído, su corazón palpitaba de emoción al lado del pintor, yo convencido de que la noche estaba coronándose, mi nuevo amigo José mientras fuimos a echar una “miada” en el baño me comentó ‘‘Ey, pintor, ¿tú tienes tanto dinero para pagar la cuenta? Esto va largo, hermano, ya pagaste las primeras cervezas en el hall, esto aquí es más caro, menos mal que las mujeres de Bogotá aportan igual que los hombres, no vayas a pagar tú la cuenta solo, ellas deberían ayudarte a pagar porque también se están divirtiendo’’. Le respondí: “Tranquilo mi hermano no te preocupes, hoy vendí uno de mis lienzos, no tengo problemas”.

Esa misma chica flaca con rostro de mujer caribeña, yo le insistía que tenía una mujer negra por dentro, porque bailaba como los dioses, el ambiente seguía, más rondas de rones ligadas con cervezas, picadas de comida para cuatro para la fatiga del trago, recuerdo no haber comido tanto para no sentir el olor a comida en la boca, a estiércol en mi boca. Sentí que estaba como incómoda, celosa, no sé la mujer que antes pedía selfis conmigo, de más bajita de estatura, yo me divertía más con su amiga, la misma flaca, novia del socio de la galería, me estaba tomando en serio la diversión, estaba en cuatro cuarenta, en tres quince; de repente sonaron los teléfonos de las mujeres y todo cambió. Tal vez sus novios las llamaron y, de inmediato, me dijeron: “Nos vamos, pintor”. José pidió la cuenta, sacó de su cartera parte de la cuenta, ellas se miraron la una a la otra y me sonrieron con unas sonrisas tan falsas como la invitación que me hicieron a su galería, expresaron: “Disculpa, pintor, no tenemos dinero para ayudarte con la cuenta”. Expresé de inmediato: “No se preocupen, preciosas, a la próxima me invitan a tirar”, sus caras cambiaron al instante. Aquellas no eran las mismas que se divertían con los cuentos que les refería de putas, de bares, mientras pedíamos cervezas, rones y llenaban sus buches mientras sonreíamos a carcajadas sin máscaras. Todo ese telón cayó por pedirles que me invitaran a tirar.

 

Baldot

Sobre el autor

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Fintas literarias

Uvaldo Torres Rodríguez. “Baldot”. Artista que expresa su vida, su historia, sus sueños a través del lienzo, plasmando su raza, lo tribal, lo ancestral, y deformando la forma en la búsqueda de un nuevo concepto. Redacta su vida a través de la pintura, sus fintas literarias las escribe con guantes de boxeo. Con amor al arte y a la literatura desde niño.

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