Opinión

El espíritu del Magiriamo

Luis Carlos Guerra Ávila

26/12/2022 - 05:00

 

El espíritu del Magiriamo
Una vista de la Sierra del Perijá / Foto: Venezuela Verde

 

Hace mucho tiempo, mucho antes de los colonos; la tierra en el norte de Colombia era inhóspita con una exuberante vegetación. La serranía del Perijá erguía imponente arropada de permanentes nubes que por las mañanas bajaban al inmenso bosque a tomar del rocío impregnado en las hojas de las plantas; las acariciaban y las besaban. Extasiados momentos de un romance natural, donde los rayos del sol se filtraban de tal manera que no interrumpían aquel maravilloso encuentro.

Qué hermosa primavera, los animales se apareaban y el entorno se nutría del chupaflor susurrando a la rosa, la abeja endulzando el ambiente, las aves canoras en una sinfonía de melodías que alegraban la apertura de largas tardes de verano que avisaban su aparición antes de que el otoño lo amenazara también con querer llegar, que no era otra cosa más que participar y dejarse arrastrar de aquel ciclo natural antes de que el dichoso otoño lo empujara.

Y qué estación del año iba a despreciar semejante obra diseñada sólo para ellos. Disfrutar de la ardilla saboreando la nuez, la iguana poniendo sus huevos, el toche construyendo su nido, el águila explorando los cielos, el tigrillo buscando compañera y el tac-tac del pájaro carpintero haciendo eco en un viaje sonoro por las ondas que surcan la serranía en su inmensidad y que, al llegar al vacío, repiten y repiten como queriendo hacer sentir su presencia, por tan hermosa creación de Dios.

Allí, en un lugar recóndito en las alturas donde la punta de la sierra quiere tocar el cielo, un cacique llamado Magiriaimo, embelesado por el paisaje , contemplaba el nacimiento de un arroyo de aguas cristalinas y observaba  cómo los frailejones después de aquel crudo invierno repletos del preciado líquido es acariciado por los rayos del sol y comienzan a destilar, gota a gota y va formando un hilillo de cristales brillantes de destellos luminosos, bajando por la sierra para convertirse en un río.

Brotaba aquella agua para mantener vivo el cauce que bañaba la Madre tierra durante todo el tiempo que duraba el verano, agradecido miraba hacia el universo y abría sus brazos en señal de gratitud y humildad.

Cuentan que todos los días recorría la orilla del río pintando en sus piedras corazones frotando hojas verdes tomadas de los árboles frondosos. Jugaba en la arena de pequeñas playas formadas en las riberas y se dejaba acariciar del agua seduciéndolo sutilmente, colocando sus mejillas entre los remolinos blancos espumosos, refrescaba su dorso, luego sumergía su cuerpo y se quedaba horas y horas sintiendo penetrar por sus poros la frescura del páramo.

Era un momento pletórico, lleno del romance de aquel idilio entre el cacique Magiriaimo y el río. Le cantaba canciones y recitaba poemas, era tanta su obsesión que, cuando bajaba el caudal, sentía pena y trataba de ayudarlo dejando caer sus lágrimas en sus aguas. Cuando el río crecía, pensaba que se enfurecía con él, porque a veces no iba a visitarlo y se quedaba largo rato pidiéndole perdón, contemplando sus corrientes enfurecidas.

Dicen que le juró amor eterno y que lo cuidaría toda la vida convirtiendo aquel romance en un ritual cotidiano, y así fue. Con el tiempo, el cacique Magiriaimo contrajo unión conyugal con una indígena de su tribu Motilona, y llevó a sus hijos y a la descendencia de sus hijos a conocer y a querer ese hermoso caudal que bajaba de los más alto de la Serranía del Perijá.

Muy cerca del río, construyó su bohío y, ya entrando en años, vio que sus fuerzas no eran las mismas y, una mañana, muy decidido en un invierno prolongado donde las aguas se estrellaban con las piedras, consecuencias de lluvias intensas, se dejó arrastrar por el enfurecido caudal. Dicen quienes lo vieron que se entregó al río, que él había jurado en un ritual que su espíritu viviría en sus aguas por siempre con tal de que no se desbordara y arrasara con el pueblo, uno que el hombre blanco había construido en lo plano.

 

Luis Carlos Guerra Ávila

Tachi Guerra

Sobre el autor

Luis Carlos Guerra Ávila

Luis Carlos Guerra Ávila

Magiriaimo Literario

Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).

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