Opinión
La esquina del movimiento
La lectura libera, mientras las lágrimas prosiguen en sus bien ganadas vacaciones, el espíritu del niño ennoblece su actuar, desde el ámbito del conocimiento. Cada vez que lee, algo como decía la señora Ebarista Lopesierra, su interior se enriquece, sus huesos emocionales se fortalecen y la pereza, como los malos hábitos, se esfuman.
Íbamos, con mi amigo Hebert Segundo Maldonado Mestre, en busca de aprender más, de familiarizarnos con la sabiduría, nutrir la voluntad y fortalecer el músculo de la inteligencia. Bien temprano, en periodos vacacionales, subíamos por la novena las tres cuadras que nos separaban de la pradera intelectual, habida cuenta que las plataformas para el aprendizaje, ni en la imaginación, al tiempo que pocos teléfonos fijos, como se los denominaba, existían en nuestro pueblo.
Cuando llegábamos, allí estaba él con, su estilo referencial, sus pasos pausados y su hablar bajito, sonoro y atractivo, como silbando en tono menor, mientras iba y venía, tal como los que saben de verdad. Entonces, invitaba a sentarnos, sonreía sin accionar la musculatura comprometida, daba rienda suelta a sus recomendaciones bibliográficas, con el aporte sostenido de las bondades que le atribuía a la lectura y el tino al repetir que la determinación de leer tiene vocación de éxito superior cuando es permanente.
Durante un tiempo, el hijo de Pepe e Irma, mantenía los ojos puestos en “Así hablaba Zaratustra”, de Friedrich Nietzsche, tanto, que apenas lo recibía, compartía su frase favorita: “Lo mismo que el árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo -hacia el mal”. Por mi parte, “Así es la Guajira”, del padre José Agustín Mackenzie, el célebre guarecú, cautivó mi atención por mucho tiempo.
Hoy, rememoramos la obra silenciosa, pero abundante en beneficios ligados al despertar de quienes encontramos en los libros la fuente inagotable de aprehender y aprender, de saber más. Mientras no había nacido internet, Manuel Palencia Carat lo era, en su Centro de Historia del Cesar, ahí, a un lado de la esquina caliente, la del movimiento, donde quedaba “Almendra Tropical”, o sea, frente a la casa de la inolvidable, Mercedes Romero de Quintero, quien, con su carácter, ejemplo de vida y acción cultural antes y después de dirigir la Casa de la Cultura Cecilia Caballero de López. Gracias siempre, por el resto de los tiempos.
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor
Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
0 Comentarios
Le puede interesar
Editorial: El aniversario de la fundación de Valledupar
Cada año nuevo arranca con las mejores intenciones, ganas renovadas de superarse o mejorar, y, cómo no, grandes celebraciones. ...
Un grito en el desierto
Por los años 70, principios de la época dorada de nuestra música vallenata, el gran Alberto “Beto” Murgas le entregó a Juan P...
El año de Jorge Oñate
Después de cincuenta años de vida artística, cualquiera pensaría que un músico ya no debe tener sobresaltos y tantas emocion...
Editorial: El río Magdalena como eje para el desarrollo
Los ríos son una vía de progreso que no hay que ignorar. Son corredores de fácil acceso que permiten el desplazamiento de mercanc...
El Ecce Homo, símbolo de vallenatía
El lunes santo, la fiesta de Santo Ecce Homo, es el día más respetado por la feligresía católica de Valledupar. El Ecce Homo es la ...