Opinión
Ni sabe, ni sirve
Por estos días, en todos los municipios costeños, y a lo mejor en todo el país, se comienza a sentir algunos síntomas leves, y agravados en otros, de una pandemia nueva -se puede llamar así-. Nuestros pueblos comienzan a sufrir el síndrome de la “candidatitis”, una fiebre que sufren algunos ciudadanos, donde manifiestan sus deseos de reconocimiento social y sus ansias de poder, en el entendido que lograrán su realización personal en lo social y económico aspirando a la alcaldía de su municipio.
Manifiestan una sintomatología inicial, con una verborrea aburridora en las redes, donde critican lo divino y lo humando de las administraciones actuales, no digo que ello sea malo, pero por lo menos que disimulen las burdas costuras de su egoísta interés personal por achacar todo lo realizado, bueno, regular y malo de los actuales burgomaestres. Aquí es bueno acotar, que los hay también buenos (muy raros, especie en vía de extinción), los hay regulares, más bien “regularones” (una franja media) y los hay malos (pésimos) que no han hecho absolutamente nada distinto a enriquecerse junto con algunos amigotes de su mismo talante y gusto.
Pues bien, ese abundante y creciente número de aspirantes, nos muestra que, a pesar de todo, el panorama turbio que nos presenta la prensa tradicional y los noticieros de Tv, la democracia colombiana se mantiene, imperfecta y todo, pero se mantiene. Todo ciudadano tiene derecho a aspirar a regir los destinos de su pueblo y nadie puede, ni debe, impedirle realizar su ejercicio de pedir el favor del elector primario para lograr conseguir su objetivo.
No obstante lo anterior, cada uno de los que aspiran debe hacer un balance de posibilidades, en cuyo inventario cabe analizar no solo sus posibilidades de ganar, sus posibles alianzas, pero sobre todo sus capacidades para gobernar, es decir, reflexionar como aspirante, si se tiene los conocimientos básicos mínimos de la administración pública que le sirvan de guía en su cometido, si conocen realmente las necesidades sentidas de su municipio, si tienen clara la vocación de su comunidad, si conocen los sectores productivos de su territorio, si conocen el especto social y cultural de los asociados.
Con el conocimiento básico de los puntos anteriores, es también necesario mirar si es capaz de realizar propuestas viables que marquen la ruta de desarrollo de las comunidades que conforman el ente municipal. También deben conocer el estado financiero y administrativo de su pueblo, detectar las fuentes de recursos, las posibilidades de obtenerlo en los entes departamentales y territoriales. Para ello debe leer, estudiar, digerir, así sea las líneas centrales de los planes de desarrollo departamental y nacional, para, con base a ello, alinear su discurso con un Plan Municipal coherente y consistente que permita la realización armónica de sus asociados.
Preocupa que la gran mayoría de los afectados por la fiebre de la “candidatitis” muestren más entusiasmo por el poder que el de comprender y conocer la realidad del ente territorial que pretende gobernar. Sería sano que hicieran un mutis prolongado y se dedicaran a estudiar la realidad económica, social, cultural y política del territorio y basados en ese estudio y conocimiento pusieran a funcionar el sistema neuronal central en la elaboración de propuestas, planes de gobierno, ideas generadoras de cambio y motivación que es lo que realmente necesitamos en estos pueblos carentes de liderazgos, y de verdaderos administradores.
Hace algunos años, en mi juventud, cuando era asiduo parrandero en los convites y fiestas que hacían los ancianos de mi pueblo; en esa época en que como una esponja abrevaba del saber ancestral y de la sabiduría de los mayores, cuando fungía como “orejero” aprendiendo de la tradición oral, escuché una anécdota contada por uno de los ancianos amigos que decía:
“Hace algunos años, cuando el concejo municipal, era conformado por personas rectas y justas, honestas y decentes, se reunieron a elegir al personero municipal y cuando el secretario del Honorable Concejo Municipal (entonces lo era) comenzó a leer la lista de los aspirantes, que eran muchos, el concejal Eliecer Romero, redomado mamador de gallo con su acostumbrado sarcasmo, sin sacarse el tabaco de la boca a cada nombre y en voz baja los descalificaba así:
Jesús Ríos, leía el secretario y él comentaba: «¡No sabe! », Eusebio Piscioti: «¡No sirve! », Germán Pedraza: «¡No sabe! »; así descalificaba a todos los nominados. Cuando el secretario leyó: Florentino Meneses (su adversario, un conservador que vendía carne de res en el mercado), Eliecer Romero de un salto se paró de la silla y sacándose el tabaco de la boca gritó: «¡Ni sirve, ni sabe!».
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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